Capítulo 10

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Se estaba cociendo algo, aunque no sabía bien el qué. Varias personas habían pasado en un plan nada disimulado por delante de nuestro despacho, mirando en un plan menos disimulado aún. Me pregunté qué habría hecho mi jefe esta vez: a quién habría insultado, a quién habría sobornado, a quién habría seducido, a quién habría atropellado... el abanico de posibilidades era infinito. Y real, escalofriantemente real.

-¿Qué está pasando aquí? – salió de su despacho y se puso a mi lado.

Dos empleados de la segunda planta, que llevaban un rato murmurando frente a la puerta, salieron corriendo en cuanto apareció él. Literalmente.

-No sé –contesté - ¿Has hecho algo de lo que puedas avergonzarte?

-No.

-Perdona, déjame reformular la pregunta – dije, volviéndome hacia él y mirándolo desde abajo - ¿Has hecho algo? ¿A secas?

Se quedó pensando unos minutos y luego negó con la cabeza.

-No.

-Entonces no tengo ni idea –suspiré.

Volvía a mirar las facturas que tenía encima de la mesa. Igual si prestaba un poco más de atención a los gastos que estaba pasando podría encontrar alguna pista. Había recibos de cenas demasiado caras, pero eso no era extraño. Había también recibos de bares con nombres sospechosos, como Aphrodyte o Lumiland (en serio, ¿qué clase de persona iba a un bar que se llamaba Lumiland?), pero eso tampoco era extraño- Deseché la idea de convertirme en la versión femenina e hispana de Sherlock Holmes, no era tan divertido y, había que afrontarlo, yo no era la persona más despierta del mundo. Me di cuenta de que mi jefe seguía ahí, de pie.

-¿Quieres algo? – pregunté sin levantar la cabeza del último recibo. 900 euros en móvil. Joder.

-Yo... no, nada. Déjalo – se dio la vuelta y volvió a su despacho, pero antes de llegar se paró y se volvió hacia mí – Sólo quería darte las gracias por la crema. Y por tu discreción.

Me giré corriendo hacia él, pero ya se había metido en su despacho. ¿Me acababa de dar las gracias? Rebobiné. ¡Me acaba de dar las gracias! Vale que la segunda parte no contaba porque, la verdad, discreción poca, pero eso daba igual...¡mi jefe tenía alma!

-Nacho tiene alma –susurré excitada al teléfono.

-¿Estás segura? – me contestó Álvaro.

Dudé unos instantes.

-Si –dije al final – En el fondo es un buen tío.

-En el fondo, fondo – recalcó él-

-Sí.

-En el fondo de mar, del de dónde están las llaves – se le empezó a ir un poco la melodía.

-Matarile, rile, rón.

Nos quedamos en silencio, supongo que los dos cantando mentalmente la canción infantil. Nuestra pelea del día anterior había quedado olvidada al poco de salir yo de su casa, cuando me había llamado para decirme que me había dejado las llaves y que podía ir a buscarlas cuando quisiera, que me las dejaba en el alféizar de la ventana del vecino de abajo. Yo le había pedido perdón, él a mí, y habíamos llorado juntos hasta altas horas de la madrugada. Al parecer Inés seguía ahí, dormida en el sillón. Se había quedado traumatizada con lo de casarse calva que se había bebido lo que quedaba de daiquiris y luego se había hecho más. Dos veces.

-¿Has visto al gran jefe hoy? – me preguntó.

-No. Y espero que siga así – añadí.

-¿Sabes una cosa? – oh no – Con es actitud no vas a llegar a nada en la vida. Si siguieras mi consejo de-

El Príncipe Verde también existe - ISABEL DAGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora