VI (1/2)

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Desperté liada entre el edredón y las sábanas, cubierta hasta la cabeza y con los pies de fuera. Tenía frío, me suponía que Yoongi había dejado encendido el aire acondicionado durante toda la noche. Tenía un inmenso dolor de cabeza, además de un hambre excesiva y mareos casi exorbitantes.
Me despejé de las colchas; aún con los ojos cerrados, la luz del día me quemaba desde las córneas hasta las retinas. Miré hacia ambos lados con desesperación y demasiada dificultad hasta lograr alcanzar unos lentes obscuros en una mesita de noche, y colocármelos no sin antes pincharme accidental y torpemente el lagrimal con la varilla de estos.
Bostecé. Estaba agotada, pero no podía seguir durmiendo por más que quisiera.
Me arrastré con pereza hasta la orilla del colchón, dejé caer mis piernas y me quedé estática mirando un zapato. No sabía que tenía de esos. Conté hasta tres para levantarme, caminé hacia el baño sin despegar los pies del suelo. Estuve inmóvil durante un buen rato para recordar qué era lo que iba a hacer. ¿Por qué se ve tan limpio de repente?
Me senté en el retrete e hice de las mías, leyendo un envase de acondicionador para el cabello. Al terminar, me posé en frente del espejo y levanté los lentes obscuros que aún traía. Miré mi reflejo fijamente, viendo las ojeras que el rímel me había dejado, el delineador simplemente desapareció. Me aventé agua al rostro y tallé con suavidad. Sequé mi cara con una toalla y me volví a colocar los lentes.
Los mareos seguían presentes, no me sentía lo suficientemente ubicada, con suerte pude encontrar las escaleras y los barrotes de éstas, que usé como recargadera para llegar hasta la cocina.

Me paré delante del refrigerador y abrí la puerta. ¿Pero qué...?
Miré incrédula a mi alrededor. Comencé a abrir las alacenas con desesperación, nada estaba en su lugar, ¿qué había pasado? Además, todo estaba tan limpio, tan ordenado, hasta parecía tener otro color.
Tenía otro color.
Todo se veía extremadamente diferente.
Es más, la pequeña mesa de mármol que solía estar en medio de la cocina, no estaba.

Me quedé inmóvil, otra vez. Me había despertado en una cama normal, en lugar de una litera, con un colchón matrimonial. El par de zapatos que no sabía que tenía, el baño impecable, el refrigerador ordenado y completamente lleno, los platos donde debían estar los vasos...

Esta no es mi casa, yo no vivo aquí.

Eso explicaba mi dificultad para encontrar las escaleras. Pero ese no era el caso; ¡había despertado en una casa que no era la mía!
Lo primero que me pasó por la cabeza, fue voltear a ver mi ropa. Quizá me la habían arrebatado, quizá hasta estaba desnuda.
Tenía una enorme playera encima de mi blusa color vino, todo bien. El problema era de la cintura hacia abajo.

Me encontraba en pantaletas.

Tenía el pánico aprisionado en mi pecho, no grité, no estaba asustada. Estaba extrañamente cabreada, con los nervios de punta.
Empecé a caminar con rapidez por la pequeña, pero espaciosa sala. Todo tenía un estilo rústico. Observé un mueble lleno de fotografías y me dirigí a él en busca de explicaciones.
Habían dos pequeños niños, uno por lo menos dos años mayor que el otro. El más grande parecía que le pagaban por tener tan grandes mejillas. El mismo, aparecía en otra foto, tal vez de un festival, caracterizando a algo así como una vaca.
También se veía al chicuelo, algo ya crecido, con el cabello como hongo y además unas gafas de pasta negra.
Empezaba a conmoverme, pero pensé, ¿qué tal si son los hijos de mi secuestrador?
Subí las escaleras en las puntas de los pies, rogando para no hacer ruido.
Me quité los lentes obscuros ya que mi vista se había aclarado un poco más y los colgué en el cuello de la playera.
Entré a la habitación de donde había salido, mi celular, mi cartera, mi pantalón, todo estaba ahí.

»Butterfly« [Park Jimin; BTS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora