DOMINGO

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Abro los ojos a una mañana demasiado brillante para los ánimos sombríos con los que he despertado. La luz del sol se filtra por mi ventana e ilumina hasta la mitad de la pared del lado opuesto. Debe pasar de las once de la mañana. Nunca desde que terminé la escuela media me he levantado tan tarde. El cuerpo me reclama dolorosamente por una noche de malestares y angustias. He pasado la noche entre pesadillas de demonios de ojos verdes y pensamientos sombríos mientras vomitaba en el baño. La ropa que usé la noche anterior yace hecha un montón a los pies de mi cama. Veo la tierra pegada a mis pantalones e inmediatamente viene a mi memoria la imagen de Caleb de pie frente a mí mientras lloro en un sucio callejón. Me pongo de pie con la poca dignidad que me queda, elevando el mentón con desafío ante un Caleb imaginario, entro al baño y los recuerdos de la mala noche pasada vuelven a mí con claridad, toda la dignidad que había logrado reunir queda reducida a una humillación que jamás quise y que no merezco. Mis nervios no podrán seguir resistiendo estos vaivenes entre el Caleb amable y el demoniaco. < ¿Acaso no puede ser más constante en su amabilidad?> Abro el agua de la ducha y cuando se entibia me pongo bajo la seductora lluvia, la calidez del agua relaja mis músculos maltrechos por la tensión constante. Pienso en lo agradable que sería ser amigo de su lado cordial, como lo es Jared, salir a caminar o tomar algo después del trabajo. En cambio yo debo convivir por un año con sus dos personalidades.

Salgo de la ducha y voy secándome mientras busco algo que ponerme. Quiero dejar de pensar en todo lo ocurrido hasta ahora porque temo que enloqueceré si no lo hago. Hurgo en el cajón de la cómoda y escojo un pantalón de algodón deportivo, una remera vieja sin mangas y me calzo unas zapatillas para correr. Voy a la cocina y tomo del refrigerador una botella de jugo y bebo directo de ella. No hay tiempo para buscar un vaso, quiero salir a correr, quiero dejar de pensar. Coloco llave a la puerta y saludo a mi vecina por costumbre, siempre está mirando por la ventana en busca de algo que le brinde un poco de emoción a su aburrida vida.

Camino un poco hasta la esquina y luego troto hasta el parque para entrar en calor. Cuando llego al parque comienzo a correr como si eso me alejara de mis actuales problemas, las gotas de sudor no tardan en acudir a mi rostro y poco a poco la remera comienza a tomar tonalidades más oscuras en las zonas donde hay más sudor. Hay poca gente ejercitándose para ser un día domingo, pero si hay bastantes familias pasando un día de campo. Hace un día hermoso, el aire se siente limpio y purificador y hay mucho verde relajante alrededor. Me concentro solamente en mi respiración y en el cielo limpio y celeste que hay hoy. Mi respiración es rítmica y mi velocidad es buena, puedo sentir como se renueva mi energía, siento que puedo afrontar lo que venga. Estoy dando la cuarta vuelta al circuito, estoy renovado y cuando pienso que podría dar una quinta vuelta me da un calambre comienzo a dar saltitos en un solo pie para frenar la inminente caída, pero no lo consigo del todo y caigo al suelo adolorido. No puedo ponerme en pie, creo que me he desgarrado. Intento incorporarme una vez más pero se me está haciendo imposible, pienso que no hay otra cosa que hacer más que quedarme en el piso y esperar a que amaine un poco el dolor. Intento llegar a la vera del camino cuando una mano rodea mi cintura y sin ningún problema consigue ponerme en pie.

—Iba camino a tu casa cuando te vi corriendo—Caleb me acompaña hasta un banco sin soltarme. Estamos tan cerca que puedo oler su perfume y ver la sombra, tenue, de una barba de claro color—Me pareció que lo estabas disfrutando y no quise interrumpirte así que me quedé sentado en este banco observándote pero cuando vi que caías me asusté un poco—toma mi pie y lo pone sobre su rodilla. Algo en mi interior se agita cada vez que él me toca, pero jamás seré capaz de admitirlo. Levanta con cuidado la pierna del pantalón y mira detenidamente el músculo adolorido enviando a través de su mirada, sin saberlo, una corriente eléctrica que recorre mi cuerpo—parece que no es nada grave—dice mientras masajea la parte baja de mi pierna. Intento controlar el deseo que despierta en mí, deseo y miedo irracional mezclado—está un poco acalambrado nada más—continúa con el masaje dando calor a mi pierna y logrando que poco a poco el dolor disminuya. Luego de unos minutos de contacto, finalmente puedo recuperar la calma.

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