Capítulo 8

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Clayton había pasado dos días persiguiendo el aroma de la sangre, hasta que lo encontró. Vio a Coraline sentada, apoyada en el árbol, leyendo un libro. Su camisa blanca estaba suelta y remangada hasta sus codos, sus cabellos chocolate caían sobre sus hombros. Su tez era blanca, pero no tanto como para decir que era pálida. Sus labios tenían una textura suave y estaban de un color crema que no los resaltaba mucho pero se veían bien. Sus ojos negros se concentraban en el libro y sus dedos rosaban las finas hojas amarillentas del libro.
Él la observaba de arriba de un árbol. Sus ojos rojos se fijaban en ella y sus pupilas estaban un poco dilatadas por haber conseguido su objetivo. Su cuerpo deseaba con ansías probar esa deliciosa sangre y sus colmillos por clavarse en su cuello. Pero era demasiado linda, tenía miedo a enamorarse y crear un complot por lo que llegará hacer con ella.

Coraline escuchó una rama romperse y el ruido de las piedras correrse en la tierra. Su vista se enfocó en una planta que se movió de la nada. Le parecía extraño ya que no había viento como para que la planta se moviera.
Supuso que eran sus hermanos jugando le una broma entonces sonrió y en eso aparece Clayton parado frente a ella. Coraline guardó el libro y se paró.
—Escapar no te servirá de nada.— Le dijo Clayton con una sonrisa en sus labios.
—Ya lo sé. Por eso estoy aquí, sin moverme. Esperando lo que seguramente harás.—Coraline se mostró tranquila. Un pasó en falso y terminaría muerta, pero tarde o temprano tendría que morir de algo.
— Y, ¿qué crees que haré?— Ella miró al suelo y luego a él. Por sus ojos supuso que era un vampiro, pero le asombro ya que los únicos Vampiros que conocía eran sus abuelos.
— No me gustan las adivinanzas.
El estaba jugando con su presa y ella lo sabía. Coraline corrió su cabello a su hombro izquierdo, dejándolo ver su cuello.
Clayton sonrió. Estaba asombrado por como se comportaba Coraline ante él.
—¿No tienes miedo Muñeca?—Quedo frente a Coraline. Ella sólo miró al suelo. Corrió su cabello chocolate a su hombro izquierdo y dejó a la vista su cuello.
—No te tengo miedo. Es tu naturaleza y en este momento yo soy la presa, sería como huir de lo inevitable.
Clayton sólo sonrió y colocó un mechón de su cabello detrás de su oreja. Se acercó a ella y le susurró al oído.
—Lo lamento, no daño a las Muñecas de Porcelana. Pero si voy a probar un poco.
Ella se estremeció ante esas palabras. Jamás le habían hablado así y mucho menos un chico.
—Has lo.
Clayton abrazó su cintura, la pegó a él y ella sólo cerró los ojos. Clayton sacó los colmillos y le mordió el cuello.
Coraline no se movió, ni gritó. Sólo se aferró más a Clayton. El dolor era como si una colmena de abispas le picaran en el mismo lugar.

Clayton había bebido lo suficiente, pero eso lo asustó. Pudo sentir el dolor de los fantasmas que Coraline llevaba adentro, escuchó voces pidiendo ayuda, gritos, llantos y hasta podía sentir húmedas las mejillas como si él hubiera llorado. Pero su mente se nubló...

Había un niño de 6 años, vestido de campesino. Corría y jugaba con sus amigos, robaban pan y fruta porque eso le parecía divertido.
Su madre apareció con una sonrisa en su rostro, llevaba una canasta de paja y le extendía la mano para ir a cosechar unas manzanas que tenía en el campo. El vestido de la mujer era azul eléctrico y estaba formado por suaves telas. El niño fue hacia el caballo de su padre y al encontrar el cabello negro, vio al hombre tirado y enzima de él a Lorenzo chupandole la sangre.
—¡Ethan!— Grito su madre con dolor.
—¿Mami?

Clayton se separó de Coraline y ella estaba desmayada, estaba en pie porque el la agarraba de la cintura. Clayton acarició el cabello de Coraline y también acarició su piel. Tenía ganas de besarla. Pero luego recordó que si lo hacía pondría en peligro su vida y Coraline podría terminar muerta.

Coraline abrió los ojos y estaba en su cama, vestida con la misma ropa que había usado anoche. Miró y estaba su mochila y su campera en el perchero de madera. Se paró y abrió la cortina, era de día y los rayos del sol entraban e iluminaban todo. Se hizo un rodete y se fue a vestir, se puso unos jeans oscuros, una remera de tirantes negra y unas pantuflas para andar en la casa sin problemas. Miró sus dos agujeros en el cuello, se los tapó con una venda y nadie sospecharía.
Al bajar todos la miraron, pero eso era lo peor, no sabía lo que pasaba.
—Buenos días.— Dijo con su mejor cara de dormida.
—Hola mi nena, ¿cómo dormiste?— Le preguntó su madre con una sonrisa en el rostro. — Me imagino que tienes hambre.— Le dio un plato con hotcakes y miel.
—Hola Lelos.— Se sentó entre Drew y Jacob. Drew tomaba café y Jacob tomaba jugó de naranja con bombilla con forma de Mickey Mouse.
—Hola enana.— Dijo Drew. Jacob beso su frente, él no suele hablar en la mañana. Siempre fue demostrativo.
—Hola papá.— Coraline le mostró una sonrisa a su padre quien sonrió.
—Hola Bebota. Me alegra que no hayas escapado, al fin me haces casó.
Coraline no entendía. ¿Qué había pasado anoche?
—Si, es que fui una tonta al desobedecerte papá, lo siento.— Miró al suelo. Los ojos de su padre se iluminaron de felicidad y de cariño.
—Se que lo sientes.— Beso la frente de su hija y Coraline sonrió.— Lamento haberme comportado así contigo.
—No papá, la culpa fue mía.—Bradley no dijo nada, sólo la abrazó y luego se alejó de ella.— Oye Pa, ¿puedo salir?
—No Coraline, te quedaras en casa.
Su padre salió por la puerta de la casa. Coraline se quedó plasmada, no sabía a dónde se dirigía su padre o que haría, pero eso no le preocupó ya que su madre le sonrió.
—No te preocupes mi nena, el sabe lo que hace y porque lo hace.

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