CAPÍTULO 5

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CAPÍTULO 5

—¡Demian, espera!

Sandra estaba por alcanzar al chico, llegando ambos a media sala después de atravesar el pasillo que conectaba las habitaciones de ella, Adriana y su madre.

—¡Demian! —volvió a gritar esperando que él se detuviera, cosa que hizo; por desgracia su madre acababa de entrar a la estancia y alcanzó a escucharla también.

—¿Quién es Demian? —indagó su progenitora con curiosidad colocándose frente a su hija, atravesando al invisible chico, quien después se colocó a un lado de la castaña.

—Yo... Él, pues... —Sandra balbuceó infinidad de cosas, nerviosa.

Estaba en problemas, en inmensos problemas. Después de todo, su madre nunca se había enterado de que ella tuvo novio y es que la doña era un tanto (bastante) estricta en cuanto al asunto de los novios, dado que consideraba que su hija era muy joven como para tener uno y Sandra sí le daba la razón de que había sido demasiado joven al tener a su primer novio, pero ya al andar con Demian había tenido quince años.

Así y todo, la chica la había desobedecido ese par de veces simplemente porque... bueno, pues porque... porque era una adolescente. La adolescencia estaba llena de rebeldía, de idiotez, de la estupidez más grande que cualquier otra etapa de la vida pudiese tener, ¿no era así? ¡Por supuesto que no! Lo había hecho porque fue una tonta e inmadura muchacha con las hormonas alborotadas que no tuvo auto control ni la capacidad del sabio raciocinio. Ahora debía demostrar que ya era una joven capaz de reconocer sus errores, responder por sus actos y ser honesta ante todo...

¡Al diablo! No quería que la regañaran, por lo que debía encontrar una solución y rápido.

—Es... es... es mi... ¿pulga? ¡Sí, pulga! Es mi pulga. Demian, ¿dónde estás? —Sandra llamó a la dichosa pulga como si de un perro se tratara.

—¿Una pulga? —inquirieron tanto la madre como Demian, incrédulos.

—¿Es la mejor excusa que se te pudo ocurrir? —replicó él con completa decepción; pensaba que Sandra tenía mucha más imaginación. Además, ¿por qué siempre terminaba siendo desagradables insectos? Primero una araña, ¿y ahora una pulga?

—¡Sandra! —la nombró su madre con reprensión colocando los brazos en jarras, siendo obvio para ambos jóvenes que no se había tragado la patética mentira; mas fuera de todo pronóstico...—. ¿Cómo se te ocurre adoptar una pulga como mascota sabiendo que son mis peores enemigas?

—¡Qué! —Demian gritó incapaz de creer el rumbo absurdo que la conversación estaba tomando—. ¿No me diga que le cree, señora?

Lo conveniente de esto era que hacía poco toda la familia había sufrido una sublime plaga de pulgas, volviéndose especial problema para el ama de casa al intentar erradicarla con venenos, limpiezas extremas y demás. De allí que la idea de que su hija mayor tuviera uno de dichos animalitos como mascota no pareciera del todo descabellada, al menos no para ella.

—Lo que más me inquieta es saber por qué le pusiste un nombre tan feo, hija.

—¡Oiga! —se ofendió Demian.

—Pues no sé... sólo se me ocurrió, aunque ahora que lo pienso sí es feo —Sandra se tomó la barbilla, reflexiva.

—¡Hey! —volvió a quejarse el insultado.

—¿Al menos es educada? —quiso saber la madre, seria y refiriéndose a la pulga.

—¿Cómo puede tomarse en serio esta conversación? —indagó Demian por demás frustrado. ¿O es que era un diálogo cuerdo y allí el loco era él?

Demian y SandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora