Capítulo 8: ¿Quién diablos es Alistair?

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CAPÍTULO 8

¿QUIÉN DIABLOS ES ALISTAIR?

No quería dejar a Lou así como se encontraba, tan desorientado y desconcertado, pero si tardaba más en volver a casa mi madre se pondría histérica. Así que con todo el dolor de mi alma, que reclamaba el lado continuo al de Louis, salí de su casa a eso de las siete de la mañana y corrí a la mía.

Gracias a algún dios pagano desconocido, mi madre yacía en su habitación completamente dormida a lado de mi padre. Me pregunté si acaso se habrían dado cuenta de que no pasé la noche en casa. Esperaba que no.

Rápidamente me fui a mi habitación, aprovechando la situación y me aseé inmediatamente, quitándome la ropa que Louis me había prestado. Cuando bajé a la cocina, me percaté del porqué que mis padres estuvieran fuera de combate. Mi tío Julio había hecho de las suyas con el alcohol, mal influenciando a mis padres, aunque esta vez, y sólo por esta vez, no me molesté.

Desayuné completamente sola, preguntándome si Louis me había contado la verdad sobre su sueño, sobre que sólo vio eso y nada más. Porque de lo contrario se enteraría de cosas que estaba segura que aún no estaba listo para saber.

Mis padres recobraron el sentido pasadas las diez de la mañana y por sus rostros me percaté de que no sabían nada sobre mi estancia en la casa de Louis la noche anterior. Desayunaron rápidamente y luego nos reunimos en la sala, para abrir los regalos.

Estábamos todos en el sofá con el pequeño y enclenque árbol de plástico frente a nosotros y las tres cajas envueltas debajo de este.

—Tú primero —dijo mi padre, con una sonrisa.

Hacía años que los regalos no me interesaban, de hecho habían dejado de interesarme mucho antes de dejar de ser una niña. Nunca creía que lo que hubiera dentro, fuese lo que fuese, pudiera hacerme sentir mejor. Pero este año era diferente, extrañamente todo se me hacía diferente. A todo le encontraba gracia, todo me gustaba y nada lograba molestarme en verdad. Era como haber estado privada de algunos de mis sentidos durante años y que ahora podía ver todo con nuevos ojos, todo era brillante y alegre.

Tomé la caja que tenía mi nombre en ella y la abrí. Era una caja pequeña por lo que no me imaginaba que podía estar adentro. Al desenvolverla pude ver que se trataba de la caja de algo electrónico. Era un teléfono celular de última generación. Al sacarlo de su envoltorio, todo nuevo y sofisticado, y tenerlo en mis manos me sentí terriblemente mal. Era algo extremadamente caro, algo que seguro habían tardado meses en pagar.

Fue entonces que rememoré todo los regalos de cumpleaños y navidades pasadas, había ocurrido exactamente lo mismo. Celulares, consolas de videojuegos cuando niña, zapatos, maquillaje, toda clase de cosas caras que seguramente no se compraban sin esfuerzos. Yo nunca pedía nada de eso, y jamás me hizo feliz, pero ellos lo hacían porque creían que de esa forma sería aunque sea un poco feliz, que podrían traer algo de felicidad. ¿Qué niño no estaría feliz con todo eso?

Con el teléfono en la mano me volví para verlos.

—Ya pueden dejar de hacer eso —dije.

Mis padres se enviaron miradas tensas entre ellos.

—Es navidad, —dijo mi padre —y ese es tu regalo. ¿Qué crees que está mal?

—Es un regalo muy caro, a eso me refiero —les expliqué y me fui a sentar en el lugar que había entre ellos.

—Mi amor —dijo mi madre, acariciándome la mejilla —Te lo quisimos comprar porque eres nuestra hija, la única que tenemos. ¿No te gusta?

—No —les dije —No me lo compraron por eso. Yo sé que me aman pero no fue por eso. Fue porque creen que soy desdichada, que no puedo sonreír por mí misma, temen que intente suicidarme. Lo veo en sus ojos.

Solo una vez másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora