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Jimin observó la nieve amontonada sobre el coche de Jiyoon y la entrada principal a la casa, había dejado de nevar en algún momento durante la noche, la mañana había amanecido fresca y luminosa como un crudo recordatorio de que se le terminaba el tiempo. Hacía escasamente cuatro días habría estado encantado de ver esa escena, pero hoy... Su mirada volvió hacia la pequeña cocina en donde Jiyoon se movía de un lado a otro con su pelo atado en una coleta y su cuerpo curvilíneo arropado por su propia camisa, pasaba bastante de las once de la mañana pero ella se había empeñado en preparar café y unas tostadas, el inesperado y agradable ejercicio de la noche parecía haberle abierto en serio el apetito.

La noche había sido otra enorme locura, él se había enfadado porque ella lo había arrastrado a esa cena benéfica negándose a participar en nada que tuviera que ver con los estúpidos humanos, pero como siempre que Jiyoon andaba cerca, las cosas se torcieron y Jimin terminó no solo ayudando si no también disfrutando de la compañía de Rudo, el enorme afroamericano cocinero, así como también se vio sorprendido por la perspicacia de un anciano que le había recordado que él mismo se había pasado toda la noche sin quitarle la mirada de encima a Jiyoon.

Vestida como una pequeña y adorable elfo con dos coletitas, se había paseado de un lado a otro con sus cascabeles y su sonrisa derritiendo a toda criatura con la que se topara. Él le había dicho antes de salir de la casa que su vestimenta era ridícula, pero había sido aquel cambio y... qué sabía él... ¿Magia navideña, quizás?... el que lo tuvo pendiente de ella hasta el punto de besarla por primera vez bajo el dichoso muérdago y arrastrarla después a casa para una larga noche de sexo tórrido y desinhibido.

Sin duda, el mejor sexo de su vida.

—Jimin, ¿Quieres tostadas con el café? —le dijo ella con la cafetera en una mano y una tostada a medio comer en la otra.

—Solo café —respondió llevándose instintivamente la mano al hombro, el cual ya había sanado por completo, al igual que la herida en su ala. Jimin extendió suavemente sus alas antes de volver a plegarlas, cruzándolas a su espalda, era algo tan extraño a la par que agradable poder ser él mismo sin que nadie le apuñalara o saliera gritando. Su mirada recorrió a Jiyoon mientras ella servía otra humeante taza de café y guardaba la mermelada en la nevera.

—De acuerdo —aceptó Jiyoon satisfecha con el desayuno que había preparado y vaciló un instante con la bandeja en los brazos, su mirada iba del mostrador al sofá y de ahí a la mesa de mimbre. 

Jimin sonrió para sí y caminó hacia ella para coger la taza de café y una de las servilletas y posarla sobre el mostrador de la barra americana de la cocina.

—Siéntate, empiezas a marearme con tantas vueltas.

Jiyoon se inclinó sobre el mostrador y se rió en voz baja antes de musitar:

—Si pudiera sentarme, ya lo habría hecho.

Un suave sonrojo cubría sus mejillas mientras tomaba un sorbo de su descafeinado y le daba un nuevo mordisco a su tostada, suspirando con satisfacción.

Jimin la miró por encima del mostrador, disfrutando de sus largas piernas desnudas, el faldón de la camisa le cubría el trasero y bajaba por delante hasta mitad del muslo.

—¿Qué tal tus costillas? ¿Han desaparecido ya los morados? —le preguntó él sentándose en uno de los altos taburetes al tiempo que la recorría con la mirada.

Ella tragó y asintió fervientemente y estiró una mano para acariciar ahora sin miedo las plumas de las alas que asomaban por encima de los hombros del ángel.

—Sí —sonrió acariciando suavemente las plumas para retirar luego la mano y mirarle a modo de disculpa—. Lo siento, es que... son muy suaves y cálidas... y bueno... ya sabes.

Cuando la nieve se derrita ➳ Jimin  [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora