Un día las flores se marchitaron, la lluvia comenzó, los ojos de aquella mujer de cabello como el fuego se abrieron y todo comenzó a desmoronarse.
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Karissa no tuvo tiempo de procesar todo lo que pasaba frente a sus ojos. Aquel estado de sopor en el que estaba le producía un sentimiento similar a lo que sintió cuando se dio cuenta que estaba completamente sola en el Inframundo. Había pasado días sin pensar en él y creyó que era lo correcto, su hermano no movería un dedo por ella y se lo agradeció, después de todo, era un Dios en toda la connotación de la palabra, ella era humana por mucho que su padre fuese un Dios.
Suspiró y se dejó arrastrar en la marejada que se producía cuando las mujeres amazonas encerraron a las valientes en un círculo. De pronto la lluvia comenzó, era inimaginable que el mismo Poseidón les bendijera por mucho que Ares se lo pidiera, sus tíos nunca fueron buenos con ella, en ningún sentido.
—¿Estás bien? —preguntó Akil mientras se apretujaba contra las demás para poder llegar con ella.
—Sí, es sólo que me siento muy cansada —los párpados se le cerraba sin remedio alguno.
—Trata de aguantar un poco más, la ceremonia aún no empieza.
Karissa empuñó la mano intentando no arrastrarse por la somnolencia, pero le era más difícil seguirle el ritmo a las palabras que justo la reina pronunciaba.
—Padre —susurró llena de pena.
«Te encontré».
Aquella voz la hizo regresar de pronto a la realidad, mientras Akil le apretaba la mano en señal de atención. Una especie de humo oscuro y denso revoloteaba sobre ellas mientras la reina daba la señal de alerta a las guerreras. Pero tan pronto eso se condensaba, desapareció.
No era su imaginación, había escuchado aquella voz en algún lugar.
Las guerreras se hicieron paso para llegar a donde estaban Karissa y Akil. Las miraron tan seria y fríamente, que no podía creer que apenas las cosas comenzaban ya les tuvieran en la mira. Ni siquiera había pasado el suficiente tiempo en la tierra como para comprenderla y tampoco iba a hacer preguntas raras, porque creerían que ella es una especie de animal fantástico perdido. En realidad sabía, incluso, que la reina no olvidaría lo de las quimeras y no podía culparla, habían cosas que definitivamente ella siendo humana no podía saber.
—La reina quiere verlas —dijo una de ellas, de cabello rojísimo como el mismo fuego.
Akil temblaba a causa del miedo, en realidad estando entre las amazonas, todo el aire era tenso, es como si ellas no quisieran a nuevas entre sus filas, eran recelosas con las demás, era notoria la diferencia, mujeres de pueblo sin un gramo de músculo y aquellas mujeres imponentes, hermosas de mirada agresiva, le robarían el aliento a cualquiera.
Akil y Karissa se dirigieron a la tienda de la reina, una enorme carpa amarilla, con dos columnas de esfinges a los costados la adornaban en su exterior, Karissa podía reconocerlas, una vez la había visto juguetear y recibió una reprimenda segura por inquietar la paz de una guardiana; el interior aunque no estaba muy decorado, era muy bonito, había un muro del costado izquierdo dónde tenían colocadas las lanzas en un orden fuera de lo común, habían escudos, habían arcos y flechas que llevaban plumillas de diferente color, espadas de acero con empuñadura de oro. Karissa tragó saliva, no sabía nada de guerras, ni mucho menos de combates, en ese momento cayó cuenta de su realidad, su instrucción no iba a ser sencilla.