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Minho, Newt y yo llevábamos cuatro películas de nuestro maratón de James Bond cuando mi madre llamó a casa por sexta vez consecutiva en cinco horas. Ni siquiera me molesté en mirar el identificador de llamada. Sabía que era ella. Newt puso los ojos en blanco y le dio al botón de pausa.
–¿Es que cree que vamos a ir a algún sitio? ¡Estamos en plena ventisca!
Me encogí de hombros y levanté el teléfono.
–No ha habido suerte –dijo mi madre. De fondo se oía una voz hablando muy alto sobre la importancia de proteger la patria.
–Lo siento, mamá. Menudo fastidio.
–¡Esto es ridículo! –gritó ella–. No encontramos ni un solo vuelo, a ninguna parte, mucho menos a casa.
Llevaban tres días atrapados en Boston. Habían asistido a una asamblea de médicos. Mi madre empezaba a desesperarse por el hecho de estar pasando la Navidad en Boston. Como si la ciudad fuera una zona en guerra. Sinceramente, a mí esa situación me parecía emocionante. Había una parte de mí a la que siempre le habían gustado el dramatismo y lo catastrófico del mal tiempo. La verdad, cuanto peor fuera la ventisca, mucho mejor.
–Sí, es un fastidio –repetí.
–Se suponía que la ventisca empezaría a amainar esta mañana, pero está todo atascadísimo. Ni siquiera pueden garantizarnos que lleguemos mañana a casa. Tu padre está intentando alquilar un coche, pero hay unas colas larguísimas. Y aunque lográsemos alquilarlo sería a las ocho o nueve de la mañana. ¡No llegaríamos ni conduciendo toda la noche! ¡No podemos pasar la Navidad separados!
–Me iré a casa de Newt –contesté–. Él me ha dicho que sus padres están de acuerdo. Abriré todos mis regalos y les contaré que mis padres me han abandonado, y entonces Newt se compadecerá de mí porque mi madre no me quiere y me dará uno de sus paquetes –miré a Newt y él sonrió con suficiencia.
–Thomas... –dijo mi madre con tono de desaprobación.
No le iban mucho las bromas. Tenía el carácter ideal para su profesión. Es decir, no sería muy conveniente que una cirujana oncológica llegara a su consulta y soltara: «Un tipo entra en un bar. El barman le pregunta: "¿Qué va a tomar?". Y el tipo dice: "¿Qué tiene?". El barman le responde: "No sé qué tengo yo, pero usted tiene un melanoma en fase cuatro"».
–Solo quería decir que estaré bien. ¿Van a volver al hotel?
–Supongo, a menos que tu padre consiga un coche. Estos días está portándose como un santo.
–Vale –dije.
Miré a Minho y vi que me decía: «Cuelga-el-teléfono» moviendo los labios. Tenía muchas ganas de volver a mi lugar en el sofá, entre Minho y Newt para seguir viendo cómo se las apañaba el nuevo James Bond para cargarse a la gente de formas alucinantes.
–¿Va todo bien por ahí? –me preguntó mi madre.
¡Por el amor de Dios!
–Sí, sí... Bueno, está nevando. Pero Newt y Minho están aquí. Y la verdad es que no pueden abandonarme, porque morirían congelados si intentaran volver a sus casas. Estamos viendo pelis de James Bond. Seguimos teniendo luz y todo funciona.
–Llámame si pasa algo. Cualquier cosa.
–Sí, te lo prometo.
–Vale –dijo ella–. ¡Dios, siento todo esto, Thomas! Te quiero.
–No es para tanto –respondí, porque era la verdad. Yo estaba en una casa enorme sin supervisión de ningún adulto, tirado en el sofá con mis mejores amigos. No es que tuviera nada en contra de mis padres, son buenas personas y todo eso, pero por mí que se quedaran en Boston hasta Nochevieja.
–Te llamaré desde el hotel –añadió mi madre.
Por lo visto, Minho también lo había oído, porque masculló: «Seguro que lo harás», mientras yo me despedía.
–Tu madre tiene un trastorno de dependencia emocional –diagnosticó Minho cuando colgué.
–Bueno, es que es Navidad –repuse.
–¿Y por qué no vienes a mi casa para celebrarlo? –me preguntó Minho.
–La comida es una mierda –respondí. Rodeé el sofá y ocupé mi sitio en el lugar central.
–¡Racista! –exclamó Minho.
–¡No lo digo por racismo! –repliqué.
–Acabas de decir que la comida coreana es una mierda –dijo.
–No, no ha dicho eso –aclaró Newt, y levantó el mando para volver a poner la peli–. Ha dicho que la comida coreana de tu madre es una mierda.
–Exacto –dije–. Me gusta mucho comer en casa de Keun.
–Eres un caraculo –soltó Minho, que es lo que decía cuando se quedaba sin réplica. De todas las réplicas posibles, esa estaba bastante bien. Newt volvió a poner la peli, y Minho sugirió–: Deberíamos llamar a Keun.
Newt volvió a darle pausa y se giró hacia Minho.
–Minho –dijo.
–¿Sí?
–Por favor, ¿te callas de una vez para que pueda volver a disfrutar de Daniel Craig?
–¡Qué gay! –exclamó Minho.
–Soy gay –repuso Newt.
–Keun está trabajando –dije, volviendo al tema–. En Nochebuena le pagan el doble.
–¡Ah, vale! –exclamó Minho–. Había olvidado que las Waffle House son como las piernas de Lindsay Lohan: siempre abiertas.
Me reí, Newt se limitó a esbozar una mueca y volvió a poner la película. Daniel Craig emergió del agua caminando; llevaba unos calzoncillos tipo bóxer (muy europeo), que pasaban por un bañador. Newt sonrió con satisfacción mientras Minho hacía un gesto de desprecio. Al cabo de un par de minutos, oí un leve clic a mi lado. Era Minho pasándose el hilo dental. Era un obseso de la higiene bucal.
–Eso es asqueroso –le dije.
Newt puso la película en pausa y se quedó mirándome. No era una mirada maligna: arrugó su naricilla y juntó mucho los labios. Yo siempre sabía cuándo estaba cabreado conmigo de verdad y, en ese momento, sus ojos todavía transmitían bastante simpatía.
–¿Qué? –preguntó Minho, con el hilo dental colgándole de la boca, atrapado entre los molares.
–Pasarse el hilo dental en público es... ¡Por favor, guarda eso!
Lo hizo a regañadientes, y quiso decir la última palabra.
–Mi dentista dice que jamás ha visto unas encías más sanas. Jamás.
Entorné los ojos. Newt negó con la cabeza y quitó la pausa a Bond. Me quedé viendo la peli un minuto, pero luego miré por la ventana a una farola lejana. Esta iluminaba la nieve y generaba la ilusión óptica de una lluvia de miles de millones de estrellas cayendo desde el cielo. Y, aunque me disgustaba que mis padres lo pasaran mal o negarles el derecho de disfrutar de una Navidad en casa, no pude evitar desear que cayera más nieve.

*     *     *     *     *
Tenía ganas de hacer otra adaptación (ajá, no es mía la historia), así que... ¡aquí está!
Es una historia pequeña, pero bonita. Creo que lo que más me gustó es que no es empalagosa, y es la misma razón por la cual decidí adaptarla. Realmente puedo imaginarme a Thomas, Newt y Minho de este modo si no hubiera existido nunca cruel.
Como sea, ojalá les guste(?
Pd: Cualquier duda, la respondo abajo...

Un milagro en Navidad|Newtmas+MinhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora