Mirándome un día en el espejo, pude darme cuenta de algo, para la belleza se requiere dolor.
Algo, que tanto en hombres como mujeres aplica aquella frase, introduciendo mi dedo en la garganta, logré tener la primera arcada, corriendo al baño y regurgitar la poca comida que había en mi estómago sintiendo un asqueroso ardor además de tener los ojos rojos y llenos de unas cuantas lágrimas.
¿Por qué la gente sólo se dejaba llevar por aquel físico el cual solamente constaba en ilusiones ópticas?
Ropa, maquillaje, todo eso. Simple ilusión, si me pusiera un pantalón de marca apostaría que sería el doble de atractivo que un pelirrojo, una idea bastante descabellada pero que a cualquiera le sirve.Ese día, aquel en el que me miré y logré ver lo asqueroso que era mi cuerpo me decidí a terminar con eso, en escupirlo y hacer de él un modelo a seguir.
Recuerdo aquella vez, esa en la que iba al jardín de niños y aún era prácticamente un bebé, mi madre solía dejarme el cabello largo logrando de esa forma que unos pequeños rizos se formasen debajo cual corte de una chica. En ese tiempo me parecía tan normal, incluso recuerdo que ese día la maestra recién nos comenzaba a enseñar el uso precavido de las tijeras debía admitir que me era muy difícil realizarlo con la derecha hasta que descubrí que lo mío era hacer todo con la izquierda.
En el recreo, salí para poder ir a merendar pero, los niños de dos grados escolares mayores llegaron quedando frente a mi y tirando mi alimento.
Me levanté totalmente enojado, me preguntaba ¿Por qué hacían eso? Hasta que uno me dijo algo que hasta la fecha juraría me tatuaría en la piel.“—Hey niñita, deja de vestirte como niño.”
Todos los presentes comenzaron a reírse de mi y señalarme mientras mi inocencia seguía repitiéndome ¿Por qué? Hasta que, uno de esos niños me jaló mi cabello haciendo que pegara un gritillo mientras todos de manera infantil me gritaban “Rapunzel” ¿Tan feo era mi dorado cabello?
En medio de ese lugar, comencé a llorar antes de salir corriendo y obviamente, acusar a todos.Aún así, no me había agradado en nada ese mote poco varonil y humillante que se me había dado por lo que, oculté las tijeras en la manga de mi suéter y alcé la mano solicitándole a la maestra una salida al baño.
Ahí, cerré la puerta, recargándome en el lavabo donde yacía un pequeño espejo lleno de estampas. Comencé a cortar mi cabello y tirarlo en el mismo lavabo, todo, sin una pizca de tristeza o culpabilidad, más bien frustración y enojo.
Que tonto que a tan corta edad ya hubiera desarrollado tales sentimientos.Después de eso, había salido comenzando a llamar la atención de varias niñas y niños igual. “Bill tu cabello se ve bonito” me decían los infantes mientras me paseaba vacilante por la cancha de fútbol. Incluso llamé la atención de los niños que me molestaban. Grave error.
A partir de ese día, mi apodo fue; perrito sarnoso.
Mi adolescencia fue completamente distinta a mi infancia. Los papeles se invertían de forma casi olímpica, los problemas se me iban encima, fuese por pandillero o por drogadicto claro, nunca podía mantenerme quieto, incluso las cañas verdes le sacaba a mi madre, me había metido los primeros dos años de preparatoria a un equipo de americano, era corredor, de cuerpo bien desarrollado y suerte con las muchachas, o al menos eso decían.
Incluso llegué a teñirme el cabello de azul celeste por un reto, me llevé una buena suspensión por intentar llamar la atención según el director, vaya tontería.El último año fue lo más difícil, los problemas familiares aumentaban, el dinero hacía falta y las drogas comenzaban a entrar en mi vida, algo ya normal en un setenta porciento de los adolescentes. Ya saben “la edad de la idiotez”.
En esa etapa mi ego de estar hasta las nubes pasó a bajar hasta el suelo, me iba pésimo en el colegio, mi madre comenzaba a regañarme de todo, tatuajes, alcohol, cigarros todo.
De esa forma lo único que logré fue terminar en un anexo, y la pregunta era ¿Qué era un anexo? Yo desconocía eso y mi fantástica vida cliché me había llevado a tal lugar, pero claro, era un centro de apoyo, mi madre ya me había etiquetado como drogadicto.Estando ahí, pasaron dos años, una etapa que consideré “buena” entre comillas llegando inclusive a conocer una persona bastante especial para mí, Jack, o Beast.
Murió de cáncer pulmonal.
Saliendo de ese lugar mi estado de ánimo subió un poco y de ahí volvió a dar un bajo quedándome estancado en una depresión.
Me pasa de todo, eso decía mi madre, siempre.
Ahora, a mis veintiún años, sufro un trastorno alimenticio, anorexia.