PASE LO QUE PASE

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Clarke no solo se implicó desde el primer momento en la crianza de Niara, sino que enseguida comenzó los trámites necesarios para adoptarla legalmente ella también. Fue amor a primera vista. Juntas buscamos una profesora para ella que la pusiera al día antes de escolarizarla definitivamente, buscamos a una niñera que pudiera atenderla cuando nosotras estuviéramos trabajando y sobre todo intentamos que Niara se sintiera una niña querida y alegre.  Ambas nos derretíamos de gusto cuando la oíamos reír y mi mayor placer era observarlas cuando ambas se quedaban dormidas abrazadas en el sofá.


Nos trasladamos a nuestra casa de nuevo.  Nos costó un poco recobrar nuestra intimidad, fue quizás el proceso más laborioso de todos, pero a la larga el más placentero, con mucho.  El tiempo fue pasando y nosotras seguimos viviendo nuestra segunda luna de miel. Niara asistía a la escuela, donde se había integrado estupendamente. Ella, que prácticamente se había criado entre adultos, estuvo encantada de descubrir ese espacio donde podía relacionarse con tantos niños.  Mi sobrino Eder, que iba al mismo colegio, fue siempre su protector y su compañero de juegos más cercano (me recordaban mucho a mi primo Bellamy y a mi).  Aprendió a amar Australia y a mis propios abuelos,  quienes estaban encantadísimos también con su bisnieta (y es que a mis abuelos las historias tristes siempre les habían encendido sus sentimientos más nobles)  y aprendió,  sobre  todo a vernos y sentirnos como su familia:  yo era mamá Lexa y mi mujer mami Clarke.


Aquel día habíamos dejado a Niara en casa de mi hermana con mi sobrino Eder. Se les había metido en la cabeza que querían acampar y mi hermana y mi cuñado les habían armado una tienda de campaña (o lo que fuera aquel montaje de cuerdas y sábanas que habían hecho) en medio de la habitación de mi sobrino. Y Clarke y yo habíamos decidido salir a cenar.   Una noche en la que no seríamos mamá y mami,  una noche en la que solo seríamos dos mujeres en una cita,  dos mujeres que se querían en una cita.  No podía dejar de mirar a Clarke.  Habían pasado dos años desde que volví de Tanzania y debo decir que mi mujer estaba más guapa que nunca. Yo estaba un poco nerviosa.  Todo estaba estupendamente entre nosotras,  pero yo quería proponerle algo y no sabía cómo iba a reaccionar.   La llevé a un restaurante que habían inaugurado hacía poco y me di cuenta de lo famosísima que se había vuelto mi esposa.   Cantidad de gente quería hacerse una foto con ella, cantidad de personas la paraban para charlar, cantidad de mujeres la piropeaban y cantidad de hombres se la comían con los ojos.    Ella no soltaba mi mano.  Amable con todos, pero en todo momento haciéndome saber con sus gestos, con sus miradas,   sin ninguna duda, que yo era suya y que ella era solo mía.  Yo tenía que ir con cuidado,  porque me iba inflando tanto de orgullo que en algún momento estallaría de puro amor.  Un peligro.


Charlamos de muchísimas cosas y yo no podía dejar de mirarla. Me encantaba cómo me tocaba distraídamente la mano, cómo me miraba y sobretodo cómo me mimaba.  Cogimos un taxi y volvimos a casa. Toda para nosotras. En cuanto traspasamos el umbral me empujó contra la pared y metió su mano por debajo de mi blusa abarcando con su palma mi pecho, por encima de mi sujetador. Atrapó mis labios y susurró con voz sorda:


- He tenido ganas de hacer esto toda la noche.  Estás guapísima y yo soy la mujer más afortunada del mundo.

-Me encanta que me desees     -le dije sin poder evitar morderme mi labio inferior.

-Eso nunca ha cambiado.  Pero hoy que la niña no está,  pienso hacerte el amor en cada esquina de esta casa. Pienso amarte sobre el mostrador de la cocina,   pienso tenerte en el sofá y vamos a acabar en el dormitorio estrenando un par de juguetitos que he comprado para nosotras...

PASE LO QUE PASE, ESTO ES. (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora