La mala noticia cayó como una bomba sobre el ánimo de Kimberly, que ya se sentía suficientemente angustiada tras la visita del Coronel. Había tenido apenas una noche para pensar en lo que había ocurrido en la sala del Hogar de Miss Rollington. Creyó que no había nada peor que amar sin ser amada y entonces descubrió una nueva clase de dolor y desesperanza: saber que el Coronel nunca más reiteraría su petición de matrimonio, que se había dado por vencido con ella. Había pesado que eso era lo que deseaba, que era lo mejor para dejar de sufrir, en cambio comenzó a darse cuenta, tras su visita, de que quizás hubiera sido mejor aceptar la proposición, pues la certeza de no estar con él jamás la destrozaba.
Recibir, en esos momentos de su vida, la terrible noticia del estado de salud de la prima Del la llenaba de dolor. La anciana se había portado maravillosamente bien con ella. Kimberly se sentía culpable. No debería haberse ido de Morningdale dejándola sola. Tal vez si ella hubiera estado allí, la anciana habría aceptado ver al médico antes y podía haberse evitado aquella triste situación.
Había salido en dirección a Morningdale apenas una hora después de haber recibido la carta con las malas noticias. Cuando finalmente llegó, se encontró la casa llena de gente: el anciano señor Walpole con su sobrino y sus dos hijas, el Coronel y algún que otro vecino que quería a la señorita Lixbom.
– ¿Cómo se encuentra? –Kimberly lanzó la pregunta al aire y trato de no mirar al Coronel.
– Muy mal. Ahora mismo está el doctor con ella, pero sube, querida. La señorita Lixbom no hace más que preguntar por usted –le dijo el anciano señor Walpole. Kimberly dejó a un lado los formalismos sociales y corrió escaleras arriba.
El cuarto de la prima Del estaba iluminado por la escasa luz de una vela. El doctor la había estado auscultando y miró hacia la joven que acababa de entrar en el cuarto moviendo negativamente la cabeza. No sólo no había nada que hacer, sino que su muerte era cuestión de horas, quizás de minutos.
– Las dejo solas –dijo el doctor Martin. A Kimberly se le puso un nudo en la garganta al ver el rostro huesudo y los ojos hundidos de la prima Del. Aquella era la firma de la muerte, la joven lo sabía bien porque no hacía demasiado tiempo que su padre había muerto.
La anciana movió con dificultad la cabeza hacia donde se encontraba la joven y extendió una mano temblorosa hacia ella. Kimberly tomó esa mano y se sentó a su lado en la cama.
– ¡Qué alegría verte, mi querida muchacha! –le dijo, con voz débil–. Creí que no me daría tiempo a despedirme...
– No digas eso, por favor –le rogó la joven.
– Calla y escúchame, no me queda mucho tiempo –parecía agotada y le costaba respirar–. Aquí vivirás bien, en esta casa. El señor Walpole te tratará tan bien como siempre me ha tratado a mí. No vuelvas a la ciudad, querida mía. Allí todo será mucho más difícil –volvió a tomar aire y su gesto de dolor impresionó a Kimberly–. No dejes que tu miedo al Coronel te aparte de Morningdale. Enfréntalo, oblígale a que te respete...
– No te preocupes, prima Del. Haré todo lo que tú me dices, pero por favor, descansa –Kimberly tomó las dos manos de la anciana y se inclinó para besarlas. Estaban heladas. No supo cuánto tiempo había permanecido con la mejilla apoyada contra aquellas manos, pero de pronto las sintió blandas y sin movimiento. Alzó la mirada y vio a la anciana con los ojos cerrados, como si durmiera, pero ella sabía que no dormía. Las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro y salió al pasillo a buscar al doctor. No se quedó a esperar la certificación oficial de la muerte. Bajó despacio las escaleras y salió de la casa ante la mirada atónita de todos.
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Una Mujer insignificante: Kim & Joe ©
RomanceAGRADECIMIENTOS: Con el pasar del tiempo muchas personas insistieron en que nada de lo que me proponga lo iba a lograr, que sobre mí iba a caer un "maldición" que sería una persona miserable, que no sería feliz. Y aquí estoy, termine de escribir mi...