LOUIS

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Es posible que todo lo que haya conseguido se lo deba a las personas que me criaron, quién y cómo soy, lo que tengo y lo que me falta tiene su origen en mis padres. Hoy en día lo agradezco, pero muchas veces me he parado a pensar en todo ello y me he dado cuenta de que se trata de algo totalmente insignificante.
Quizá sea demasiado inconformista... siempre lo he sido, pero nada me hace sentir pleno. Me he esforzado tanto para lograr lo que se suponía que era lo más importante en la vida, que ahora que lo tengo me parece ridículo. Creía que el éxito académico me daría la felicidad, tal y como mi madre se empeñaba en repetirme una y otra vez cada tarde en la que todos mis compañeros de clase salían a jugar o iban a hacer algún deporte, se divertían... mientras yo debía estar reforzando lo estudiado en el colegio, adelantando el temario del curso siguiente y aprendiendo otro idioma cuando ni siquiera dominaba el mío por completo.

Era un niño.

Quería jugar, quería estar con mis amigos, quería mancharme la camiseta comiendo chocolate y rasgar los pantalones por la rodilla tras una caída. Quería comer golosinas, quedarme a dormir en casa de mis amigos, jugar a videojuegos, ir a baloncesto, ensuciar la ropa blanca en el parque, romper los zapatos por darle patadas a un balón, hacerme heridas en los codos con el asfalto de la calle, cuidar una mascota... Quería cosas tan simples como esas, y no podía hacerlas.

Tienes que estudiar.

Tienes que aprenderte el abecedario antes que nadie.

Tienes que saber multiplicar por tres cifras.

Tienes que leerte estos libros.

Tienes que resolver todas las ecuaciones a la primera.

Tienes que saber sobre este tema y sobre este otro.

Tienes que asistir a este instituto.

Tienes que sacar esta nota media.

Tienes que estudiar esta carrera.

Tienes que irte a otro país.

Tienes que renunciar a tu vida.

Y llegó un momento en el que dije basta, en el que me tapé los oídos y no escuché a mis padres, y tomé la primera decisión por mí mismo. Fue entonces cuando vino la decepción.

"No hagas periodismo. Ese mundo no está bien ahora mismo: poco trabajo y sueldos bajos... ¿De verdad quieres eso? Hazme caso."

Por hacerle caso acabé en un país que no me gustaba, hablando un idioma al que le había cogido manía y terminando con la relación más importante de mi vida. Además de no tener ni idea de lo que me hacía feliz. Terminé sabiendo de todo, y quizá por eso no me gustaba nada.

Mi madre siempre quizo compensar la muerte de mi hermano con mi éxito, el de su ya único hijo varón y, quiera aceptarlo o no, se equivocó poe completo.

Después de la decepción al elegir mi profesión, vino la segunda: regresar a casa, sin ellos. Esta me importó poco, a lo mejor porque ya me había hecho inmune y porque lo que me esperaba compensaba. Volví por ella y la encontré.

Cuando la vi otra vez, sentí que el tiempo no había pasado, y que mis sentimientos no habían cambiado.

Te concedo el deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora