El mes mas cruel 3

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Luego.... el numero bien podría ser un siete.

Un siete.

Tamborileo con los dedos sobre la mesa.

Un numero de pagina resultaba improbable. Tal vez una fecha: 1947, 1957, 1967. Hasta lo que podía haber podido averiguar, ninguna de las tres encajaba con los hechos descritos en las cartas que configuraban el emotivo legado de la vida colonial de unos españoles en una plantación de cacao.

En realidad, nada le había llamado tanto la atención como esas líneas en las que un tercer personaje, desconocido para ella, decía que no regresaría con la misma frecuencia, que alguien enviaba dinero desde la Casa Rabaltué, que tres personas a quienes el destinatario de la misiva --Jacobo?-- conocía estaban bien, y que un ser querido había fallecido.

¿A quien podía enviarle dinero su padre? ¿Por qué habría de preocuparle que alguien de allí estuviera bien o, mas concretamente, que le fuera bien en los estudios o en el trabajo? ¿Quién seria esa persona cuyo fallecimiento habría sentido tanto? Los amigos de Ureka, decía la nota... No había oído nunca el nombre de ese lugar, si es que era un lugar... ¿Tal vez una persona? Y lo mas importante de todo: ¿Quién era ella?

Clarence había escuchado cientos de historias de la vida de los hombres de Casa Rabaltué en tierras lejanas. Se las sabia de memoria porque cualquier excusa era buena para que Jacobo y Kilian hablasen de su paraíso perdido. La que ella creía que era la historia oficial de los hombres de su casa adoptaba siempre la forma de leyenda que comenzaba hacia décadas en un pequeño pueblo del Pirineo, continuaba en una pequeña isla de África y terminaba de nuevo en la montaña. Hasta ese momento, en que unos interrogantes surgían de la lectura de un pequeño pedazo de papel para aumentar su curiosidad, a Clarense ni se le había pasado por la cabeza que pudiera haber sido al revés: que hubiera comenzado en una pequeña isla de África, que hubiera continuado en un pequeño pueblo del Pirineo y que hubiera terminado de nuevo en el mar.

No, si ahora iba a resultar que se habían olvidado de contarle cosas importantes... Clarense, presa de la tentación de dejarse llevar por pensamientos novelescos, frunció el ceño mientras repasaba mentalmente las personas de las que hablaban Jacobo y Kilian en sus narraciones.  Casi todas tenían que ver con su entorno mas cercano, lo cual no era de extrañar, pues el iniciador de esa exótica aventura había sido un joven aventurero del valle de Pasolobino que había zarpado a tierras desconocidas a finales del siglo XIX, en fechas cercanas a los nacimientos de los abuelos, Antón y Mariana. El joven había amanecido en una isla del océano Atlántico situada en la entonces conocida como bahía de Biafra. En pocos años había amasado una pequeña fortuna y se había hecho propietario de una fértil plantación de cacao que se exportaba a todo el mundo. Lejos de allí, en las montañas del Pirineo, hombres solteros y matrimonios jóvenes decidieron ir a trabajar a la plantación de su antiguo vecino y a la ciudad cercana a la plantación.

Cambiaron verdes pastos por palmeras.

Clarense sonrio al imaginarse, a esos hombres rudos y cerrados de la montaña, de carácter taciturno y serio, poco expresivos y acostumbrados a una gama cromática limitada al banco de la nieve, al verde de los pastos y al gris de las piedras, descubriendo los colores llamativos del trópico, las oscuras pieles de los cuerpos semidesnudos, las construcciones livianas y la caricia de la brisa del mar. Realmente todavía le seguía sorprendiendo imaginar a Jacobo y a Kilian como a los protagonistas de cualquiera de los muchos libros o películas sobre las colonias en los ojos europeo;  en este caso, desde la perspectiva de sus propios familiares. Su visión era la única que conocía.

Clara e incuestionable.

La   

Palmeras En La NieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora