Lo había visto. La imagen aún le quemaba las retinas. Su corazón, en cambio, era todo hielo.
El coche rugía, sus rizos volaban y sus ojos estaban llenos de lágrimas. La fragancia de la otra no se había conformado con conquistar su ropa de trabajo, sino que se había incrustado en toda su casa. En su misma piel. Lo que había visto era la confirmación de algo inevitable, que había sabido desde el principio y se había negado a creer. Sí, ahora sentía justificados todos sus recelos, todas aquellas sospechas que la habían llevado a preguntarse en más de una ocasión si estaba enloqueciendo. Extrañamente, la invadió la tranquilidad. La duda la ahogaba, no la dejaba vivir, y el dulce olor de aquel perfume la estaba asfixiando. Pero ahora, podía respirar, percibir otros aromas que no fueran el olor de "ella".
El del whiskey, por ejemplo.
Aquel día, había decidido alterar su rutina. Se dirigía a su restaurante, bañada por los neones de la ciudad y serpenteando entre los coches que colapsaban las avenidas. Definitivamente, era todo lo que le quedaba.
Horas antes, había abierto la puerta de su casa, y había escuchado sus voces en la cocina. El empalagoso perfume era notablemente más intenso. No le hizo falta más que aquella imagen, verlos felices, cocinando en el refugio privado que antes creyó que era solo de ella. Juntos. Demasiado juntos. Toda su furia contenida estalló, y la detonación hizo volar las dos bolsas que ella llevaba en los brazos, los cinco marcos de fotos que se encontraban encima del recibidor, insultos, reproches, el mando del plasma, exclamaciones airadas, la mesita de cristal, una lámpara, dos jarrones y su propio corazón.
Al fin, llegó al restaurante. Entre jadeos, conteniendo los sollozos, todavía con aquella blusa que usaba como pijama bajo el abrigo. Había dormido todo el día después de ahogarse en alcohol. La tormenta de rizos se abrió paso entre las mesas, volcando las que se interponían en su camino, hasta llegar a la cocina. Allí, se detuvo, permaneciendo quieta unos minutos, asumiendo la realidad poco a poco. Miró a su aleredor, confusa. Abrió los armarios, los cajones, los frigoríficos. Buscó entre los cubiertos y dentro de las ollas, desdobló los manteles y vació los floreros. Faltaba algo.
Él.
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Dime, ¿a qué huelen las flores?
Short StoryAromas y sabores, reconocimiento y éxito... La cocina inundaba su vida. Hasta que, un día, se dio cuenta de que eso era todo cuanto tenía. Y de que lo había perdido. Todos los derechos reservados. ~ Finalizada. Palabras: 3.829 ~