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Dijo:
-Ven a mi apartamento.
Siempre que alguien me dice eso, armo mi guardia.
Porque o se trata de uno de esos mariconazos del que tienes que librarte hundiéndole la cabeza en lo más profundo del socavón del water y haciendo correr el agua hasta ahogarlo. O se trata de un drug dealer. O de un triste junkie que busca robarte para saciar su vicio. O también de un pimp, tú sabes, esos tipos que controlan mujeres, te las tiran encima, ellas hacen estallar tu cabeza, te tornan loco con sus mamadas salvajes, se te cuelgan de tu miembro y te obligan a que las penetres, te lo bailan con ese vértigo que sólo el cuerpo de esa hijas del pecado tiene y luego el tipo te pide un dinero del que careces, aun cuando tan buen momento hayas pasado. Todo termina mal, amigo. Tienes que meterle un balazo al pimp, que se cae sobre la prostituta y la llena de sangre y ella se pone a gritar Como una perra en celo y tú, para poder irte en paz, para que no aparezcan los curiosos de siempre, gente insidiosa que no bien oye unos gritos espantosos supone que algo serio ha ocurrido, tienes que hacerla callar, tienes que meterle, contra tu voluntad, pues aún recuerdas con ternura sus recientes y salvajes mamadas y ese cuerpo cimbreante que ha enloquecido a tu miembro ahora sereno, con deseos de un momento de paz para reposar, otro balazo entre sus bellos ojos y luego irte, fastidiado por tan mal trago, por algo que no buscaste y suma dos perras vidas a las tantas que llevas sobre tus espaldas sin que eso te preocupe ni te desanime para cargarte las que sean necesarias siempre y cuando tú puedas transitar en paz por este mundo. O se trata de un negro. Situación que soluciono con sólo mirarlo. Pues un negro es un negro y tú se lo dices, le dices que salga, que se haga a un lado, que no sólo es, le dices, un apestoso negro sino también un putazo y me invitas a tu departamento para ofrecerme tu culo de ébano, en el que, si insistes, te daré semejante patada, a ti, estiércol de caníbal, vómito de gorila, que no volverás a poder hacer lo que tanto te gusta, darle la espalda a los hombres como yo, machos blancos de America. O es un judío. Quienes creen que no serán descubiertos tan fácilmente como los negros, pero se equivocan conmigo, mercaderes, porque yo los huelo de lejos, y más aún de cerca, y cuando así los tengo les digo: Me llamo Joe, pero mis amigos me dicen Himmler. ¿quieres averiguar por qué?  Podría seguir sumando. Podría seguir el listado de todos esos tipos que si me dicen Ven a mi apartamento  armo mi guardia, me preparo para luchar, para matar si es necesario. Pero me detendré. No desearía que tú me tomes por un aprensivo, o un receloso. O por algo peor. Te diré qué. He hecho algunos estudios. No viene al caso hablar ahora de ellos.
Pero siempre que estudias algo conoces a esos tipos que creen saber muchas cosas. Oh, mi Dios, ésos son temibles. Esos que andan con libros bajo el brazo y usan anteojos y hablan difícil. He olvidado cómo les dicen. Tengo sólo diecinueve años y algunas palabras se me escapan porque pienso en otras cosas. En las buenas hembras, casi siempre. Intelec-no-sé-cuánto, así les dicen. Cierta vez, hablé con uno de ellos largo rato y le dije las cosas que yo defendía de America. Mierda, tú sabes: mis valores. Esas cosas por las que estás dispuesto a dar la vida o tomar la de otros. ¿No has visto Shane cuando eras niño? Si lo has hecho, sabes de qué hablo. Shane le dice al pequeño, despidiéndose:Crece fuerte y justo. Sólo eso, amigo. Sólo eso necesita un buen americano para entender el mundo y luchar por lo que cree. Habrás oído a nuestros cowboys, a los hombres de las praderas, a los texanos bravíos: Un hombre debe ser lo que un hombre debe ser. Mi idea del coraje es El Álamo, socio. Lo demás es pura charlatanería. Todo esto le dije al idiota devora-libros. Me escuchó silencioso, con el puñal escondido. Entonces habló y dijo una palabra que nunca me habían dicho. Dijo:

-Tú eres un paranoico grave.

Se fue. Sólo pudo hacerlo porque sabía yo de esa palabra menos que nada, o nada. Por decirlo claro:nada. Ni siquiera lo que sé de la historia de este país que estamos arrasando. Que también es precisamente, exactamente nada. Tiempo después consulté un diccionario. Caray, un paranoico es una especie de lunático. El devora-libros había dicho muy tranquilamente que mi sesera no estaba en orden. Que funcionaba mal. Hablé con un farmacéutico al que conocía bien. Peor. Es alguien que se cree perseguido por todos. Eso dijo. Paranoico era eso: un lunático que se cree que todo el mundo lo persigue. A mí no me persigue nadie. Soy yo el que persigo. ¿O no persigo a los negros, a los maricas, a los judíos, a los junkies, a los drug dealers, a las prostitutas, a los comunistas y a todos los infectos, nauseabundos enemigos de America o de mi persona que puedan tener sus roñosas patas sobre este mundo? Oh, mi Dios, ten piedad de ellos. No fui tras el devora-libros. Ni le arruiné su maldita jeta a golpes de puño. Ni lo tiré desde un barranco. Ni le metí tres balas en el ombligo o en esa cabeza de la que tan orgulloso estaba. No lo  hice.
Habría muerto satisfecho. ¿Ves?, habría dicho. Me matas porque eres un paranoico. Imaginas que soy un peligro para ti. Que mi inteligencia lo es. Y le temes porque crees que la inteligencia es judía. ¿Sabes algo? Tienes razón. Los judíos somos más inteligentes que todos los brutos americanos como tú y nos quedaremos con America, me mates o no. Caray, ¿cómo es que sé tan bien lo que piensa? ¿Me estaré pareciendo a él o definitivamente me le parezco y transito ya el camino de la perdición? A propósito de el camino de la perdición, ¿no fue un tal Willard quien me invitó a una aventura que sería un viaje al corazón de las tinieblas? ¿Dónde lo he dejado?

Carter en Vietnam-José Pablo FeinmannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora