Miro con disimulo en dirección a Samo Está revisando los nuevos gráficos de la campaña publicitaria correspondiente a Nahuel SRL. Sus espesas pestañas negras proyectan una sombra sobre sus ojos color avellana. Se ve tan pacífico y relajado que nadie creería lo inquieto que era en el colegio. Recuerdo lo unidos que éramos y como solíamos pasar las tardes de ocio deambulando por algún parque. Ahora esos tiempos los veo muy lejanos. Con cada nuevo día que pasa nos vamos convirtiendo más y más en extraños.
Hace una semana, aproximadamente, comencé a ensayar las palabras que le diría para confesarle mis sentimientos y exponer mi corazón ante él, sé que lo más probable es que sea rechazado, pero debo sacar lo que siento fuera de mi sistema para poder continuar con mi vida. Lo veo entrar a la sala de fumadores y es cuando pienso que debo actuar. Lo sigo y me cercioro de que no hay nadie más en la sala. Pronto las palabras serán dichas y todo lo que me ha atormentado desde la escuela media quedará revelado liberando el camino para poder avanzar. Samo está solo fumando cerca del ventanal, es momento de hablar.
̶ Desde hace mucho tiempo me gustas, no como amigo, sino como pareja. ¿Saldrías conmigo?—me veo en la necesidad de utilizar toda mi energía para pronunciar esas palabras. Nunca creí que podría reunir el valor para confesarme, pero finalmente lo hago. Estoy de pie, temblando nerviosamente, frente al ventanal de la sala de fumadores.
—Lo siento. Ya tengo a alguien especial—luego de un breve titubeo, Samo finalmente pronuncia las terribles palabras. Uno puede imaginarse los peores escenarios posibles cuando se declara a una persona de su mismo sexo, pero nunca se está realmente preparado para ser rechazado. Siempre duele <todo acaba aquí, este es el fin de años de amor secreto y una dolorosa amistad> pienso con resignación. La luz del sol proyecta sobre el piso de la sala la sombra larga de un hombre compungido, mi sombra, con la cabeza colgando tristemente hacia el piso. Pienso que aun es demasiado temprano, quedan cerca de cuatro horas, que serán interminables, para finalizar la labor del día.
Paso el resto del día evitándolo <idiota, idiota, idiota ¿por qué no me confesé al final de la jornada? Al menos de ese modo tendría todo el fin de semana para reponerme>. Me regaño a mi mismo por la falta de autocontrol mientras con la mirada busco a algún asistente desocupado. Todos los proyectos se los envío con algún subordinado para no tener que enfrentarlo <cobarde>. Doy pena, soy lamentable.
Salgo de la empresa de diseño publicitario, donde soy el encargado de la cartera de clientes y voy derecho a un bar a matar las penas. Es viernes y no debo volver al trabajo hasta el lunes así que no hay problemas con sumergirme en el pacífico mundo de la inconsciencia, arrastrado por el alcohol. Bebo hasta que cierran el local y deambulo sin rumbo por más de una hora, sin ánimos de volver a la soledad de mi departamento. Ya cansado me dispongo a regresar y dormir hasta olvidar el mundo, pero cuando veo que hay un bar aún abierto, no lo pienso dos veces y entro para seguir bebiendo hasta que pierdo el conocimiento entregándome a la paz de la nada.
Perfecta receta para el desastre.
<Oh! Que sed que tengo... mmm la cabeza me está matando, Dios no quiero abrir los ojos> abro los ojos lentamente esperando encontrarme en mi habitación, pero lo que veo me resulta completamente desconocido. Me incorporo en la cama y miro mis piernas con creciente asombro < ¡¿qué demonios hago usando medias de red?!> llevo puestas unas medias negras de red que no tengo ni idea de donde las conseguí ni de por qué las uso. Me incorporo dolorosamente y camino hasta el baño. Mi trasero duele terriblemente. Tengo la sensación de que anoche hice algo de lo que me voy a arrepentir por mucho tiempo. Entro al baño y me dispongo a darme una ducha para quitarme los vestigios de una noche de excesos. Cuando termino de asearme me coloco la nívea y esponjosa bata que el hotel ha dejado doblada en el baño. Al menos por esta bata sé que es un buen hotel y no un antro cualquiera. Apenas abro la puerta llega a mis oídos los inconfundibles gemidos de un hombre haciendo el amor, pidiendo con urgencia más. Salgo con el doble de ansiedad de la que tenía cuando desperté. Miro hacia el televisor, frío transmisor de los gemidos, y me veo siendo sodomizado por otro hombre a quien no se le ve el rostro debido a una máscara y que tiene una cicatriz enorme que le atraviesa la espalda. Un escalofrío me recorre el cuerpo de solo imaginar la magnitud de esa herida y en qué oscuras circunstancias habrá sido hecha. Mis ojos se fijan, ahora en mi imagen. Las medias de red resaltan sobre mi piel blanca y los gemidos que antes escuchara salen de mi boca obscenamente abierta. Estoy aterrado por lo que estoy viendo.