Capítulo 6

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-¿Y dices que es el director general?

La voz de Álvaro me llegó desde algún lugar remoto de la tienda de disfraces. Era entrar en una y ya se perdía. Literalmente.

-Sí – le contesté mientras miraba un disfraz de aceituna rellena. ¿Quién en su sano juicio se disfraza de aceituna rellena? – Y se cree que soy una loca sexualmente activa.

-No puedes culparle – la cabeza de Álvaro apareció por una esquina, coronada con una peluca turquesa.

-Y tú no puedes llevar eso – le dije.

Pareció decepcionarse con mi rotunda respuesta.

-¿Por qué no? A Inés se le queda del mismo color cuando se mete en la piscina.

Lo dijo tan serio que por un momento casi me convenció. Entonces volví a mirarle, con los tirabuzones turquesas cayéndole por encima de los hombre, y casi me dio algo. Empezamos a reírnos como maníacos. Tanto que apareció una madre por detrás de un Darth Vader de cartón y se llevó a su hija, que hasta el momento había estado mirando disfraces de princesas a nuestro lado.

-¿Has visto eso? – le pregunté a Álvaro, refiriéndome a la madre que nos acababa de tratar como leprosos – Me ha hecho sentir mal.

-No te creas, esos trajes tienen demasiado polyester, hubiera sido un desastre – me contestó despreocupado.

Le miré y vi que ahora llevaba una peluca rubia muy realista. La turquesa había quedado olvidada encima de un raíl lleno de disfraces de pitufos. Igual tuvo algo que ver el que ya lo supiera todo, pero allí, bajo aquellas luces de burdel de autopista y aquel color de pelo tan poco favorecedor, me pareció ver a Álvaro más pálido y delgado que en las últimas semanas. Me acerqué a él por detrás y le abracé, inhalando con fuerza como si quisiera memorizar su olor.

-¿Qué haces? – me preguntó alarmado.

-No sé – contesté con los ojos cerrados –En los libros los chicos siempre huelen a Old Spice, pero tú sólo hueles a pescado rancio.

-Vale, se acabó – dijo escabulléndose y recolocándose la peluca – Quiero que quede claro que yo sólo trabajo en el restaurante, no decido lo que se come.

-¿Estás disculpándote por algo? – le pregunté recelosa.

-No...

Nos miramos en silencio, decidiendo si seguir por ese camino o no. La ignorancia es la base de la felicidad y ambos lo pensábamos, así que decidimos correr un tupido velo y volver a lo que nos interesaba.

-¿Qué tal me queda ésta? – me preguntó, refiriéndose a la peluca rubia.

-Tienes pinta de puta sifilítica.

-¡Siempre he querido parecerme a Kate Moss!

Corrió a mirarse al espejo más cercano y le seguí. No había en el mundo nadie a quien le gustara mirarse al espejo más que a Álvaro y ya me había imaginado que venir a elegir el disfraz con él iba a ser un error, pero había querido darle un voto de confianza. Como en tantas otras cosas, me equivoqué.

-Álvaro, por favor, ¿podemos centrarnos? - le pregunté cansada. Me senté en el suelo.

Estaba tan embobado mirando su propio reflejo que ni me oyó.

-¡Álvaro! – le grité.

-Perdón, perdón – se dio la vuelta a mirarme – Estábamos hablando del gran jefe.

En verdad yo me había referido a centrarnos en la elección del disfraz, pero revolcarme un poco en mi propio fango nunca estaba de más. Sobre todo para Álvaro. Le observé, ahí, de pie, delgaducho y pálido, feliz con su peluca casi amarilla, y me di cuenta del miedo que tenía. No podía vivir en un mundo sin él.

El Príncipe Verde también existe - ISABEL DAGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora