Con la muerte, cara a cara.

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Capítulo 2:

El olimpo, con sus enormes palacios de piedra caliza y mármol, gigantescos pilares tallados con las figuras corpóreas de los dioses, solo los que valían la pena, dioses como él no estaban en la lista de los deseados. Justin caminó sigilosamente por la enorme plaza de Artemisa, fue inspeccionando cada centímetro que pisaba, sus ojos se colmaban de luz y serenidad. Los dioses que estaban a su alrededor lo ignoraban por completo, su presencia no era deseada y todos sabían el porqué de su visita. 

-Joven Athos.- Una voz gruesa y avejentada se hizo oír a sus espaldas, se giró y vio a la encarnación de su odio, el padre de su madre, su abuelo Lucius. Este hombre de apariencia tranquila, creciente barba blanca y unos cuantos centímetros más alto que él, fue el que desterró a su pobre madre a la penumbra eterna. Ella se encargó de hablar pestes de Lucius, tanto así fue que Athos albergaba en un rincón de su alma el mayor desprecio para este hombre, que ahora estaba justo enfrente de él.

-Lucius.- Solo eso pudo decir. No quería mediar palabra alguna con este ser despreciable para él. Sin esperar nada, comenzó a caminar de nuevo hacia el palacio de Eustas y Anhora. Su abuelo no lo detuvo, pudo comprender perfectamente los sentimientos que revelaban los ojos de su querido nieto, era la primera vez que lo veía y seguramente la última. Justin no hizo caso a ese encuentro, era mejor pasar todos esos pensamientos y sensaciones que lo invadieron.

-Posee la belleza de su madre, pero el odio de su padre.- Comentó Lucius a su acompañante Maximus, ambos giraron y volvieron a su intrincada discusión sobre la unión de Athos y Afrodis. Ese era el comentario de todos los dioses del olimpo. 

Según la profecía escrita por Zeus y Leto, Afrodis y Athos debían viajar juntos por el resto de los días. Cuando la joven cumpliera sus eternos 18 años, el hijo de las tinieblas y poseedor del poder más potente del mundo mortal, la muerte, entraría por primera vez al Olimpo. Se le permitiría pisar suelo sagrado, solo para ir en busca de la mujer más bella del universo, la diosa del amor, que albergaba en su anatomía la fuerza más poderosa de los mortales, el amor. Cuando ellos se unieran en su búsqueda de almas y combatieran, desatarían tempestades arrasadoras y el vencedor se llevaría esos espíritus a su lugar de origen, el Hades o el Edén. Una vez que estas almas descansaran un tiempo prudencial volverían a la vida, en cuerpos nuevos, emprendiendo el ciclo nuevamente. 

Pero había un pequeño problema, Zeus había quitado una parte importante de su profecía. Nadie la conocía, sólo él y Leto, ambos guardaban en un silencio máximo ese detalle, ni siquiera sus hijos lo sabían y era por el bien del universo, o al menos eso decía el dios del rayo. 

Justin, o mejor dicho Athos, estaba parado justo enfrente de la enorme puerta de madera terciada tallada con cuatro figuras bien marcadas, eran Eustas, Anhora, Bhatliatus y una pequeña Afrodis. Después de dudar unos cuantos minutos, si entrar o no, una fuerza que surgió del interior de su pecho lo hizo avanzar, entró a un enorme salón ventilado y muy iluminado. Todo era blanco y enormes estatuas de mármol se levantaban ante sus ojos, se veía tan pequeño en esa inmensidad que los nervios le temblaron. 

-¡Señor Eustas! ¡Señor Eustas!- Gritó una joven que lo vio observar una pintura antigua. Y en cuestión de minutos una horda de hombres lo rodearon, Justin se giró y los miró divertido.

-Que buen recibimiento.- Dijo tranquilo y se cruzó de brazos, mientras se sentaba en la base de una estatua que se alojaba a sus espaldas, una joven de mediana edad, tan bella que era inexplicable su existencia. 

-Por favor, retírense.- Eustas apareció por una pequeña puerta y se depositó justo delante de Justin. – Bienvenido joven Athos.- Justin miró la mano extendida y sonrió mientras la tomaba con fuerza, dejando en claro su punto.

-Vengo con poco tiempo, creo que no soy bien recibido. Así que…- Justo cuando estaba por terminar la frase Abby pasó corriendo a las espaldas de Eustas, iba acompañada por un hombre, morocho de ojos verdes como el césped regado por el rocío matutino, él la levantó con agilidad sobre su hombro y se frenó bruscamente al ver a su padre junto a Justin. La joven no mostraba su rostro ya que estaba boca abajo y los cabellos le tapaban el rostro, pero Justin sintió como el negro corazón se aceleró en su pecho, tanto que se sorprendió a sí mismo. 

-Bhatliatus baja a tu hermana.- El joven musculoso y bien formado depositó con cuidado a la frágil muchacha, de espaldas a Athos. La intriga iba a volverlo loco, quería comprobar que Afrodis era bella y necesitaba hacerlo. Camino un par de pasos y dejó a sus espaldas a Eustas el cual lo miró sorprendido y un poco enojado, ningún engendro del inframundo le había dado la espalda, cuando iba a llamar su atención Afrodis se giró con una enorme sonrisa en su rostro.

-Padre...- No pudo continuar con su frase, al ver a Justin enmudeció. Ese hombre que estaba justo enfrente de ella a unos pocos centímetros la dejó sin palabras. Sin duda Athos poseía la belleza de todos los hombres del universo. El corazón de Afrodis comenzó a latir con fuerza y sus ojos brillaron cuando el sol golpeó sus pupilas, el color subió a sus mejillas. Justin extendió su mano y acarició la mejilla enrojecida, sonrió y ella no resistió la necesidad de cerrar los ojos, solo por una milésima de segundos, pero fue suficiente para que Justin quedara atónito. 

Justin, sintió la suave piel de la joven y un calor rebrotó en su interior, nunca sintió eso en sus millones de años. Una pequeña corriente eléctrica recorrió el dorso de su mano y la retiró al instante, recuperó la compostura y su rostro se llenó de seriedad, no mostró ningún sentimiento, sus ojos se tornaron oscuros e inmutables, nada reflejaban. Afrodis bajó la cabeza y entrelazó sus manos frente a su estómago, esa mirada la intimidó, de un segundo al otro cambió su forma de mirarla. 

-Mi nombre es Athos, puedes llamarme Justin. Soy la muerte y vengo a buscarte.- Abby levantó la cabeza de golpe y lo miró pálida, ¿la muerte? Ella era inmortal y él no podría provocarle ningún daño. 

-Imposible.- Justin lanzó una pequeña carcajada divertida y tocó el hombro de la joven, la diversión se apoderó de rostro, se lo veía joven y hermoso de esa forma.

-Niña, tú y yo debemos… tú sabes… resolver algunos asuntitos.- Él le guiñó un ojo y ella recobró el color de golpe.

-¿Eres el enviado del inframundo?- La inocente Abby, no había captado la broma que Justin le realizó, pero él no iba a explicársela. 

-Así es. Así que vamos yendo.- Tomó la mano de Abby y comenzó a arrastrarla hacia la salida pero Eustas y lo interrumpió con su voz gruesa y autoritaria, parecida a la de su padre, pero más melodiosa. Bhatliatus se depositó frente a él y lo miro impasible y firme.

-Joven Ahtos o Justin, como guste ser llamado, no puede llevarse a mi hija así. Debemos hablar primero.- Justin se volteó y lo miró sonriente, una sonrisa burda y sobradora, soltó la mano de Abby y siguió a Eustas tranquilamente, con sus manos en los bolsillos y mirando a su alrededor, aparentaba indiferencia pero eso era lo que siempre soñó.

Abby iba junto a su hermano, justo detrás de ellos y recorrió con tranquilidad y minuciosa curiosidad las espaldas de Justin, su trasero, sus piernas y su cabello revuelto. Perfecto, pensó. Athos sintió la mirada constante de la joven y volteó de golpe para sorpresa de Abby y se miraron a los ojos, él divertido y ella completamente avergonzada desvió la mirada hacia el piso.

Novela "El amor Vs. La muerte" F. A. B. AgustDonde viven las historias. Descúbrelo ahora