CAPÍTULO 11

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CAPÍTULO 11

Sandra se acercó a donde seguía sentada Andriana, quien no se había movido de su sitio y que desvió sus ojos de los papeles hacia su hermana.

—Demy... está en un estado muy grave, Adriana. Él puede morir en verdad. —Hizo un gran esfuerzo por explicarse sin romper en llanto.

—¡Qué! —Adriana se levantó de la silla de golpe y la tomó por los hombros—. Sandra, debemos evitar que eso pase cueste lo que cueste.

—¿Y desde cuándo quieres que no muera? —indagó la otra, sospechosa, soltándose de su agarre.

Adriana sonrió, perversa, al momento de decir.

—Desde que descubrí esto. —Volvió a tomar las hojas y las sacudió frente a Sandra—. Como no tenía nada que hacer, me puse a indagar sobre los gastos que tiene y esto fue lo que encontré.

Le entregó los papeles y cuando la castaña los vio, abrió mucho los ojos, impactada. ¡Esa cifra era demasiado grande! ¿En verdad existía ese número?

—Imagínate su reacción cuando despierte y vea lo que tendrá que gastar —añadió la morena con ilusión malsana—. Seguro y le acaba de dar el patatús. Y conste que esta cantidad es sólo la de su estadía en el hospital. Aún falta agregar la suma de los medicamentos y honorarios del personal que lo atendió.

Sandra negó con la cabeza, incrédula de que cualquier cosa que hiciera enojar a Demian o lo dañara hiciera feliz a Adriana; no importaba si para ello tenía que evitar que su deseo más grande de verlo muerto se cumpliera.

—En fin, ya no tenemos nada que hacer aquí, ¿o sí? ¿Podemos irnos? —preguntó la de anteojos y Sandra asintió, por lo que ambas salieron de la Cruz Roja rumbo a su casa.

El día transcurrió normal, con la salvedad de que no hubo rastro de Demian en toda la tarde, por lo que Sandra se mostró preocupada y melancólica, comprendiendo claramente por qué el joven había aparecido y desapareido de aquella manera. La vida se le estaba escapando poco a poco y si lo hacía en definitiva, era natural que su esencia también se fuera. Cayó la noche y Sandra hacía tarea de última hora en su habitación, cuando de la nada, ¡puf!, Demian apareció ante ella.

—¡Demian!

Sandra se levantó de la silla de su escritorio, incapaz de disfrazar la dicha que le ocasionó verlo e incluso casi lloró de alegría. Él arqueó una ceja, confundido. ¿Se alegraba de verlo pese a que había demostrado lo poco que le importaba? De cualquier forma, eso no era relevante en ese momento.

—¿Qué pasó? —la interrogó, ansioso.

—¿Qué recuerdas?

—Que... estábamos hablando... o más bien discutiendo... El caso es que de pronto todo se desvaneció, se borró como si hubiese perdido el conocimiento y luego desperté hace poco en mi habitación en el hospital. Vine aquí esperando respuestas. ¿Alguna idea?

Sandra suspiró con abatimiento, pero no podía callar una verdad tan grande. Era su vida y tenía derecho a saber cómo estaba.

—Demy, tú... estás en peligro. Tu salud no es nada buena y... puedes morir.

El joven sintió que todo el peso del mundo le caía encima y si hubiese podido perder el color de la cara lo habría hecho. ¿Morir? ¿Él? ¿Cómo era posible? ¿No se suponía que era el protagonista? ¿Por qué las cosas se habían tornado de esa forma? ¿Acaso aquella divinidad que sabía manejaba su vida lo odiaba o algo? Ignorante al hecho de que la respuesta a su última pregunta es afirmativa, Demian se cubrió el rostro con las manos, sintiéndose desconsolado.

Demian y SandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora