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El apartamento era una pocilga pestilente. Me pregunté cómo un Capitán del Ejército de los Estados Unidos de America podía vivir así, entre basura, olores que te astillaban la nariz y comida de varios días podriéndose aquí, allá, en todas partes. Me miró de reojo. Tenía una jeta de tipo duro. De valiente. Pero algo lo atormentaba.
-Veo que te molesta la pestilencia de ese lugar. Olvídala. Estaremos poco aquí. Mañana partiremos. Y habrá lugares más execables que éste, Carter. Al menos, ninguno de los olores que hay aquí proviene de un cadáver.
-No crea, Capitán. Hay un par de ratas muertas. Y hasta creo haber visto un gato.
-Cadáveres humanos, dije.
-No veo ninguno por aquí.
-Sentémonos.
Tiró al piso todo lo que había sobre una mesa. El estruendo fue considerable. Nos sentamos frente a frente. Tenía ojos azules. Siempre he querido tener ojos azules, carajo. Sépanlo: no los tengo. Tampoco soy rubio. Tengo un pelo amarronado. Color mierda. Pero brilla, destella durante el día y si alguna hembra lo acaricia durante las noches se pone terso, amable. Soy un tipo con una buena planta. Probablemente Willard haya visto eso en mí. Soy duro, mis músculos revientan mi chaqueta de soldado.
Willard dijo:
-De la misión en que participarás nada puedo decirte. Vamos en busca de alguien. Nos internaremos por el río hasta el límite con Camboya. Seremos pocos. Confía en un tipo llamado Chef. Le dicen así porque ha sido eso: ha sido chef.
-Nos hará buenas comidas.
-¿Te importa eso? ¿Crees que esta misión es para comer manjares?
-No, Capitán Willard. Me importa llegar hasta ese alguien al que usted busca. Debe ser importante. 
-Lo es.
-Él es el objetivo de la misión.
-Lo es.
-Piensa usted en él durante todo el largo día y la larga noche. No puede dormir. Lee una y otra vez los informes que le han dado. Se pregunta qué hace ese hombre en ese límite, Camboya. No debe de ser cualquier hombre, Capitán. Recorrer tantas millas para llegar hasta él lo torna importante. Si es un soldado, Su rango debe ser elevado. Coronel, tal vez. Su importancia remite a algo más: debe de haber pertenecido a la elite de esta guerra. Ha sido un Green Beret. Qué duda cabe. Y se ha rebelado. Es un desertor, pues es en el infierno donde está. Ha sido un gran oficial. Ha merecido muchas medallas. Se ha educado en las mejores academias de guerra. Usted le teme. Le teme porque él ejerce un poder extraño en su corazón. Usted, día a día, se ha identificado con el objeto de su búsqueda. Usted está a punto de ser él. Este viaje lo es hacia el interior de usted nismo, Capitán Willard. Y eso le produce pavor.
-Carter, ¿qué edad tienes?
-¿Qué importa eso? Soy lo que la guerra requiere de mí. He tenido además un maestro pavoroso, pero inmenso. Un hombre superior. Alguna vez le hablaré del teniente Austin Sanders, Capitán.
-He oído de él las peores cosas.
-¿Por qué no? Esas cosas lo tornaron sabio.
-He oído que es un asesino.
-¿No hará eso de nosotros esta misión?
-Siempre cierras mi boca, Carter. Pero hay algo que me llena de asombro: hablas como un adivino, Como un brujo.
-¿Ha oído hablar de los hombres transparentes, Capitán? Hay hombres que lo son. Pero no para todos. Sólo para algunos. Muy pocos. Usted lo es para mí.
-¿Desde cuándo?
-Desde que entramos en este apartamento.
Willard se puso de pie. Había una botella de scotch. Llenó un vaso maloliente que encontró por ahí. Bebió. Me miró. Nos miramos.
-Compartir su pavor le hará bien,  Capitán.
Reventó el vaso contra una pared.
-¡Mierda, lo has conseguido! Sí, es Coronel, no duermo pensando en él, leo día y noche lps informes que me han dado, es como si le hablara, es como si me respondiera: "Ven, Capitán Willard. Atrévete a llegar hasta mí. Sólo tienes que penetrar en el corazón de las tinieblas. En el corazón de la locura. Sólo tienes que ser como yo. Un insano, Como te han dicho tus superiores. Sólo tienes que hundirte en el abismo de la barbarie. No lo sabes, pero de ahí vienes. Viajas hacia ti mismo".
Sí, ha sido un Green Beret. Ahora es un desertor. En ese límite, casi en Comboya, donde está, ha instaurado un reino de horror. Tiene a su servicio una tribu de guerreros Montagnards, hace con ellos su propia guerra. Una guerra primitiva, salvaje, irracional. Dice que esa guerra expresa, descaradamente, la que nosotros hacemos. Que él y nosotros somos iguales.
-Ese hombre es muy peligroso, Capitán Willard. Hay que eliminarlo.
-Con extremo perjuicio. Ésa es la orden que recibido. Su nombre es... ¿Cómo me has llevado a decir todo esto, Carter? Nada de lo que dije debí decirlo. Hace apenas unas horas que te conozco. No eres más que un simple soldado y no has cumplido aún tus veinte años.
¿Cómo ha sido posible?
-Éste es un viaje al infierno. A la locura. ¿por qué no aceptar que requería esta incoherencia? Todo relato es sorpresivo. Acabamos de vivir una escena imposible. Es inverosímil que yo hable como lo hice. Pero la trama lo necesita. Necesita ser inverosímil. Sólo resta algo.
-Sí, lo se.
-Dígalo.
-Se llama Kurtz.
A la noche partiríamos rumbo al límite con Camboya.
Rumbo al Coronel Kurtz y su tribu de guerreros Montagnards.
Lejos, en el corazón de las tinieblas.

Carter en Vietnam-José Pablo FeinmannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora