Se inclina sobre ti. Te separa las piernas. Quieres gritar pero el aire que hará vibrar tus cuerdas vocales no acude a tu garganta. Él, furtivo, se desliza sobre ti, hasta quedar cara a cara. Sexo a sexo. Toma tus manos, entrelaza sus dedos con los tuyos y estira los brazos hacia arriba junto con los tuyos hasta dejarte totalmente expuesta. Acerca su rostro a tu oído y susurra:
"Mira en la oscuridad, di mi nombre y cuando te encuentres en tu cama...".
Te despiertas.
Sigues en el autobús que todos los días tomas para regresar del trabajo. En tus audífonos suena "En la ciudad de la furia" de Soda Stereo. Entre tus piernas humedad. Estás sobresaltada por ese sueño y tal vez, algo más. Tu respiración está acelerada. A través de la ventana ves que la oscuridad lo ha dominado todo y de un brinco te levantas de tu asiento porque tu parada está próxima.
Ya en la calle, te diriges a tu casa, casi cerca del infierno pero afortunadamente no se siente su calor. Una sonrisa se te escapa cada que piensas en ese sueño. Vas cantando aquella frase de esa canción con la que te despertaste: "Me dejarás dormir al amanecer... entre tus piernas... entre tus piernas...".
Sombras en la calle, pero no te asustan. Hoy no. Una parece un hombre con alas. No le das importancia.
Llegas al viejo edificio de apartamentos. Subes al tuyo, abres la puerta y tiras a un lado todas tus cosas. Corres al baño. Sólo quieres saciar ese instinto que despertó aquel sueño.
Es tarde ya. Antes de meterte a la cama, te miras al espejo. No es realmente un cuerpo de revista pero tampoco estás tan mal. No eres hermosa, pero tampoco estás de mal ver. Nunca te has sentido atractiva y mucho menos sexy, pero hoy sientes que puedes conquistar hasta a Robert Downey Jr. una o dos veces. Lo disfrutas porque sabes que mañana volverás a ser esa niña invisible en la que nadie nunca piensa cuando se masturba.
Te metes a la cama y te quedas viendo al techo. De pronto recuerdas el sueño abordo del autobús. Un cosquilleo. Tu mano se mueve al sur. Humedeces tus labios con tu lengua y te muerdes el inferior. Cierras los ojos. Piensas en el sujeto de tu sueño. Lo deseas. Has tenido relaciones antes, pero nada del otro mundo. Sabes que él te haría sentir el cielo y las estrellas y el infierno y el fuego en toda la piel y adentro también.
Como una estrella fugaz, algo brilla por un segundo en tu mente. Letras. Y luego una voz que las lee:"Mira en la oscuridad, di mi nombre y cuando te encuentres en tu cama...".
Dejas de hacer todo y te sientas. Te dices que es algo ridículo. Fue solo un sueño. Te obligas a dejar la idea y con tu mano en la sien, terminas el rito.
Te vuelves a acostar, te volteas a la derecha y cierras los ojos.
Dices su nombre.
Al cabo de un rato sientes que tu cobija se mueve. Alguien te destapa. Pero no sientes miedo. La sábana recorriendo tu cuerpo lentamente te hace vibrar. Como si millones de manos tocaran tu piel a la vez. En un movimiento rápido, jala la sábana y la pone a volar por la habitación hasta el suelo. Sientes un cálido aliento en tu oído y luego una voz:"No abras los ojos".
Obedeces y una mano invisible acaricia tu mejilla. Te voltea y te pone boca arriba. Luego, levanta tu pierna y besa tu pie. Un suspiro entrecortado sale de tu garganta. Sus labios recorren tu tobillo y se detienen en tu rodilla. Coloca tu pierna en la cama de nuevo. Flexionas las rodillas y ahora sientes sus dos manos sobre tus muslos. Sientes como los recorre. Dos manos que suben hasta lo prohibido y ahora bajan pero esta vez acompañados de tu ropa interior. El roce de la prenda con tu piel hace que tu ritmo cardíaco aumente, a la vez que tu respiración y tus suspiros aumentan su frecuencia. Se inclina sobre ti. Te separa las piernas. Un gemido digno de ser inmortalizado en los anales de la eternidad escapa por tu boca. Sus labios ahora se posan en la cara interior de tus muslos, lamiéndolos, devorándolos, acercándose inexorablemente al centro de tu placer.
Llega al fin y en un instante hace presa suya ese bien llamado timbre del diablo. Con su lengua juega con él, mientras que sus manos recorren tu cuerpo para llegar a tus pechos y hacerlos su morada. Una millar de sensaciones hacen estremecer tu cuerpo, levantar las caderas y arquear tu espalda. Pasas tus manos por su cabello, suave como la seda. Entreabres los ojos por un segundo y no sabes explicar lo que viste. ¿Un par de alas? No le das importancia, y cierras los ojos pensado que tal vez sea una ilusión provocada por el éxtasis al que eres sometida. Te dedicas a disfrutar. Y a producir los gemidos mas eróticos de los que la humanidad jamás tendrá conocimiento.
Se separa de tu entrepierna y, furtivo, se desliza sobre ti hasta quedar cara a cara, sexo a sexo, no sin antes hacer una escala en tus pechos, aprisionándolos en su boca y doblegando tus pezones a la voluntad de su lengua.
Pasas tus manos por sus brazos, musculosos como suponías. Recorres su cuerpo y tocas su abdomen duro como roca, al igual que sus piernas. Debe medir casi los dos metros, si no es que más. Tus piernas están abiertas casi a su máxima extensión con ese hercúleo hombre entre ellas.
Ahora sientes su respiración en tus labios. Los humedeces y te muerdes el inferior. Sus labios apenas rozan los tuyos y de inmediato sientes como su electricidad recorre tu cuerpo. Su deseo entra lentamente en ti. Empuja hasta el fondo y sientes que las entrañas te arden. Comienza el vaivén y efectivamente, te hace sentir el cielo y las estrellas y el infierno y el fuego. Toma tus manos y entrelaza sus dedos con los tuyos y estira los brazos hacia arriba junto con los tuyos hasta dejarte completamente expuesta. Besa tu cuello y eso solo intensifica las sensaciones. Aprovechas el momento para abrir los ojos. Y a pesar de la oscuridad, las ves en todo su esplendor. De su ancha espalda salen un par de enormes alas cubiertas en plumas negras que los envuelven mientras el acto es consumado.
Él levanta la mirada y tú ocultas la tuya. Él continúa, empujando con virilidad mientras tú sientes que te acercas al clímax. Tus gemidos cada vez más llenos de fuego lo confirman. Y en un grito, estallas en lujuria, alcanzando la cima que ninguna otra mujer podrá alcanzar jamás. Tu cuerpo se estremece a la voluntad de las millones de sensaciones que lo recorren y no parecen apagarse. Él busca tus labios y tu lo correspondes. Poco a poco el orgasmo se desvanece y sientes de nuevo su aliento en tu oído. Y su grave voz:"Me dejarás dormir hasta el amanecer entre tus piernas..."
El sol ilumina tu rostro y el despertador suena colérico. Te levantas apresurada, te das una ducha, te vistes con lo primero que encuentras. Credenciales, dinero, llaves. Todo en orden. Y la sonrisa por ese bello sueño que tuviste. De pronto escuchas tu celular y te das cuenta que lo has olvidado en tu habitación. Vuelves por él. Lo encuentras tirado al lado de la cama. Junto con algo más. Una gran pluma de intenso brillo negro. Te levantas con la boca tan abierta que podría ser confundida con un túnel vehicular. El teléfono vuelve a sonar. Contestas y sales apresurada de tu apartamento y bajas hasta la calle. En tu voz toda la perplejidad del mundo. Sales por la puerta hablando en el teléfono y sosteniendo la pluma con la mano libre y en el instante en que esta es tocada por la luz del sol se derrite en tu mano. Con el teléfono en la cara te quedas callada y tu interlocutor te pregunta si sigues ahí. Después de un instante alcanzas a decir lo único que se te viene a la mente:
"Con la luz del sol
Se derriten mis alas...
Un hombre alado prefiere la noche".
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Sombras en la Calle
RomantizmUn minirelato erótico con un toque de fantasía. Y Soda Stereo.