3: Evan

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–Evan ¿Dónde encontraste esta nota? –interrogué al menor de mis hermanos.

Al ver que no respondió le formulé una nueva interrogante.

–¿Tu escribiste esto? –le arrebaté el delgado papel de su mano.

–La encontré en tu habitación –respondió con tranquilidad.

Era bastante consiente de la caligrafía de mi hermano pero quería verificarlo con sus propias palabras. Releí la nota un par de veces más ¿Qué clase de juego era este? Yo soy Adelia. Arrugué la nota dominada por mi frustración y arraigada con el malestar de vivir una nueva amenaza de un anónimo.

Cuando mi madre falleció hace tres años atrás, unas notas de origen desconocido llegaban a la puerta de nuestra casa. Se rumoreaba entre la servidumbre que la procedencia de las cartas de amenazas circulaban dentro del terreno del hogar. Nunca nadie descubrió de quien se trataba. Hasta el día de hoy es un misterio.

Seguramente las enviaran por un tiempo más y luego se aburrirán como lo que sucedió la última. Para distraerme invité a mi hermanito a jugar.

–Evan ¿Quieres ir a jugar al jardín?

Al igual que yo, él acaba de finalizar sus clases particulares y lleva su cuaderno debajo de su brazo. Sospeché que se negaría. Debía hacer sus deberes, esa era su mayor responsabilidad.

–Me encantaría pero debo estudiar –confirmó desanimado y con un deje de perdón en su voz.

Lo comprendí de inmediato, me regocijé de su responsabilidad a tan corta edad. A Evan le encantan los libros, se la pasaba la mayor parte del tiempo leyendo en la biblioteca de la residencia.

Al igual que yo, Evan estudiaba en casa, su situación era peor que la mía, los niños de la prestigiosa academia de la ciudad de Londres, lo molestaban por su pecosa fisonomía y su rojizo cabello de tan peculiar color; compartíamos los mismos ojos de nuestra fallecida madre, azul cielo.

Preferí olvidarme de los recuerdos dolorosos de nuestra perdida. No deseaba angustiar a Evan, era un niño tranquilo y alegre. No iba a permitir que mi melancolía la infundiera en él.

–¿Te puedo acompañar a estudiar? –me ofrecí con una sonrisa en los labios.

Él acepto entusiasmado por mi compañía, asintiendo con un movimiento positivo.

Lo seguí en silencio hasta su habitación ansiosa por lograr ser de ayuda en sus deberes pero al entrar observé un sombrío cuarto, encendí las luces para ver con mayor claridad, una fina línea de polvo inundaba la superficie de los muebles, el olor a encierro inundó mis fosas nasales, me dirigí con paso firme hacia las ventanas para correr las cortinas y entrara la luz del día. Este cuarto se asemejaba bastante a una bodega que la habitación de un niño de siete años.

Fue entonces cuando escuché detrás de mi espalda una voz desconocida que me interrogaba.

–¿Quién eres? Adelia.

El Secreto De AdeliaWhere stories live. Discover now