AUSENTES Y SUPERVIVIENTES

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La revelación de Liya me dejó pensativa. Había que buscar una forma de que madre e hija permanecieran juntas.  Teníamos un par de días para pensar algo. Al día siguiente consultaría con el coordinador de la ONG a ver si él veía alguna solución.


-De momento   -le dije a Liya quien me miraba con ojos entre preocupados y asustados-,  hoy yo ya he terminado en el hospital, así que si te parece bien me puedo hacer cargo de Niara.  Iremos a dar un paseo. Creo que le conviene estirar las piernas.  Y si estás de acuerdo puedo llevarla a cenar y a dormir a mi casa.  Así tú podrás descansar tranquila y dejar que el nuevo antibiótico te haga efecto.  Te prometo que la voy a cuidar bien

-Pero doctora     -me dijo Liya,  ahora conmovida-,  no quiero abusar más de su generosidad.  No quiero molestarla.

-No es ninguna molestia. Todo lo contrario. Y estate tranquila. Seguro que encontraremos la forma de que Niara permanezca contigo sin poner en riesgo tu salud.  Y encontraremos también la forma de que puedas permanecer todo el tiempo que necesites en el hospital.

-Gracias doctora,  asante sana   -me dijo mientras las lágrimas pugnaban por escaparse de sus cansados ojos.

-¿Niara sólo habla swahili?    -pregunté.

-No,  habla también un poquito de inglés   -me aclaró mi paciente,  con voz fatigada.

-Bien,  entonces nos entenderemos.  Explícale por favor que debe de venir conmigo      -le dije a Liya mientras con mi mano apretaba suavemente la suya en un gesto que pretendía ser tranquilizador.  Entendía la angustia que debía estar pasando la pobre mujer para decidirse a dejar a su hija en manos de una casi desconocida,  para evitar que las ciegas y frías instituciones la apartaran de su lado.


Liya le explicó a la niña y al principio puso pucheros,  pero luego su madre señaló hacia mí, me miró con sus grandes y preciosos ojos y se dirigió hacia donde yo estaba.  Entrelazó su pequeña manita con la mía y me miró como diciéndome  "vale, no es que me haga mucha gracia alejarme de mi mamá,  pero tú pareces simpática"   La sonreí y abandonamos la habitación.


Dimos un paseo y paramos en una tienda para comprarle dos vestidos, una chaquetita,  unas sandalias,  ropa interior,  un pijama y unas zapatillas de casa.  Había que ver las caritas que ponía cuando se iba probando la ropa.  Salió contenta de la tienda y su alegría se transformó en una gran sonrisa cuando un poco más adelante encontramos una tienda de juguetes y salió de allí con una mochila azul a la espalda, un pequeño monito de peluche, tres cuentos y una muñeca-doctora con su maletín y todo.  Y no fui yo la que la elegí, que conste.  Creo que su devoción definitiva por mí acabó de encenderse cuando la invité a tomar un helado.  De ahí en adelante, no solo no se soltó de mi mano, sino que no dejó de sonreír.  Al atardecer nos dirigimos a casa.  Afortunadamente el pabellón era un sitio amplio y cómodo.  Las estancias eran espaciosas y en mi habitación había una cama amplia y un sofá. Nos arreglaremos perfectamente para dormir,  pensé.   Le preparé un baño,  cenamos y la acosté en la cama abrazada a su monito de peluche.  Se durmió enseguida.  Estaba agotada.  Yo preparé para mí el sofá, consulté de nuevo el dossier para ponerme al día con el caso que trataríamos al día siguiente y me acosté.  Estaba cansada, muy cansada y la imagen de Clarke hacía horas que no se me iba de la cabeza. ¿Qué haría?  ¿Qué pensaría?  ¿Cómo se encontraría?  ¿Me echaría de menos?    Su ausencia me quemaba el alma. Estaba ensimismada en mis tribulaciones, cuando noté que Niara salía de la cama y se dirigía hacia mí.

PASE LO QUE PASE, ESTO ES. (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora