—Cuarenta —El doctor me dijo esa cifra haciéndome saltar de la silla —Cuarenta kilos, eso pesas.
—¡Sí! —Grité con supuesta emoción comenzando a ladear mi cabeza al ritmo de una canción que sólo estaba siendo escuchada en mi cabeza.
—¿De qué te alegras? Sólo has subido dos kilos, necesito que subas treinta para que te veas más saludable.
—Espere... ¡¿Qué?! —Pregunté deteniendo mi vergonzosa manera de celebración mucho peor que cualquier jugador de americano. —Uff... Es demasiado, ¿Sabe? Creo que necesito comer algo que no me de asco y me llene a los dos mordiscos es realmente estresante no saber qué comer. —Admití llevándome la mano a la cara y volviendo a sentarme. —Soy un idiota.
—¿Qué tal la pizza?
—Tiene demasiada grasa... Iugh
—¿Helado?
—¿Está mal de la cabeza? ¡Me dará diabetes!
—... Ensalada
—No me gusta la lechuga.
—Excelente, entonces comerás eso —El nutriólogo se regresó a su escritorio sacando un bolígrafo y una hoja en donde comenzó a anotar algo. —Lunes; desayuno un licuado, de la fruta que quieras, comer una ensalada con jugo de preferencia una soda y tener un gran postre y de cenar, un cereal.
—... De acuerdo —Asentí no era tiempo de ponerme a sumar las calorías que me zamparía en tan sólo un día, aunque de oírlo creo que eran las que consumo en dos meses.
—Martes; desayuna huevo estrellado, tocino, jugo, pan... —Y así continuó, dándome el menú de toda una semana comiendo de todo, ¿Lo bueno para algunos? Tenía que atascarme de cuanta chuchería apeteciera, generar grasa en mi cuerpo, músculo, oh Dios ya veía venir las estrías... El doctor me recomendó que cuando pesara lo suficiente, podría comenzar a hacer un poco de ejercicio para ganar músculo y verme un poco mejor.
(...)
Cuando iba al cine, compraba palomitas, nachos, refrescos, y dulces, todo lo que quería y me lo comía solo. En el supermercado cogía los cereales con mayor cantidad de azúcar siendo esto como el combustible de mis mañanas, realmente me estaba costando demasiado, jamás llegué a ver mi refrigerador tan lleno de alimentos, mi madre acostumbraba a comer fuera por su trabajo.
Los primeros días mi cuerpo no aceptaba la comida, era bastante complicado comer sin regurgitar después, sintiendo incluso lástima de desperdiciar toda esa comida.
Mia visitas con Dipper eran frecuentes, lo ayudaba con los deberes de la casa como eran la limpieza y el pagar los gastos de agua, luz, etcétera.
Cada día me despertaba, me miraba en el espejo y sonreía, cada que salía de la ducha me observaba desnudo y me hacía halagos a mí mismo acabando incluso a carcajadas de las cosas tan bobas que lograba decirme.
Cada noche, antes de dormir, acariciaba mi rostro, mis manos, sintiendo como con el pasar de los días iban adoptando de a poco carne, un aspecto más humano.De a poco la ropa que utilizaba me comenzaba a apretar, mis caderas no entraban, los boxers se volvían incómodamente ajustados y las playeras ni se diga.
Un mes pasó para que volviera a ir con el hombre que me recetó todo aquello en lo que había estado trabajando para oír un;
—Cincuenta.
Uh, no saben cuánto me frustré, él me felicitó ante la iniciativa pero yo estaba sacado de quicio, pensé que serían veinte más, era tan difícil subir de peso. Ahora me pregunto ¿Cómo le harán los gorditos? ¿Debía preguntarle a Grenda? No, se vería muy ofensivo de mi parte.
Y aunque no lo notara, el cuerpo de Dipper era al revés, comenzaba a tornarse pálido, delgado y ver la sonrisa en su rostro era cada vez más difícil de conseguir.
Aun recuerdo aquél día en que me solté a llorar sobre tus pies Dipper, porque intentaba de todo y no podía verte sonreír, no escuchaba tu risa e incluso, ese mismo día te rogué por un beso.
Pero, me negaste.