II| δυο

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Ponerse de pie era lo más difícil, no había fuerza alguna que pudiera sostenerla y con un vestido lleno de lodo, el mover su cuerpo era mucho peor

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Ponerse de pie era lo más difícil, no había fuerza alguna que pudiera sostenerla y con un vestido lleno de lodo, el mover su cuerpo era mucho peor.

Sin previo aviso la lluvia comenzó a caer, miró al cielo y parpadeó muchas veces, recordaba cuando por accidente terminó en la primera prisión y por suerte alguien logró sacarla de allá, pero ya estar en tierra, todo era un reto.

Caminó arrastrando los pies sintiendo escozor en el estómago, lloriqueó porque el dolor era insoportable y sentía que su voluntad era abandonada de raíz.

Muy dentro de sí se negaba a cerrar los ojos, dejarse morir y que todo lo que la acongojaba simplemente desaparecería una vez abandonase su propia voluntad.

Sintió la porosidad de los árboles sobre sus palmas, una mano le dolía, seguramente se habría golpeado con algo al momento de ser lanzada al torbellino, caminó unos cuantos metros cuando su pie terminó trabándose en una inmensa raíz, siendo impulsada hacia adelante estrellando la cara sobre la tierra. Lloró mientras el agua enjuagaba sus lágrimas. Su voluntad estaba quedándose en ceros.

No quería morirse ahí. Sin embargo, la oscuridad la reclamaba como su única presa disponible.

***

No podía recordar su rostro, sólo sabía que lloraba, largo y tendido hasta que unas manos envueltas en enredaderas la tomaron para llevársela lejos. ¿Por qué estaba ahí? ¿Por qué había un lugar no disponible para ella en el inframundo?

«Mamá», susurró en sus pensamientos. Le hubiese gustado mucho conocerla o es qué acaso nunca lo hizo.

Siempre soñaba lo mismo. Cada que cerraba los ojos recordaba esa escena, ya sea para descansar, cuando estaba aburrida, cuando estaba cansada de correr, cuando miraba hacia la nada.

Pestañeó varias veces e intento describir el lugar en el que estaba, hasta que un incesante e incandescente dolor le recorrió el brazo izquierdo, al dirigir su vista pudo ver delgadas líneas tornarse negras, desde su muñeca donde tenía la pulsera —cuya herencia provenía de su madre— y que avanzaba a paso lento hacía todo su brazo.

Pudo escuchar voces en el exterior, el ardor hizo que aquellos sonidos salieran distorsionados y sintió miedo, terminó gritando cuando el pánico se hizo de ella para hacerla sufrir, esto no era como tener el estómago vacío, eso era mucho peor.

Una mujer de cabellos rubios entró corriendo, llamando a alguien a gritos.

—Karissa, todo estará bien —susurró mirándola con compasión y sin tocarla en lo más mínimo.

—¿Qué pasa? —entró un hombre a prisa cuando vio con horror lo que sucedía, la chica colapsó directo al suelo mientras su frente sudaba y sus ojos parpadeaban.

Se estaba muriendo y pudo sentirlo cuando la oscuridad comenzó a entrar en la pequeña tienda que estaba levantada. No era capaz de distinguir los susurros, parecían ruidos hostiles, lentos; su nombre salía como una canción descompuesta, ni siquiera sonaba bien, no habían melodías acompañadas de liras en su despedida del mundo, ni siquiera estaba segura que a quien miraba en esos momentos era a Tánatos quien estaba frente a ella con esos hermosos ojos, ese cabello tan negro y esas alas negras que le salían sobre sus orejas como un adorno cruel.

Karissa [Reinos de Oscuridad #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora