Capítulo 11

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-¿Te crees que te pido salir antes del trabajo para que luego me bombardees a emails? – entré hecha una furia en el despacho de mi jefe.

Me había costado mucho prepararme para entrar como un torbellino en su despacho y allí no había nadie. Era increíble, cuanto más tarde llegaba yo, más tarde llegaba él. Tenía que buscar cámaras ocultas en mi piso, no sería de extrañar que me espiara desde su casa. Cuando en el hospital se habían llevado a Álvaro rodando en su cama, me habían empezado a llegar emails de mi jefe. Según él, todos eran algo urgente, pero como ya me conocía las urgencias de mi jefe decidí apagar el móvil. Mañana sería otro día. Me pagaban una mierda por trabajar en la oficina, así que si querían que trabajara desde fuera de ella tendrían que pagarme un poco más de mierda.

-Técnicamente en la oficina no trabajas, así que podrías compensar cuando estás fuera sin que te pagaran más – me había dicho Álvaro medio dormido, cuando le trajeron de vuelta casi cuatro horas después.

Volví a mi mesa y, al encender el ordenador, vi que tenía un email fuera de lo común.

Ana, siento mucho si ayer fui un maleducado al preguntarte lo de las tartas, no era mi intención ofenderte. Déjame compensártelo con un café, Juan.

Me quedé allí plantada, mirando el ordenador fijamente.

- Los emails no van a contestarse con el poder de tu mente – dijo mi jefe pasando por mi lado.

No tuve fuerzas ni para mandarle al carajo. Mentalmente, claro. ¿Qué quería decir Juan con "déjame compensártelo"?

-¿Qué cojones quiere decir eso? – le susurré a Inés por teléfono.

-¿Sabes qué? Como regalo de boda sólo quiero que cuando salgas a leer en la Iglesia trates de no cagarte en nadie ni usar ninguna palabra no apta para menores de sesenta años – me dijo ella.

-Si no me caigo por las escaleras, acepto el trato – le susurré de nuevo. No quería que mi jefe me oyera y tener que dar explicaciones.

-No es un trato – me contestó con frialdad.

Puse los ojos en blanco y me acordé de Álvaro cuando le decía a Inés que era una estrecha y que debería de soltarse más. Pensé en repetírtelo, pero, con Álvaro todavía en el hospital, era la única amiga que me quedaba, y necesitaba alguien a quien machacar con mis dudas.

-Vamos, Inés, se un poco solidaria y ayúdame – le pinché - ¿Qué crees que significa?

No dijo nada y pensé que me lo había vuelto a hacer.

-¿Inés, me has vuelto a colgar?

-Claramente quiere decir que quiere tomarse un café contigo – me explicó exasperada.

-¿Tú crees? – le pregunté extrañada.

La oí suspirar al otro lado del teléfono.

-Sí, Ana, yo también estoy sorprendida, pero los milagros existen. A veces pasa que a unas les toca la lotería y a otras un soltero que vale su peso en oro.

-Prefiero la lotería – contesté, ignorando el hecho de que acababa de insultarme sin reparos - No, espera, prefiero el oro. ¡Me quedo con el oro!

Suspiró por segunda vez y supe que en cualquier momento me iba a colgar el teléfono. Lo que más me dolía de eso es que iba a tener que volver al trabajo.

-Ana, no puedes elegir – me dijo tajante – Mira hazte un favor y acepta el café. Nunca sabes qué puede salir de ello.

Pensaba contestarle que tampoco tenía demasiadas ganas de adivinarlo, pero cuando quise darme cuanta ya me había colgado. Volví a centrar mi mirada en la pantalla del ordenador y le di a responder.

El Príncipe Verde también existe - ISABEL DAGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora