ALEXA

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No habría sido nada justo para nadie que te le hubiesen obligado a elegir el camino de su vida, que le hubieran señalado uno en concreto y que tuviera que andar por ese, sin ninguna otra opción alternativa.

No habría sido justo para nadie, y mucho menos para mí. Pero así fue.

Aún, a estas alturas de mi vida, me cuesta creer que algo así hubiera venido de mis padres. Dibujar era lo único que me llenaba, lo único que me relajaba y me gustaba hacer. ¿Era eso tan complicado de entender? Al parecer para ellos sí. No comprendían que odiaba las matemáticas, odiaba la economía, odiaba las ciencias y odiaba los idiomas. Nada de lo anterior se me daba bien y solo conseguía destacar en una lámina de dibujo, con un lápiz y un color negro para los sombreados. Tenía talento, yo lo sabía, y estaba segura también de que con formarme más, tenía posibilidades de llegar lejos, quizá no a todo el mundo, pero con una parte de mi mundo me conformaba.

Sus palabras fueron muy claras y directas, y sin posibilidad de cambio de opinión: si haces bellas artes, no te pagaremos la universidad. Tú decides.

¿Que decidiera? Yo ya había decidido desde hace tiempo y carreras como Empresariales o Derecho no entraban en mis planes. Sin embargo, entraron por la fuerza.

¿Cómo iba a costearme yo sola la universidad si ni siquiera tenía ningún tipo de ahorro? No me concederían becas porque los sueldos de mis padres son altos, y mis notas bastante normales... así que entré en Derecho de cabeza, siendo empujada por ellos.

Me hizo falta un solo día, el primero, para saber que mi lugar no era ese. Mi lugar estaba en otra facultad, en bellas artes, cerca y lejos a la vez.

Aguanté dos años, dos cursos, cuatro cuatrimestres, y muchas asignaturas que no eran para mí. Yo era consciente de que no sería fácil poder ganarme la vida con mi afición, pero nada lo era. Todo llevaba su esfuerzo, su constancia y trabajo, y estaba dispuesta a intentarlo, por lo que abandoné Derecho después de las caras de decepción de mis padres y de los reproches posteriores sobre todos los gastos que habían invertido en mí y que yo había tirado por la borda al dejar la carrera.

En ese momento, con veinte años, sin trabajo, sin amigos ya, me fui de casa. Si ellos no estaban ahí para apoyarme en una decisión tan importante, no lo harían con ninguna otra.
Me fui a vivir con el que era mi novio en ese momento y conseguí trabajo como camarera por turnos, lo que me permitió dejar al gilipollas con el que estaba y alquilé un piso solo para mí, el que poco después convertí en una especie de estudio para crear mis pinturas.

Durante los dos años siguientes solo me centré en el trabajo de mierda que me daba de comer y me pagaba el alquiler, y en mis dibujos, en comprar los materiales y hacer lo que verdaderamente me gustaba aunque no tuviera salida profesional en ese momento.

Luego, un día como otro cualquiera, tuve la suerte y la desgracia de reencontrarme con aquel chico alto, de sonrisa bonita y de ojos verde esmeralda.

Hablo de suerte durante las primeras semanas en las que estuve con él, y hablo de desgracia a partir del momento en que la que fue mi mejor amiga apareció en mi piso después de dos años sin haber mantenido contacto con ella.

Me quedé helada al verla y al experimentar aquellas sensaciones, buenas la mayoría. No había cambiado nada, salvo algunos detalles de la pubertad y un aclarado de su tono de pelo. De resto, era la misma Helena. Y cuando digo la misma, me refiero a todos los aspectos...

Su cara estaba tan sorprendida como la mía, hablamos un poco y luego casi la eché de mi casa con sutileza. No podía sonreir cuando sabía que la visita doble había sido un tanto extraña.

Y extraño se quedó Joel después de eso. Horas después regresó, con la sonrisa de siempre, y permaneció un rato sentado en mi cama observando cómo continuaba una pintura.
Quizá él creía que yo era gilipollas.

Lo sabía. Sabía lo que había pasado. Solo ellos se ponen a hablar en el rellano de mi edificio, junto a mi puerta, y piensan que no voy a enterarme.

Ella era mi mejor amiga... pero la situación se había repetido en tres ocasiones, y probablemente ni se hubiera dado cuenta.

Me gustó Joel en el instituto, pero él se fijó en ella. Me gustó aquel chico llamado Brian en el nuevo instituto, y también este se fijó luego en ella. Consigo una relación con el primero, y resulta que Helena reaparece y se lo lleva a la cama.

No la culpaba, porque no era su culpa, pero lo que sí estaba claro era que no podía ser su amiga otra vez.

Te concedo el deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora