Estoy en la oficina terminando de organizar los documentos que habilitan el proyecto de la firma Nahuel S.R.L. para llevárselos a Samo así los firma y terminamos nuestra parte, luego solo resta esperar el impacto que cause una vez la campaña esté en las calles. Tomo los documentos y los ordeno en una carpeta de papel nueva. Me dirijo al baño a fin de cambiar mi camisa, ritual que siempre hago cuando tengo que hablar con Samo, y noto que en su lugar está la camisa manchada de Caleb. La miro en silencio unos segundos y siento una extraña inquietud, no lo he visto en lo que va del día. Me pregunto si habrá venido a trabajar. Renuncio a cambiarme de camisa y descarto los pensamientos sobre Caleb, debo terminar con mi trabajo ya luego veré que le sucede.
Llamo al ascensor y espero tranquilamente. Siento que alguien me está observando y me giro para ver quién es, pero no hay nadie. Las puertas del ascensor se abren y me encuentro con la señora María que lleva unos cables y otros menesteres que desconozco. La saludo con una inclinación de cabeza y una breve sonrisa y ella me devuelve el mismo saludo. Tengo muchas ganas de preguntarle por Caleb, pero al mismo tiempo me inquieta pensar que tal vez es porque quiero verlo. ¿Por qué siento tanto su ausencia? No han pasado ni veinticuatro horas desde que nos separamos anoche, no debería preocuparme. Busco una justificación a mi inquietud que me resulte más cómoda y llego a la conclusión de que lo que me asusta de no haberlo visto es pensar en que estará haciendo. La imagen del padre de Jared ahogándose con sus propios mocos, de rodillas en el suelo orinado del callejón viene a mí con horrible claridad y la rechazo de lleno buscando reemplazarla con otra imagen más amena, con la imagen de Caleb riendo en el suelo de mi sala.
—Perdone mi indiscreción— la voz de la señora me libera de mis torturantes pensamientos. La miro esperando que me diga cuál es su indiscreción—se rumorea desde esta mañana que usted y mi jefe están saliendo—me quedo petrificado con la boca abierta sin saber que responder— ¿Es esto cierto? No quiero ser indiscreta, por favor no me mal entienda, es solo que Caleb es como un hijo para mí—si lo niego y se entera estoy seguro que se pondría furioso.
—Sí, estamos saliendo—logro decir con una sonrisa como si realmente estuviera feliz de estar con él—pero sería bueno que nos guardara el secreto por un tiempo, es que hace muy poco que hemos empezado esta relación. Me gustaría que estuviera lo suficientemente afianzada cuando se haga pública—la señora María no parece convencida y por unos segundos que me parecen eternos, se queda mirándome con el seño fruncido.
—Morgan, ¿verdad? Déjeme decirle algo, y espero no sonar impertinente con lo que le voy a decir pero, si hace sufrir a Caleb será terriblemente ofensivo para mí—su mirada es severa como la de una madre cuando regaña a un niño que se ha portado mal lo cual me llena de ternura, es notable como ese hombre logra tanto cariño entre quienes lo rodeaban—Espero que entienda por qué le digo esto, es que Caleb es un hombre muy especial que sabe ganarse el cariño de la gente—la mujer sonríe y mueve la cabeza como si estuviera negando algo—¡Qué tontería! Usted debe estar pensando que comparada a la familia de Caleb, yo no inspiro más que risa.
—¿Familia? —pregunto por inercia, Caleb jamás ha nombrado a nadie de su familia, hasta el momento pensaba que, al igual que yo, él no la tenía. La señora María me observa realmente sorprendida.
—He hablado de más, pido disculpas—las puertas del ascensor se abren y la señora sale huyendo de mí lo más rápido posible, sin darme tiempo a seguir preguntando. Lo que acaba de suceder me ha dejado completamente inquieto ¿Qué tiene de malo la familia de Caleb? ¿Por qué da la impresión de que es un alto secreto?
—¡Ah! Morgan estás ahí, apresúrate que ya viene el mensajero para llevarse los documentos ¡Por Dios, Morgan, no puedo esperarte todo el día! —Samo logra que mi mente se centre una vez más en el trabajo. Me apresuro y entro a la sala de conferencias donde me está esperando. Se ve muy molesto, ni siquiera es capaz de mirarme a los ojos—Deja las carpetas aquí, ahora mismo las firmo, no es necesario que te quedes, yo me encargo de entregárselas al mensajero—hace un gesto con su mano invitándome a salir de la sala y pienso que esto ha llegado demasiado lejos. Debo hablar con él y hacerle entender que un hombre gay también sabe aceptar un rechazo dignamente.