Cuando a la mañana siguiente sonó mi despertador me levanté con un ligero dolor de cabeza y la sensación de que estaba en el lugar que no me correspondía. Efectivamente, al abrir los ojos vi que no estaba en mi cama, si no en una de proporciones bíblicas y con sábanas inmaculadamente blancas. Ahora que lo miraba bien, todo en la habitación estaba era inmaculadamente blanco. Definitivamente el docto Clooney no se dejaba la higiene médica en el hospital. Toda la habitación estaba increíblemente ordenada y limpia, tanto que de repente me dio miedo mirar mi almohada por si acaso la había dejado llena de maquillaje.
La ducha dejó de sonar en el baño y me tiré corriendo hacia atrás, haciéndome la dormida. Por favor que no me diera la risa. Oí cómo se abría la puerta del cuarto de baño y cómo alguien se acercaba a la cama. El docto Clooney se sentó a mi lado y me dio un beso en la frente.
-Buenos días, Ana – susurró – Es hora de levantarse.
Sacando a la mejor actriz que llevo en mí me desperecé y abrí los ojos.
-¿Ya es la hora? – traté de poner una voz ronca y sexy, digna de la mañana que debería suceder a la noche de pasión y locura que había tenido lugar tan solo unas horas antes.
-Sí – contestó, y me acarició la cabeza de la forma más dulce imaginable. Cerré los ojos de nuevo – Pensaba que te habrías dado cuenta, teniendo en cuenta que te ha sonado el despertador y lo has apagado.
Mierda.
Volví a abrir los ojos y me incorporé de golpe en la cama. El doctor Clooney me dio un suave beso en los labios y se levantó.
-Tengo que irme corriendo, pero quédate el tiempo que haga falta – entró en el vestidor y me quedé con la boca abierta.
Sólo había visto uno igual en toda mi vida (bueno, dos, pero el segundo era el de Carrie Bradshaw en la segunda película de Sexo en Nueva York) y había sido en Ikea. Álvaro y yo habíamos ido a buscar unos armarios y nos habíamos visto arrastrados como por una fuerza invisible hacia aquel vestidor inmenso, de tonos grises y crudos, con luces en los armarios y una alfombra peluda que incitaba a los visitantes a quitarse los zapatos. Cinco minutos antes del cierre de Ikea un guardia de seguridad nos había venido a decir que por favor nos pusiéramos los zapatos, nos levantáramos de la alfombra y nos fuéramos por donde habíamos venido. Fue tan simpático que hasta nos acompañó a la salida.
Miré al doctor Clooney mientras se vestía (y se desvestía) y sonreí. Luego me di cuenta de que tendría que ir a la oficina vestida igual que la noche anterior y me maldije a mi misma por ser una fulana.
-Pensaba que a la oficina no se podía venir en vaqueros – Ninette esperó el momento adecuado para soltar la pulla. Delante de Blanca.
Tenía tres opciones: Quedarme callada e ignorarla, decir la verdad y exponerme al repudio público o mentir y dejarme a mí misma como una reina. Todos sabemos cuál era la opción lógica y sensible. También sabemos que no es la que yo elegí.
-Y no se puede – le contesté airadamente, para que Blanca se diera cuenta que yo también conocía las normas – Pero resulta que puse toda mi ropa a tender y os vecinos hicieron sardinas y ahora toda la ropa huele a pescado.
-¿Ahora? – oí que decía Ninette por lo bajini.
Pensándolo mejor había cuatro opciones: Mentir y dejarme a mí misma como una cochina de escasa higiene personal.
Me senté a la mesa y me dispuse a planear mentalmente mi boda con el doctor Clooney, mientras ellas dos planeaban la fiesta de Juan.
-Daremos la fiesta el viernes que viene – dijo Blanca, dejando claro que no era negociable – lo que quiere decir que tenemos poco más de una semana para organizarla.
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El Príncipe Verde también existe - ISABEL DAGO
ChickLitAna es una chica del montón, de las del montón de verdad, sin un cuerpo de escándalo ni unas mechas de 300 euros, que en pocos meses pierde su negocio, al que creía que era el amor de su vida, y que se ve obligada a aceptar un trabajo de secretaria...