No fue a la tercera cita, ni a la cuarta, sino a la quinta cuando sus manos exploraron sus respectivas pieles y sus lenguas recorrieron cada recoveco y reconocieron cada fluido del cuerpo de la otra. Lexa era tímida y era reservada y Clarke sabía lo que quería y no le importaba esperar para conseguirlo. Así cita a cita, susurro a susurro, caricia a caricia, beso a beso, fueron construyendo una hermosa relación que les hacía sentir dichosas. Así mientras las delicadas manos de Lexa acariciaban suavemente la nuca de la rubia, la experta lengua de Clarke estimulaba el centro del placer de la castaña de los ojos verdes y los dedos de Lexa colmaban juguetones el interior de la rubia, las dos fueron construyendo un cariño inmenso, un amor correspondido, una relación sólida.
Lexa era la propietaria del pequeño piso donde residía y Clarke vivía de alquiler en un precioso ático, así que fue bastante natural que, cuando los dueños del piso de la rubia decidieron no renovarle el contrato, Clarke acabara instalándose en casa de su amor. La convivencia entre ambas era sencilla; por encima de los pequeños detalles que las separaban estaba el inmenso amor que las unía. Cualquier pequeño roce se dirimía entre las sábanas y se olvidaba con el placer de despertar una en brazos de la otra.
Solo había un tema que las hacía enfurruñarse de vez en cuando y que procuraban evitar: Raven y Octavia. Cada una defendía las motivaciones de su respectiva amiga y aunque cada una de ellas había seguido más o menos con su vida, nunca habían querido juntar a las dos pandillas para evitar roces innecesarios. Clarke disfrutaba tremendamente de la compañía de Raven, Luna y Anya (quienes, por cierto habían comenzado por fin una relación) y Lexa se divertía con Octavia, Gina y Harper, quienes estaban encantadas con ella. Aquella noche venían a cenar las amigas de Lexa y Raven apareció del brazo de una espectacular rubia. Clarke, la verdad, estuvo muy poco amable con ella y a su chica no le pareció bien, por eso cuando las amigas se fueron a sus casas después de cenar y tomar una copa, Lexa le afeó su actitud a Clarke.
- ¿Qué ha sido eso? -le dijo Lexa a Clarke un poco enfurruñada -¿Por qué has estado tan seca con la amiga de Raven?
- Querrás decir con su ligue, con su rollo, con su amiguita... -comentó despectivamente Clarke.
- Su lo que sea -continuó Lexa- ¿Quiénes somos para juzgarlo?
-Sus amigas -contestó rotunda Clarke-. Tú debieras querer lo mejor para Raven. Y lo mejor, desde luego, no es esa descerebrada que traía del brazo...
-Lo mejor para ella es que sea feliz. Y a nadie más que a ella le corresponde juzgar y decidir qué o quién le hace feliz -comentó Lexa un poco cansada de tener que defender lo que era lógico.
- ¡Pero si no la quiere! ¡Si era una sosa! -exclamó la rubia volviendo los ojos. No entendía cómo Lexa podía defender a la amiguita de Raven.
- Lo que una no quiere, otra lo está deseando. Que no te guste a ti o a mí no quiere decir que no le guste a Raven -quiso zanjar Lexa.
-¿Lo ves? A ti tampoco te ha gustado nada... -dijo Clarke con cara de satisfacción.
-Pero te vuelvo a repetir que no es a mí a quien le tiene que gustar, sino a mi amiga. Y mi deber es estar ahí para apoyarla -quiso dejarle claro Lexa. Seguía sin entender la actitud de la rubia...
-O para aconsejarla -insistía en sus argumentos una y otra vez Clarke.
- ¿Tú has visto que Raven nos pidiera consejo? ¿Y además, qué mal le ha hecho esa chica para que yo tenga que prevenir a Raven en su contra? -comentó Lexa.
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AACLARKE (COMPLETA)
RomanceClarke entró como un torbellino en la vida de Lexa. Se vieron en un bar de ambiente y a los cuatro meses se había mudado a su apartamento. Clarke es periodista, Lexa es químico; Clarke es alegre y desorganizada, Lexa es equilibrada y metódica; Cla...