Carter en Vietnam-José Pablo Feinmann

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Pasamos juntos, entre alcohol, yerba y hasta buena cocaína, ese largo día. No ignoras, supongo, lo que se suele decir sobre nuestra humillación en Vietnam. Que perdimos esa guerra por entregarnos a las drogas. Que un 30% de nuestros guerreros se pegaba con todo cuanto pudiera, que viajaba por los aires, que hasta el opio iba de un lado a otro. Y todo cuanto quieras imaginar. Que las drogas nos llevaban a escuchar demasiada música. La que traían de America los compañeros que habían conseguido la piedad de una licencia. Regresaban con lo mejor: con Jimmi Hendrix, Frank Zappa y The Mothers of Invemtion, con Grateful Dead, con The Doors y con Airplane.
Qué, de qué nos pueden acusar, qué mierda saben quiénes nos acusan. Sólo eso faltaba:que fuéramos culpables de nuestra derrota. Un soldado nunca debe sentirse culpable. Si pierde una guerra, sabrá actuar mejor en la próxima. Debe pensar: en algún punto, en algún momento debo haber sido menos cruel de lo necesario. No volverá a ocurrir. Si lo pienso, sólo este punto se nos podría cuestionar. Tal vez debimos actuar con mayor ferocidad, ensañamiento. Mas, ¿habría sido posible tal cosa?, ha dicho Austin Sanders. Vietnam, si algo expresó, fue hasta qué punto puede llegar la crueldad del hombre. No, Carter, yo puedo decírtelo: soy incapaz de imaginar mayores crueldades que las ejercidas por mí. Fue una guerra incomprensible. Porque una guerra siempre la gana el que mata más hombres que su enemigo. Nosotros perdimos cincuenta y ocho mil. Los rojos, setecientos mil. ¿Sabes, hijo, cuantos de los nuestros habrían tenido que morir para alcanzar el equivalente de esa cifra? Diez millones. ¿Cómo es posible que nos hayan echado? ¿Que Saigón se convirtiera en Ho Chi Minh? Sólo algo se me ocurre: los vietnamitas peleaban por su patria. Los nuestros, ahí, en esa selva, en ese mundo inverosímil, en medio de ese calor, hundidos en el  corazón de la barbarie, no alcanzaron a entender que peleaban por la suya.