XXI

208 40 4
                                    

Rubén quiso retroceder en su propia mente, en el interior de la parte donde los recuerdos se acumulan y poner a cámara lenta, o volver a repetir una, otra y otra vez,  aquellas palabras que su mejor amigo había dicho, para asegurarse de si él en verdad las había dicho y no era su propia cabeza jugándole una mala pasada. 

— ¿Qué...? ¿Qué has dicho?— Preguntó el mayor, intentando que su voz no fuese solo un susurro en la lejanía, si no que sus palabras tuviesen esa fortaleza que a él tanto le faltaba en un momento como ese. Fracasó en el intento. 

—Que...— Miguel pensó sus palabras, y es que aquello lo había soltado sin pensar nada, y en cambio, se sentía tan bien.— Nada.—  Se dio la vuelta y siguió caminando sin mirar atrás, sin poder mirar a Rubén, y es que todo aquello había formado un aura de incomodidad y de silencios cargados, irónicamente, de palabras, que no quería retroceder. Quería decirlo todo, pero no podía. El menor deseaba poder hablar y hablar sin filtro alguno, pero lo tenía aprisionado tan dentro de él, que prácticamente era inaccesible; y a veces eso estaba bien.  

En cambio, en otras ocasiones solo te ahogaba y aprisionaba de una manera tortuosa, hasta prácticamente dejarlo sin aliento alguno; pero no iba a decir nada de eso, por supuesto. De hecho, no iba a decir nada de nada. No tenía intención de tocar aquel tema que tanto tiempo había sido tabú.  Era mejor callar y seguir caminando como si nada que, o hablar y mentir, o hablar y que todo cambiara, seguramente para mal.

Pero Rubén quería hablar. Le iba a objetar que no, que quería hablar de ello, que quería aclarar todo, porque aquello había sonado extraño. Deseaba preguntarle si lo que había dicho se refería solo a recuperar su amistad, o si estaba insinuando 'algo más'. 

Pero no dijo nada. 

No pudo. 

Y es que delante de él, cada vez que Mangel caminaba otro paso más, de esa forma tan asustada y segura a la vez, de su cartera, iba asomando una nota. Pequeña, del tamaño de un cuadrado pequeño. Era de color rosa  y verde, y como tampoco estaba tan lejos de él, podía ver que estaba escrito. 

 —Mangel.— Habló, su propio llamado sorprendiéndolo a él mismo. 

—   Si es por lo de anteh, no era nada. De verdad.— Rubén no confió en sus palabras, pero tampoco quería hablar de eso, no ahora mismo cuando su mundo parecía tambalearse bajo sus pies. 

— No. No quiero hablar de eso.—  Caminó rápido, y en menos de dos zancadas, estaba al lado de Mangel, haciendo que el menor se detuviera.— Quiero hablar de...— Acercó su mano a la cartera de Mangel, al bolsillo pequeño de la derecha y extrajo, con cuidado para que no se rompiese, el pequeño y cuadrado papel rosa y verde, para después alzarlo a la altura de los ojos de Mangel, quien de pronto estaba tan pálido como la nieve y más nervioso que antes.— Esto. 

En el papel solo se podía leer: "Hola, señor de la sonrisa bonita"

Letters. (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora