41. Es nuestra.

1.4K 151 63
                                    

El problema del coche se solucionó, aunque no tengo ni idea de cómo. Gracias a Louis no fue ya que apenas echó un vistazo, simulando que entendía del tema, y luego volvió al asiento con una sonrisa de haberlo arreglado... y milagrosamente así ocurrió. Fue pura casualidad, la suerte del principiante. Solo espero que no vuelva a pasar, sea lo que sea, porque me daría algo si me hubiera quedado tirada en medio de la autopista, la que se supone que tendré que recorrer con frecuencia a partir de ahora.
Louis a mi lado me explica la última indicación para llegar a la casa, después de haberme metido por una carretera con un único sentido y ocupada por algunas casitas pequeñas de colores variados, todas propias de la misma urbanización. ¿Será una de estas? Es lo que me pregunto, porque no me importaría en absoluto. Parecen haber sido construidas recientemente, y entonces descarto la posibilidad ya que Louis mencionó que llevaba desde pequeño viendo la casa. Estas no tienen pinta de tener más de dos o tres años. Algunas incluso mantienen los carteles de se vende.

—¿Has traído tu caja de los recuerdos?

Su pregunta repentina me sorprende. ¿Estaba pensando en eso? ¿Desde cuándo?

—No. —Niego—. ¿Debería?

—Sí. Necesito que la traigas.

—¿Por qué? —Sonrío.

—Porque quiero verla otra vez.

No digo nada más, solo me hago una nota mental para cogerla cuando regrese a mi casa y giro el volante hacia la derecha, donde me indica, explicando que ya hemos llegado y que por tanto aparque aquí. A través del cristal veo una de las casas que mencionaba antes de color vino... ¿será esa finalmente?
Paro el motor, saco la llave y cojo mi bolso que está en el suelo junto a sus pies. Él abre la puerta y se baja rápidamente. Salgo yo también, cierro los seguros del coche y me quedo mirando a mi alrededor, esta calle tranquila y solitaria aparentemente. Le miro con cara de interrogante y él sonríe.

—¿Qué está pasando por tu cabeza ahora mismo? —Una de sus cejas se levanta ligeramente y rodea el vehículo para acercarse a mí. Me coge por la muñeca y desliza su mano hasta que entrelazamos los dedos. Recuerdo la primera vez que nos dimos las manos durante un recreo... y prácticamente no hay diferencia entre ese día y este.

—Trato de adivinar cuál es la casa —confieso, intrigada.

—Tú busca la que es diferente.

Mis ojos recorren la calle hasta que llegan al final, pocos metros delante de nosotros, el conjunto de casas iguales termina, y desde aquí solo diviso una valla de madera que separa el terreno de una casa de la carretera. Es esa. Es la diferente.
Nos acercamos en silencio, mientras estiro el cuello disimuladamente para lograr ver mucho más. Hay césped tras la valla y un sendero de piedras tras la puerta.

—Mi abuela vivía dos calles más adelante. Por esa razón veía esta casa con frecuencia.

Me contó la historia de su abuela en aquellas preguntas para enamorarse. Me sentí realmente mal después de que se sincerara tanto conmigo.

—¿De verdad es aquí? —le pregunto justo al parar frente a ella. Ya me gusta y solo he visto la fachada.

—Sí.

—Y ¿de verdad es tuya?

Empuja la puerta, que en un principio no había visto ya que se camuflaba con el mismo material que el resto de la valla, y se abre con facilidad.

—No es mía. Es nuestra.

—No digas eso porque yo no he contribuido ni con un solo céntimo. Estoy aquí de invitada.

Te concedo el deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora