Capítulo 13.

40 4 6
                                    

Caminé a paso veloz por la acera, me encontraba nervioso pero no sabía el porqué. Me planté frente a la puerta de la casa de Sophie y estuve dispuesto a tocarla, prefería hacerlo con mis nudillos que tocar el timbre que estaba colocado al lado de la puerta, además así Sophie ya sabía que era yo quien aguardaba a ser recibido.
 
Pero mi brazo no estaba dispuesto a acatar las órdenes dadas por mi cerebro. Miré fijamente la puerta por un par de minutos, no sé que demonios estaba haciendo. Salí de mi transe y mi brazo, al fin, se levantó para llamar. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal cuando mis nudillos tocaron la madera y está cedió abriéndose sola.
 
Sophie jamás dejaba la puerta abierta.
 
—¿Sophie? —la llamé con un tono elevado aún bajo el umbral de la puerta de entrada.
 
Silencio.
 
Otro escalofrío me sacudió.

Decidí entrar a buscarla, según yo, teníamos planes para ir a pasear por la tarde y yo iría a recogerla. Pero no había rastro de ella cuando entré en el recibidor.

Las luces estaban todas apagadas y eso sólo aumentó el estado de alerta en el que me encontraba. 

«Menuda mierda. Ésto no me huele nada bien», pensé.

Comencé a subir las escaleras que daban al segundo piso de la desolada casa. Mis manos se retorcían de los nervios y mi mente imaginaba mil y una escenas. Todas y cada una me desagradaba hasta tal punto de sentir náuseas.

El corazón lo sentía palpitar en mis sienes y por mi frente bajaban pequeñas gotas de sudor. Seguía sin saber porque mi cuerpo vaticinaba lo peor.

Me detuve frente a la puerta que daba entrada a la habitación de Sophie. De nuevo mis habilidades motoras se encontraban en huelga.

Sentí pánico.

Al final, en un arranque de coraje, decidí empujar la puerta -ya que esta también estaba entornada pero sin dejar vista del interior- y empalidecí.

Sentí que todo mi mundo se venía abajo.

Me sentí morir.
 

 
   
 
(***)
 
 

Desperté exaltado, sudoroso y con la respiración seccionada. Sentía el corazón en la garganta y mi piel más helada que la de un muerto -aunque pensándolo bien, jamás había sentido la temperatura de un cadáver-.

La imagen que había visto al entrar en la habitación seguía bailando por mis retinas, me encontraba en un pequeño shock y mi letargo no me había permitido que me diera cuenta de los brazos que me rodeaban.

Sophie estaba sentada en mi regazo abrazándome desesperadamente, acariciando mi espalda de manera frenética pero suave y haciendo sonidos tranquilizadores con su boca tratando de amainar mi susto. Juro por Dios que jamás vería algo así de escalofriante de nuevo. Por mis mejillas comenzaron a bajar torrentes de lágrimas silenciosas y, hasta que pude darme cuenta de la situación, logré envolver a la pelinegra en mis brazos hasta casi llegar a asfixiarla.
 
—Ya pasó, tranquilo, ya pasó... —susurraba Sophie una y otra vez como un mantra.

Todo mi cuerpo estaba tenso y sabía que, cuando lograra calmarme, los músculos me iban a doler como la mierda.

El tiempo pasó, ni siquiera lo noté hasta que sentí los besos cálidos de Sophie subir por mi mandíbula. Sonreí. Despertar así era lo mejor. La luz de un nuevo día se filtraba un poco por la ventana que había en la habitación de hospital dándole claridad al lugar.

Me abracé a su pequeño cuerpo, lo pegué al mío tanto como me fue posible y hundí mi nariz en su sedoso cabello carbón e inhalé. Manzanilla. Amaba el olor de su cabello.

Completely in LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora