El primer trabajo.

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Capítulo 4

Abby, está sentada en una pequeña plaza a las afueras de Brooklyn mientras veía como tres niños jugaban en las hamacas rojas depositadas enfrente de ella, la pintura que recubre la arruinada madera estaba descascarada y parecía que si un movimiento brusco era realizado se iba a desplomar aplastando a los pobres inocentes contra la arena húmeda. Justin le indicó que no se moviera del banco pintado de blanco, le exigió que lo esperara mientras él iba a resolver unos asuntos con una rubia voluptuosa que pasó caminando frente a ellos. Los pensamientos de Abby  fueron repulsivos, repudiaba tanto a ese maldito que no podía creer que la haya dejado ahí sola y sentada en un barrio bastante peligroso, ella podía combatir contra cualquiera que se le acercara e intentara lastimarla, pero estaba ahí por una tarea especial, debía convencer a un alma de arrepentirse, el problema era que esa persona que todavía poseía vida, había cometido cuatro crímenes y una infinidad de robos, ¿Cómo un espíritu tan corrompido podría arrepentirse? Ella no sabía la respuesta, pero haría lo posible por tener éxito y arrebatarle la victoria al maldito de Athos.  Afrodis miró hacia su derecha y ve a dos hombres discutiendo acaloradamente, el más alto es de piel morena como el chocolate negro y está increpando al más bajo que es retacón y corpulento, ambos llevan sudaderas de color negro y pantalones de algodón amplios del mismo tono, miraban hacia ambos lados nerviosos, expectantes y susurran palabras inentendibles para la joven.

Ambos se giran hacia ella y se quedan mirándola por unos cuantos minutos, recorriendo su cuerpo y su rostro, Abby lleva una sudadera gris con capucha y unos jeans muy ajustados y oscuros que Justin había insistido que usara, su túnica blanca no sería muy bien vista en este mundo, ridículo, pensó, pero aceptó ya que él era el experimentado. Ambos intercambiaron una serie de breves palabras y se levantaron al mismo tiempo del destartalado banco, caminado directo hacia ella, el más alto se gira y vigila el panorama, a la joven la sangre le hierve en las arterias y su corazón está agitándose a medida que ellos avanzan. El más petiso es el que llega primero y a sus espaldas se para el negro más alto, la miran en silencio y Abby no despega ni por un segundo al mirada de ellos, calculando cada movimiento y observando todos los gestos, la respiración, el parpadeo pausado, el repiqueteo de sus dedos contra el pantalón de algodón bastante sucio, la constante mirada hacia los lados y el silencio sepulcral, todo le daba indicios de sus posibles ataques.

-¿Quién eres?- El más bajo, que parecía un pirata moderno estaba increpándola, su tono era bajo, grave y pausado, no sentía miedo, pero si estaba preocupada, no quería estropear los planes. Si Justin estuviera, eso no estaría pasando.

-Nadie que conozcas.- Al escuchar estas osadas palabras el más alto lanzó una breve carcajada que se silenció por la punzante mirada del mas fornido, era parecido a un personaje de historietas burdo y horrendo, ya que sus rasgos eran tan caricaturescos que a simple vista te daba ganas de reír a carcajadas, la nariz grande y abultada, los ojos pequeños y un tanto rasgados, sus labios eran enormes y carnosos, las orejas sobresalían unos cuantos centímetros de su cabeza y el pelo estaba rapado al estilo militar. Afrodis intentó ocultar su gracia y lo logró, la seriedad se apoderó de su rostro de tal forma que su hermosa cara parecía una piedra, dura y fría.

-Mira niña bonita, quiero que me des todo el dinero que tengas y esa bonita cadena de oro también.- Abby llevó su mano derecha y protegió la fina cadena de oro que su madre Anhora le había regalado al cumplir los 18 años, iba a luchar por ella aunque sea lo último que ese sujeto vea. Cuando estaba por negarse, lista y preparada para pelear con esos dos despreciables individuos, alguien carraspeó su garganta detrás de ellos, ambos negros se giraron y quedaron petrificados. No era Justin, no era nadie que ella conociera, dos nombres bastante grandes y gordos como para remolcar un camión de carga apuntaban a estos dos pobres infelices, uno tenía una glock 17 calibre 9mm y el otro una HK USP Compact Tactical. semi-automática, esto era increíble, ambos apuntaban directo al corazón de sus víctimas, sin problema alguno, mostrando sus armas como si fueran un trofeo que les costó esfuerzo ganar, Afrodis jamás había visto tal puesta en escena, el odio en los ojos, la respiración fuerte y ninguno sentía culpa por esto. Un disparo resonó a pocos centímetros de ella, y el hombre negro más alto cayó rendido al piso tomándose el pecho, la sangre brotaba por una herida lo suficientemente grande como para que quepan dos dedos juntos, su corazón estaba latiendo lento y en cuestión de segundos se paró, los otros tres sujetos comenzaron a correr en direcciones diferentes, su compañero retacón no dudó en huir, algo tan ruin y desinteresado que le provocó repulsión y ella quedó ahí con el cuerpo sin vida del sujeto a sus pies, la sangre roja escarlata se reunía en un charco bajo sus deportivas y no sabía qué diablos hacer.

-Uf… justo a tiempo.- La voz de Justin se escuchó a sus espaldas, se giró y lo vio acomodarse la chaqueta negra sobre los hombros. Lo ignoró y esperó a que él retirara el alma del cuerpo sin vida, le tomó solo un par de segundos y luego ahí estaba, el espíritu del negro maldecía e insultaba sin piedad alguna.

-Escúchame.- La melodiosa y dulce voz de Abby hizo que el alma se detuviera a mirarla, sonrió y luego tomó su mano, la observó por unos cuantos segundos mientras la miraba directo a los ojos.

-Llévame, llévame al infierno, si todas las mujeres son así de bellas como tú, quiero ir ahí. De inmediato.- Justin lanzó una carcajada, pero ninguno de los dos se volvió a mirarlo, Abby sonrió ampliamente y asintió.

-Si quieres que te lleve, primero debes arrepentirte de todos tus pecados cometidos en la tierra. Pero debe ser sincero tu arrepentimiento.- El negro la miró sorprendido y frunció el ceño, dudó por unos segundos pero no se alejó de ella, cayó de rodillas delante de Afrodis y tomó ambas manos de la joven.

-Me arrepiento de todos mis pecados, de todos y cada uno de ellos, quiero ver la luz, quiero estar con Dios.- Justin estaba anonadado, completamente sorprendido, su ceño estaba profundamente ceñido y negaba con la cabeza tratando de comprender como todo eso era posible, no pudo pronunciar ninguna palabra para oponerse y tratar de convencer al desdichado.  Abby ayudó a que él recién arrepentido joven se levantara y lo llevó caminando a un vórtice que emanaba una luz violeta y blanca, profunda y relajante.

-Muy bien… Lo siento no sé tu nombre.- Él hombre se detuvo a su par y quedó hipnotizado por esa hermosa luz, tan refrescante y brillante.

-Malcon, mi nombre es Malcon Thompson.- Afrodis asintió y lo guio a través del vórtice iluminado, él hombre de mediana edad estaba sonriente y feliz, se giró y abrazó a la hermosa joven, con fuerza, agradeciendo en silencio lo que había hecho por él. Ella por un instante pensó que su belleza fue la que la ayudó a conseguir esta hazaña, pero despejó esa idea al instante, no pudo entender por qué Justin no se interpuso o al menos por qué no hizo algo para detenerla, pero eso ya no importaba, había devuelto un alma al Edén y esperaba que la próxima vez tomara un buen camino.

-Gracias.- Fueron las últimas palabras del hombre antes de desaparecer hundiéndose en la incandescente luz.

Ella se giró y miró sonriente a Justin, sus dientes blancos y relucientes asomaron por esos labios rosados y carnosos, él no pudo evitar mirarlos y relamer los suyos.

-Bueno eso fue bastante fácil.- Se paró justo delante de Athos y sonrió burlonamente, acomodó su cabello hacia atrás y un mechón calló sobre su mejilla, Justin lo depositó con su dedo índice detrás de su oreja izquierda y le sonrió a medias fríamente.

-No siempre será así.- Sus ojos no reflejaron nada, oscuros y siniestros, tan llenos de nada, vacíos.

-Espero que no, sino esto no tendría sentido.- La comisura de los labios de Abby se elevaron, un mohín burlón decoró su rostro y él tuvo que inspirar profundamente para no jalarle el cabello y besarla con fuerza.

-Vámonos.- La voz sonó quedada y obstruida en la garganta, se giró y le dio la espalda, ella no se apresuró, camino pausado y lento, lo siguió y de un instante al otro se encontraban en la otra punta del mundo. Indonesia.

Novela "El amor Vs. La muerte" F. A. B. AgustDonde viven las historias. Descúbrelo ahora