Capítulo 8

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-De acuerdo – dije – de acuerdo. ¿Alguien me puede explicar qué quiere decir eso?

-Quiere decir – dijo Inés, arrastrando las palabras – Que está de acuerdo.

Álvaro y yo la miramos como si hubiera perdido el juicio.

-Inés, cielo – Álvaro se acercó a ella y se sentó a su lado - ¿Estás bien?

Estábamos en mi casa, los tres sentados en mi salón con cuentos de fotos de abanicos (sí, abanicos) tirados por encima de la mesa y el suelo. Inés había decido que iba a regalar abanicos a las invitadas y nosotros habíamos sido los escogidos para decidir qué tamaño y qué color. Era una tarea apasionante.

-Sí – dijo Inés despreocupada – Esta noche me la he pasado en vela, tratando de decidir qué sería más doloroso, morir quemado o ahogado.

-¡No, Inés, no te suicides! – Álvaro se le tiró encima y la abrazó como si fuera la última vez – Sea lo que sea, seguro que sólo es un bache- ¡Fíjate en Ana! – y me señaló . Su vida sí que es una mierda y, sin embargo, resiste.

-Gracias – contesté, mientras agarraba la bolsa de Cheetos. A la mierda con la dieta.

Inés se quitó (con dificultad) a Álvaro de encima y se atusó el pelo. Pase lo que pase siempre divina. A veces pienso que ella fue el cerebro detrás del "antes muerta que sencilla" de María Isabel.

-No voy a suicidare – aclaró – Estaba pensando en Cruella.

Álvaro pareció relajarse y de repente se le iluminó la cara.

-¡Podríamos meterla en la olla con Pablito!

Me dio la risa ante tanto entusiasmo, aunque por otro lado fuera un poco inquietante, como las películas de Tim Burton. No las tenía todas conmigo con que no lo fuera a intentar en algún momento de su vida. Inés, que no entendió la broma, se levantó y se fue a buscar más daiquiris a la cocina. Yo aproveché su ausencia.

-No voy a decir nada porque te aprecio y no quiero que Inés te arranque sea cabeza de pollo que se te ha quedado – le dije a Álvaro, que se llevó la mano al corazón, visiblemente emocionado – Pero sé que has bebido antes de venir, a mí no me engañas.

-Qué estúpida, ¿Tú no? – Se golpeó la frente con la mano y deseé que se hubiera hecho daño - ¿Una tarde por delante de elegir pay-pays con Inés y vienes sobria? Novata.

-Son abanicos, maricón – fue lo único que acerté a decir.

Inés volvió al salón con la jarra de daiquiris, sobre la que me abalancé como si llevara un siglo sin beber. Rosas, amarillos, azules, lilas (y no morados), lo mejor era ver todos los abanicos iguales y elegir uno al azar.

-Bueno, volvamos a los abanicos – dijo Inés.

.Mejor hablemos de los enigmas de Ana – contestó Álvaro.

-Uuuhh, me gusta la idea – añadí yo - ¿Entonces qué opináis?

Mis dos amigos se quedaron en silencio, meditando su respuesta. O no. Después de muchos sorbos obtuve mi respuesta.

-Creo que es difícil de decir – sentenció Álvaro.

-Vale, vale – dije despacio . Pero eso no ayuda, necesito respuestas concretas.

Volvimos a quedarnos en silencio, sólo bebiendo daiquiris. Inés hacía unos daiquiris de muerte, pero era un poco rata con es del alcohol. Así que me serví otro. Siempre hay una buena razón para servirse más-

El Príncipe Verde también existe - ISABEL DAGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora