El comienzo de la profecía

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Capítulo 3:

Eustas se encontraba sentado en la punta de la enorme y larga mesa de piedra tallada, a su derecha estaba Justin y a la izquierda _____,Bhatliatus se retiró del salón porque su madre solicitaba su presencia en la torre imperial. El silencio era tan incómodo que el aire podía cortarse con una espada, Eustas tenía las manos entrelazadas sobre la mesa y miraba fijamente al joven Athos, él no lo miraba, no podía quitar la vista de Abby, su belleza lo tenía anonadado, ella estaba tan roja que la seda de su vestido se mimetizaba con su piel.

-Veo que disfruta de la belleza de mi hija.- Exclamó Eustas muy cerca de Justin, él volteo lentamente su cabeza y lo miró, la voz no le tembló, él era la muerte y nadie podría intimidarlo.

-Es muy bella, pero no la observo por eso, solo examino su interior, debo conocer a mi acompañante.- Mintió Athos, él muy bien sabía que esos ojos verdes lo tenían cautivado, eran tan profundos que podía perderse en ellos sin esfuerzo y esa boca… para que hablar de su boca, era tan perfecta. Tenía ganas de trepar la mesa y poseerla en ese mismo lugar, frente a su padre, frente a los criados, frente a todos los dioses del olimpo, no le interesaba absolutamente nada. Mientras trataba de controlar las pulsaciones de su seco corazón, convencía a Eustas de que él no la dañaría. ¿Dañarla? Eso era lo último que él le haría. Pensaba que si así de hermosa era su figura corpórea, la verdadera Afrodis podría cegar a cualquiera con solo una mirada. Sacudió la cabeza para eliminar esos pensamientos, no podía creer que así de fácil esa joven, tan joven, se metió en su cabeza calculadora y fría. Él era la muerte no iba a ceder. 

-Espero que luches limpiamente Athos.- Él asintió y sonrió.

-No me gusta correr con ventaja y menos ante una dama.- Miró a Abby que estaba un poco menos roja, podía sentir su aroma desde el otro lado de la mesa, dulce y fresco, hermosa sin duda. 

-Que sea mujer no significa que no sea más poderosa que tú y que pueda vencerte en cualquier momento. Convenceré a todas las almas de arrepentirte y tu maldito mundo se destruirá.- Justin volvió la cabeza de golpe y la miró en silencio, ella estaba seria, fría, la mandíbula rígida y respiraba fuerte, el joven había herido su ego. Ella era fuerte, no dudaba ante ninguna situación y no iba a decaer ante el miedo, iba a vencerlo, se lo había propuesto.

-¿Ah sí? Ya lo veremos pequeña.- Cuando Abby escuchó esa última palabra, la piel se le erizó. Él había osado llamarla “pequeña”, ella era una mujer, una mujer hecha y derecha. Era una diosa del olimpo y no iba a dejar que este engendro del mal la rebajara. 

-Escúcheme bien “dios de la muerte”, no le temo, no me asusta y no voy a ceder antes sus apodos infantiles.- Él sonrió y miró a su izquierda, Eustas ya no estaba, había desaparecido así como si nada, en un abrir y cerrar de ojos y aprovechó esa oportunidad para levantarse bruscamente de la silla y pararse al lado de Abby.

-¿Acaso eh herido tu ego, pequeña diosa del amor?- Vio como Afrodis tomaba un rubor rojo, el coraje estaba brotando y eso era lo que él quería. Adoraba provocar esos sentimientos en las personas, sentimientos malos y bajos y ella pudo percatarse de la estrategia.

-Claro que no. ¿Nos vamos?- Se paró a su lado y ambos quedaron frente a frente, mirándose muy cerca, sus respiraciones se mezclaban. Justin podía sentir el calor que irradiaba su hermosa piel y ella miraba directo a esos ojos avellanados, tan hipnotizantes. Solo los separaba un paso, tres centímetros y él podría probar esos rojos labios, pero se resistió, no iba a caer tan fácil, se volteó y empezó a caminar directo a la salida del palacio, no le dijo ni una sola palabra, ella respiró profundo y cerró los ojos, inhalando el perfume varonil que dejó Justin a su paso y lo siguió. 

Ambos salieron juntos del palacio, afuera los esperaban todos los dioses del olimpo, en formación, como si fueran a presentar armas para el combate, todos en silencio mirándolos fijamente, ella se sintió intimidada y no avanzó ni un solo paso más, Justin caminó hasta las escalinatas pero al ver que Abby no lo seguía se giró y la miró expectante, Afrodis no emitió ningún sonido ni realizó ninguna acción, parecía de piedra, su blanca piel brillaba con la luz del sol.

-Por los malditos dioses del olimpo.- Justin se acercó a ella y la tomó de la mano, la miró a los ojos y sonrió. -- Vamos pequeña, solo son un par de vejetes, no te intimidaste teniendo a la muerte a tu lado, puedes con esto.- Ella lo miró y abrió la boca para pronunciar un conjunto de insonoras palabras y eso lo hizo sonreír aún más, se veía tan frágil y sensible, podría besarla… no él no podría besarla, porque no quería hacerlo. Se negaba a ceder.

-Dijiste “por los malditos dioses del olimpo” yo no soy ninguna maldita diosa.- Justin lanzó una carcajada al aire, cerró los ojos y la tomó de los hombros, la sacudió y luego volvió a mirarla.

-Por supuesto que no eres una maldita diosa del olimpo, eres mi nueva acompañante, mi nueva rival y eso te da un poco más de nivel. Ahora muévete.- El rubio ordenó con seriedad y ella frunció el ceño, nadie le daba órdenes, excepto sus padres.

-Avanzaré porque yo quiero, no porque tú me lo demandes.- Era como una niña pequeña con berrinches, pero ese cuerpo era de una mujer, y las cosas que él podría hacer con ella eran innumerables. Sacudió nuevamente la cabeza y despejó su turbada mente, soltó la mano de Abbyy caminó junto a ella.

Los dioses hicieron una reverencia de forma unánime, ninguno de los dos entendía nada, ¿por qué el olimpo entero estaba arrojando pétalos de rosas rojas sobre ellos y los regocijaban con reverencias silenciosas? Eso nunca había ocurrido y no encontraban una respuesta razonable. 

De repente el cielo se obscureció y la tierra bajo sus pies tembló, comenzó a surgir una neblina densa que no permitía ver más allá de uno. Abby se asustó y se aferró al brazo de Justin, él la miró con el ceño fruncido pero no se alejó. Una figura borrosa y lo suficientemente alta como para parecer un gigante se acercaba por el medio de la plaza principal. Nadie se movió, todos permanecieron arrodillados y en silencio, pareciera que ellos si sabían que ocurría, todos complotados, tal vez la muerte venía a reclamarlos. Imposible, la muerte estaba a su lado y no parecía molestarle el contacto de sus pieles. 

-Afrodis, Athos.- La figura borrosa y gigantesca pronunció sus nombres, ambos avanzaron unos cuantos pasos pero todavía no podían verlo con definición. Pareciera como si quisiera permanecer oculto, escondido y lejos de los ojos de todos los presente, incluido ellos. – Permanezcan en ese lugar.- Las sospechas se confirmaron, él no quería ser visto. Su voz era tan profunda y gruesa que la piel de Abby se había erizado, Justin no se inmutó ni por un segundo, él era Athos, el dios de la muerte, nadie podría provocarle ningún daño.

-Mi nombre es Zeus, el dios del rayo.- Como si una pregunta hubiera sido formulada él la respondió, los ojos de la joven se abrieron de par en par, estaba en presencia de su creador, del creador de todos ellos y se sentía tan aterrador como había escuchado. – Solo eh venido para comprobar que la profecía ha dado comienzo. Espero cumplan todo al pie de la letra. Mis bendiciones.- Y cuando termino de hablar, la niebla se dispersó y todos los dioses se pusieron de pie. Eustas y Anhora estaban justo al final de la muchedumbre, ambos abrazaron a su preciada hija, la felicitaron, pero ella no sabía por qué y luego se alejaron. 

Justin tiró de su mano y la arrastró fuera de las puertas doradas del olimpo, era la primera vez que Afrodis iba a salir de las alturas y sentía una multiplicidad de emociones nuevas, adrenalina, miedo, felicidad y conmoción, quería conocer el mundo entero, el problema era la forma en la que lo iba a conocer.

Novela "El amor Vs. La muerte" F. A. B. AgustDonde viven las historias. Descúbrelo ahora