Capítulo 2

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Salí de casa de Rodrigo con sentimientos encontrados: por un lado la inexplicable alegría de, a pesar de no recordar nada, haber pasado la noche con él. Por otro, el recurrente presentimiento de que no me iba a llamar más, hasta que me lo encontrara cualquier día y me contara que había perdido mi número (en serio, ¿cuántas veces se puede perder un número?). Y por el tercero, con la increíble necesidad de convocar una reunión de emergencia de chicas.

Así que primero llamé a Álvaro.

-¿Ya te ha echado de su casa? - sonó un poco dormido y muy aburrido.

-¿Tú sabías que yo estaba allí? - le pregunté sorprendida.

-Ana, la única que no debía de saberlo eras tú. Estabas muy marcianito.

Tuve un flashback del atractivo camarero del bar de la noche anterior sirviéndome un chupito de tequila y de mí gritando excitada "¡es como oro líquido!". ¿Sabéis en Toy Story cuándo los marcianitos dicen "el gaaaancho"? Así miraba yo la botella de tequila.

-¿Podemos quedar? - a estas alturas de la historia me importa bastante poco que se notara la desesperación en mi voz.

-¿Para hablar de lo patética que eres? - a Álvaro tampoco debía de importarle que a él se le notara la ilusión.

-Más o menos.

Oí cómo sonreía al otro lado del teléfono.

-Cielo - Álvaro era la única persona a la que le permitía llamarme así. A él y a mi madre, claro - ayer, cuando te vi las bragas mientras intentabas subirte al taxi de otra persona para ir a cada de ese gilipollas narcisista, ya me imaginaba esto. Así que he comprado croissants y estoy de camino al restaurante. Ya he llamado a Inés.

Me entraron ganas de llorar de la emoción. La verdad es que no podía pedir unos amigos mejores. Se dice que los amigos son los que se quedan cuando se acaba la fiesta. Los míos son los que se quedan cuando otros que se han quedado también se van.

Aunque igual eso tiene que ver con el hecho de que quieren repartirse las sobras.


Me paré delante de la puerta del restaurante de Álvaro, sin poder creerme que esto estuviera pasando. Otra vez. Dos veces en la misma semana. Por si aún no me había dado cuenta de que mi vida era una mierda, esto terminaba de confirmarlo. Respiré hondo y entré. Álvaro parecía haber estado fumando en cadena, a juzgar por el estado del cenicero que tenía delante (un hurra por la política del restaurante de no poder fumar dentro) y estaba inusualmente pálido, e Inés estaba con la cabeza apoyada en la pared y un trapo de dudoso aspecto encima. Me acerqué hasta ellos y me desplomé en la silla que había libre.

-¿Quién quiere empezar? - dije, metiéndome el cuerno de un croissant en la boca.

-¿Necesitas que te rellenemos las lagunas de ayer primero? - la voz de Inés llegó un poco apagada desde debajo del trapo.

Lo pensé. ¿Quería?. Tenía la noche de ayer completamente en blanco y si me la iban recordando poco a poco eventualmente acabaría por acordarme. Y dado como habían salido las cosas esa mañana, no sabía si era la mejor idea.

-¿Duele? - pregunté con miedo.

-No mucho, te hemos visto en peores situaciones - Álvaro se encendió un cigarrillo nuevo con el culo del anterior. La historia de su vida.

Lo pensé un segundo más y decidí tirar de la tirita sin pensarlo. Aunque, digan las madres lo que digan, siempre es mejor tirar poco a poco.

-Adelante.

Empezaron a recordarme al noche desde el principio, desde la primera copa que nos pedimos. Hablamos del don Juan que había pretendido invitarme a un chupito con falsas pretensiones ("que idiota, y se creía que igual te volvías fácil" dijo Álvaro con sorna, por lo que tuve que pegarle un empujón que, dado su frágil estado, casi lo tira de la silla) y de las chicas que se creían parte del reparto de Burlesque ("ay Cher", como no, suspiró el marica). Volvimos a pasar por m omentos tensos al recordar el fiasco de las flores y volvimos a pedirnos perdón todos, tribrazo incluido. Y entonces llegó el momento que no sabía si quería escuchar.

El Príncipe Verde también existe - ISABEL DAGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora