Ella no se encontraba en casa y tampoco cogía el teléfono. Él estaba muy preocupado.
Se repetía constantemente que todo había sido un error, que debería habérselo contado y, de una vez por todas, haber afrontado el tema que ella llevaba esquivando dos años.
Al final, los secretos son más devastadores que la realidad que ocultan.
Cogió su moto. La humedad impregnaba el aire con su olor característico, y sentía la electricidad en su piel. La tormenta estaba a punto de desatarse. Sin hacer caso de las advertencias de la naturaleza, aceleró mientras los truenos resonaban en sus oídos. Se dirigía al único lugar en el que ella podía haberse refugiado: el restaurante. Ojalá no fuera demasiado tarde.
Ojalá no hubiera cometido una locura.
¿Por qué había tenido que marcharse cuando entró como un huracán en casa? Si hubieran hablado en ese momento... Aunque, claro, con lo alterada que estaba hubiera sido incapaz de asumir el golpe, de entrar en razón, y él había pensado que era mejor esperar. Darle espacio para serenarse.
Pero ya había pasado demasiado tiempo.
Dos años atrás, el padre de ella fue diagnosticado con un cáncer terminal. Le quedaba un mes de vida. Ella tuvo que elegir entre aquellos innumerables proyectos que apenas empezaban a despegar o dejarlo todo para volver a España. Sin embargo, en esos momentos, sus restaurantes absorbían todo su tiempo. Estaban a punto de concederle la estrella Michelín, no podía abandonar la vida que tanto le había costado conseguir. Y no lo hizo.
Con todo, nunca pudo perdonarse no haberlo acompañado en sus últimas horas ni haber podido despedirse o decirle a su madre lo mucho que sentía no haber estado allí; y esa herida se instaló como un puñal en su alma. Él la veía obsesionarse cada vez más con la cocina, observaba su mente deteriorarse poco a poco a medida que pasaba más y más horas encerrada entre sus fogones. Los éxitos y el reconocimiento no dejaban de llegar, pero jamás eran suficientes para ella. Su trabajo se había convertido en su refugio y, al mismo tiempo, en su prisión.
Visitaron varios psicólogos, pero insistía en no escuchar. Parecía haber borrado aquellos recuerdos de su memoria. Y no solo sus recuerdos desaparecían. A mediados del año pasado, poco después de haber abierto el restaurante de Manhattan, algo empezó a cambiar en ella. Estaba perdiendo sus facultades olfativas. El psiquiatra les dijo que se debía al trauma, pero ella, de nuevo, no antendió a razones. Olvidó todo lo que le habían aconsejado. Llegó a olvidar su enfermedad. Sin embargo, sí le confesó que quería pasar más tiempo con él y disfrutar del ambiente de la gran ciudad, y él lo consideró buena señal.
Al final, dejó de insistirle para que se reconciliase con su madre y con su pasado. Poco a poco, dejaron de hablar del tema. Él prefería ignorar los errores que ella cometía en la cocina y que se volvían más frecuentes con el paso del tiempo, hasta que llegó a un punto en el que tenía que tomar decisiones sin consultarla, o corregir a escondidas los errores que ella cometía. En definitiva, ocultarle lo que en realidad le estaba pasando.
Estaba decidido a mantener esa capa de invulnerabilidad en la que ella se habia refugiado.
Creía que de esta forma la protegería, pero era imposible protegerla de sí misma. Además, aquella carga se volvió demasiado pesada para una sola persona, y él se vio obligado a contratar un nuevo cocinero para que no se extendiera la voz en el mundo de la alta cocina.
Acabó contactando con una antigua compañera de clases en la que confiaba plenamente. Sin embargo, cuando creía tener controlada la situación, emperzaron las manías y los celos, y el comportamiento errático de ella acabó haciéndose insoportable. Ella quería despedirla a toda costa, y él lo hubiera hecho de no haber sido porque la necesitaban de verdad. Y es que su salud estaba empeorando notablemente.
Mezclaba los olores, no captaba los matices de sabor y sus combinaciones eran pésimas. Había perdido todo el talento que la había llevado a ganar dos estrellas tiempo atrás; e, incluso, insistía en que un perfume empalagoso no dejaba de perseguirla. Él se resistía a decirle la amarga verdad.
Ya no era capaz de cocinar.
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Dime, ¿a qué huelen las flores?
Storie breviAromas y sabores, reconocimiento y éxito... La cocina inundaba su vida. Hasta que, un día, se dio cuenta de que eso era todo cuanto tenía. Y de que lo había perdido. Todos los derechos reservados. ~ Finalizada. Palabras: 3.829 ~