Entre la nada y el todo

44 6 4
                                    

Hacía rato que había dejado de llorar. La bandeja del desayuno también había dejado de estar sobre la mesa. Contemplaba inexpresiva los restos de comida esparcidos por el suelo como si su alma la hubiera abandonado y solo quedase de ella una cáscara vacía con la forma de su cuerpo. No supo cuánto tiempo había permanecido en ese estado de consciente inconsciencia, pero despertó de repente con el sonido del timbre.

Se deshizo de las últimas volutas del sopor para escuchar al portero avisarla de que un paquete había llegado para ella. Lo puso sobre la mesa del comedor y observó que alguien se había esmerado en envolverlo con papel brillante y un gran lazo. Se restregó los ojos y, tras unos instantes, lo rasgó sin más. Al desenvolverlo, una tarjeta se deslizó fuera. Decidió leerla a pesar de que creía poder adivinar perfectamente su contenido. Ya eran muchas las tarjetas similares que había tenido que soportar aquellos meses: unas le deseaban que se recuperase pronto, otras decían que la echaban de menos, que ojalá regresara al trabajo, y todas le transmitían los mejores deseos. Y le daban el pésame.

Al principio, no supo lo que había pasado. Un pitido molesto le saeteaba los oídos y el polvo hacía que le escocieran los ojos. Él había sido violentamente arrancado de sus brazos.

Lo siguiente que recordaba era un hospital.

No obstante, esta tarjeta era diferente. Reconoció la letra y la felicitación de cumpleaños. La guardó y siguió desenvolviendo el paquete con las manos temblorosas. Cuando apartó el papel a un lado, observó lo que contenía la caja, envuelto en algodón. Y sintió todo venirse abajo.

La explosión había sido muy violenta. Descubrió que se había salvado gracias a él, que su cuerpo había servido para protegerla.

A ella, que minutos antes no deseaba seguir viviendo.

Se armó de valor para sacar el frasco de la caja. Lo había olvidado por completo.Era el perfume favorito de él, que había encargado meses antes para su cumpleaños; el mismo día que lo echó de casa. El dolor de aquel recuerdo seguía desgarrándola por dentro.

Se arrepentía de tantas cosas...

Después de salir del hospital, había decidido enfrentarse a la verdad y hablar con la cocinera ayudante. Ella le explicó lo que había ocurrido en realidad, le transmitió las palabras que la muerte había impedido que él le contase.

Tuvo que reunir aún más valor para liberar la fagancia que contenía, aun sabiendo que ya era inútil. Era consciente de que su mal no tenía solución, de que todo había terminado, pero en su interior todavía conservaba un rayo de esperanza. Cerró los ojos y...

Nada.

No olía nada.

Había perdido el olfato y no podía recuperarlo solo para volver a oler su perfume. Por mucho que quisiera. Aunque fuera lo que mas quería en este mundo.

La realidad cayó de nuevo sobre ella. Ya no podía cocinar. No podía volver al trabajo. No podía resucitar a los muertos, ni arrancarlos de sus tumbas. No podía morir.

Sus ojos estaban secos. Eran incapaces de derramar más lágrimas.

Dime, ¿a qué huelen las flores?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora