Cap I: El designo de Zeus.

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Abby, estaba sentada al borde del acantilado, el mismo sitio donde había saltado su mejor amigo, el único con el que podía hablar sinceramente y confesarle sus más íntimos secretos. Su mejor amigo, que ya no estaba y todo por su culpa y por su belleza, que más que un don era una maldición. Odiaba ser hermosa, prefería ser como su prima Rodha, la cual no poseía el don de la belleza, pero si tenía el alma pura y elegante, quería que la amaran por su persona no por su cuerpo y lo peor era que ella era inmortal y por lo tanto, sería así hasta el fin de los tiempos. 

Lloraba desconsoladamente mientras desperdigaba pétalos de rosas negras, que el viento de otoño lanzaba hacia el vacío, ahí donde estaba Marcus. Le rendía tributo todos los jueves a la misma hora, cuando el anochecer vencía al sol y dejaba una estela de colores sobre el horizonte, la misma hora en la que se precipitó su amigo. Lo extrañaba tanto.

-Afrodis hija, Tu padre necesita hablar contigo.- La dulce y melodiosa voz de su madre la hizo despertar, estaba recostada sobre una gigantesca roca, soñando que Marcus acariciaba su cabello, como siempre lo hacía. Se sentía tan real.

-Madre. Me había quedado dormida por el relajante calor del sol.- 

-Hija, ¿Otra vez pensando en Marcus?- Ella asintió lentamente y los se le llenaron de lágrimas, nuevamente.

-Es que… Lo extraño tanto madre.- Anhora se acercó a su hija y la abrazó intentando calmar su llanto y lo logró, su amor inconmensurable y su paciencia celestial podían domar cualquier sentimiento negativo. 

-Vamos mi niña, sabes que a tú padre no le gusta esperar.- Ambas se levantaron de las rocas y caminaron apresuradamente hacia el palacio.

En el camino su madre no dejó de bromear sobre Eustas y su mal humor, hizo reír varias veces a Abby , tantas fueron las carcajadas que los dioses que se encontraban en la inmensa plaza del olimpo, las miraban cómicos y sonrientes, algo muy extraño.

-Afrodis hija preciosa y luz de mis ojos.- Dijo Eustas mientras se levantaba ágilmente de su sillón de mármol tallado a mano, un obsequio de Gathos, uno de los tantos pretendientes que ella tenía.

-Padre, disculpa las demoras, es que…- Su padre no dejó que terminara de hablar, hizo un gesto invitando a su madre y a ella para que se sentaran junto a él. Ellas obedecieron, pero Abby estaba intrigada por la impaciencia de su padre.

Al instante dos sirvientes vestidos de blanco, muy estilo olimpo, aparecieron. Su padre levantó lentamente la mirada de sus manos hacia los jóvenes y habló, con esa voz tan firme y potente.

-Tráenos racimos de uvas y un poco de vino, por favor.- Adoraba que su padre tratara con dignidad a sus criados, no como los otros dioses, que eran tan pedantes y autoritarios. 

El silencio se extendió por todos los rincones del palacio, solo se escuchaba el susurro del viento otoñal golpeando los cristales biselados con imágenes de los dioses antepasados de su línea familiar.

Como un murmullo la joven rubia como el sol trajo en menos de cinco minutos lo que su padre había pedido. Eustas sirvió tres copas del mejor vino tinto que existía, dulce y picante al paladar, exquisito para acompañar con uvas y quesos varios. Su padre vació la copa de un solo sorbo y eso la sorprendió aún más que su silencio, él era un hombre hablador y coloquial, no era de quedarse callado, salvo cuando había problemas o estaba meditando sobre sus saberes.

Afrodis no aguantó más la presión que ejercía la curiosidad en su pecho y habló, tan claramente que su padre tuvo que abandonar la copa de cristal, ya vacía, y enderezarse para poder responder.

-Padre ¿Cuál es el motivo de esta reunión familiar? No me mal interpretes, adoro que estemos los tres juntos, aunque falte Bhatliatus, pero jamás dejas que tome vino.- Su padre quedó en silencio por un momento, meditando como decirle a su hija la labor tan pesada que debería llevar en sus hombres. 

Novela "El amor Vs. La muerte" F. A. B. AgustDonde viven las historias. Descúbrelo ahora