CAPÍTULO 6

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CAPÍTULO 6

Las dos hermanas y el joven no visible caminaron un buen tramo del trayecto en silencio, hasta que la menor se dignó a preguntar:

—¿Y dijimos que a dónde se supone que vamos exactamente?

—Es cierto, no sé en qué hospital lo tienen —recordó Sandra mirando al chico—. ¿Dónde te tienen internado, Demy?

—En la Cruz Roja —respondió él con la seguridad y la calma más envidiables.

—¿Cómo la sabes? —quiso saber Sandra, curiosa.

—No, no lo sabía.

—¿Y luego? —Ahora frunció el ceño, extrañada.

—¿Y luego qué? —Demian alzó una ceja, confundido.

—Olvídalo. Pero si llegamos a la Cruz Roja y no estás allí, no intentaré visitarte de nuevo —se resolvió la castaña.

No obstante, como esta es una historia muy conveniente que no puede decepcionar a sus personajes ni hacerlos batallar simplemente porque sí, la vuelta que se darán no será en vano porque Demian sí estará en la Cruz Roja sin importar que no estuviese planeado que se hallara allí, por lo que podemos continuar.

Caminaron un largo rato porque la institución médica quedaba bastante lejos de la casa de las chicas, casi del otro lado de la ciudad, por lo que se sintieron aliviadas en cuanto distinguieron el edificio. Arribaron e ingresaron pidiendo el número de habitación donde yacía el bello durmiente.

—Me sorprende que nadie te visite siendo que eres muy popular —comentó Sandra al ver los pasillos vacíos, pues esperaba ver a viejas locas y con las hormonas alborotadas de arriba a abajo.

—Sandra, Sandra, pobrecita de ti —Adriana sacudió la cabeza en fingida tristeza—. Es obvio que nadie lo visita porque...

—Ya sé, ya sé —la interrumpió su hermana—. Porque es un idiota. Lo has dicho muchas veces.

—Bueno sí, eso es evidente, pero déjame terminar —se quejó la morena—. Nadie lo visita porque estando a tu lado se le quita lo popular.

Si las miradas mataran, Adriana ya estaría bien muertita y tres metros bajo tierra con la mirada que le lanzó su pariente; en cambio, Demian no pudo evitar reír divertido por la ocurrencia.

—Creí que estabas de mi lado y que a él lo odiabas —reprochó Sandra, indignada.

—Y es cierto. Mira, tanto es así que como no quiero que se te pegue su idiotez y superficialidad, sugiero que mejor dejes de juntarte con él de una buena vez.

—Tal vez lo haga —sentenció Sandra y el chico dejó de reír ahora sí nada divertido.

No pudieron hablar más al respecto porque llegaron a la habitación correspondiente, abrieron la puerta y lo que vieron los asombró mucho. Toda la recámara estaba llena de ramos de flores de todos tipos y colores, de tarjetas con buenos deseos, macetas con plantas, cartulinas que tapizaban las paredes y que rezaban frases como: "Que te mejores, Demy", "Te apoyamos" y "Te deseamos lo mejor. Te amamos", las que estaban adornadas con infinidad de corazones y... ¿marcas de besos con labial?

—¿Me vas a decir ahora que nadie me visita? —le preguntó el pelinegro a su ex con arrogancia.

Sandra se cruzó de brazos, irritada. ¿Cuántas veces la humillarían ese día? Notó que Adriana no dejaba de mirar los alrededores.

—¿Todo esto es de las admiradoras de Demian? —cuestionó y ante el asentimiento de Sandra, soltó un bufido—. Pobres, necesitan anteojos con urgencia... o ya de perdis que les quiten la ceguera mental.

Y mientras la morena se distraía un momento con todos los panfletos y tarjetitas, Sandra y Demian enfocaron su vista a la cama donde yacía el cuerpo inerte de él, el que se encontraba conectado a una máquina que permitía saber si su corazón seguía latiendo o no, además de las muchas intravenosas que servían para alimentarlo, aplicarle suero, medicina, etcétera.

El joven desvió sus ojos de sí mismo para enfocarlos en la chica a su lado. Descubrió que el semblante femenino estaba cargado del más puro y bello cariño, el que era bastante notorio a pesar de que también se vislumbraban atisbos de preocupación. Sin desearlo, algo en el cuerpo espectral de Demian se removió al contemplarla así y casi juró que fue capaz de escuchar el palpitar de su corazón en las sienes. A Sandra realmente le importaba su bienestar, ¿no era así?

Pudo haberse quedado disfrutando por más tiempo de esas curiosas sensaciones que revoloteaban dentro de él, de no ser porque Adriana se había aburrido de leer tanta cursilería vana y se había acercado a su cuerpo, picándole la mejilla con el dedo índice repetidas veces.

—¿Qué se supone que hace la loca de tu hermana? —le preguntó a Sandra, fastidiado. Era un alivio que la menor no pudiera oírlo, pues así podía expresarse de ella como le viniera en gana sin represalias de su parte.

—Adriana, ¿qué haces? —la interrogó Sandra.

—Quiero ver si esto que hago le duele —contestó la chica sin dejar su actividad—. ¿Le duele?

—¿Que si te duele lo que está haciendo? —interrogó ahora a Demian.

—No estoy sordo, la escuché y no, no me duele.

—Dice que no le duele —informó ella de vuelta a su hermana antes de bajar los hombros y suspirar—. ¿Sabes? Esto de ser portavoz es muy cansado.

—Lo imagino. Tener que escuchar esa odiosa voz tiene que dar tremenda jaqueca —asintió Adriana—. Pero bueno, si no parece reaccionar al dolor físico, ¿significa que puedo hacer esto?

Adriana tomó una de las varias macetas que había por allí, dispuesta a dejarla caer sobre la cabeza del inconsciente y lo habría logrado de no ser porque Sandra la detuvo a tiempo.

—¡Adriana, no! Puedes dejar estragos permanentes en él.

—¿Cómo? ¿Haciéndolo más tonto de lo que es? —Adriana puso los ojos en blanco—. No creo que sea posible; ya debe estar al límite. Además, no le duele por lo que ¿qué más da?

—No entiendo cómo puedes vivir con ella —le dijo Demian incrédulo y enojado.

—En realidad no es tan mala como se muestra —Sandra intentó defendarla—. Además, si no te odia, tenerla como aliada es muy beneficioso; es alguien muy leal.

—¡Ja! Gracias por las esperanzas —soltó él, sarcástico.

—Oye, Sandra, ¿ya viste lo que querías ver? ¿Podemos irnos ahora? —inquirió Adriana mirando a su alrededor, incómoda—. Siento que con cada segundo que paso en este cuarto me empeora la miopía.

—Sí, ya voy, ya voy.

Los tres salieron de la Cruz Roja tomando el rumbo hacia el hogar de las hermanas.

—Otro día venimos de nuevo —ordenó Sandra de pronto.

—¿Qué? —La morena la miró anonadada—. ¿Me engañan mi oídos? ¿Has dicho "venimos"? ¿No querrás decir vienes; tú, sola?

—No —negó su hermana, firme—. Venimos, las dos, ambas. Vamos, ¿qué te cuesta acompañarme otro día?

—Me cuesta mi dignidad —respondió la chica sacándole un puchero de hastío a Demian—. ¿Tienes idea de lo que implica para mí tener que venir a ver al odioso ex-novio de tu hermana?

—Vamos, Adriana, no exageres las cosas. Siempre hemos sido confidentes y cómplices en todo, ¡todo! —Sandra le lanzó una mirada significativa que Adriana entendió a la perfección—. No veo por qué tenemos que dejar de serlo en este caso. Además, si yo no me quejo, tú tampoco.

—¡Oye! ¿Qué se supone que significa eso? —indagó Demian, ofendido por el comentario tan quitado de la pena.

—No, nada —Sandra sonrió con fingida inocencia y Demian suspiró cansino. Todas las mujeres eran un enigma completo.

Demian y SandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora