Minho se volvió de golpe. Se quedó mirándonos a los dos, ocultos tras la nieve. Miró el coche. Permaneció paralizado un instante. Se volvió en dirección a la carretera y echó a correr; sus piernas se veían como un borrón cargado de energía. Estaba acortando camino para llegar antes a la Waffle House. El Mustang de los gemelos pasó rugiendo junto a Newt y a mí.
El pequeño Tim Reston se inclinó para bajar la ventanilla y enseñarnos una caja de Enredos mientras anunciaba:
–¡Los vamos a matar!
Por el momento, parecían conformarse con matar a Minho, y cuando vi que se abalanzaban sobre él, grité:
–¡Corre, Minho! ¡Corre! –aunque estoy seguro de que no me oía por el rugido del Mustang, le grité de todas formas. Fue un último bramido desesperado y furtivo lanzado al aire. A partir de ese instante, Newt y yo fuimos meros espectadores.
La cabeza de Minho dejó de verse enseguida. Corría muy deprisa, aunque no tenía ni la más mínima oportunidad de superar la velocidad de un Ford Mustang conducido por un experto para llegar antes a la Waffle House.
–De verdad que me apetecían mucho esas hash browns –dijo Newt, malhumorado.
–Sí –respondí.
El Mustang llegó a un punto donde podía adelantar a Minho, pero él no dejaba de correr ni salía de la calzada. El claxon sonaba cuando vi encenderse las luces de freno del coche, pero Minho seguía corriendo. En ese instante supe en qué consistía el descabellado plan de mi amigo: había calculado que la calzada no era lo bastante ancha para que el Mustang lo adelantara por ningún lado, debido a la nieve acumulada en ambos arcenes, y creía que los gemelos no lo atropellarían. A mí me pareció una suposición muy generosa sobre la benevolencia de los gemelos. Sin embargo, el plan estaba funcionando. El claxon del Mustang sonaba con una furia impotente mientras Minho seguía corriendo por delante del vehículo.
Algo cambió en mi visión periférica. Levanté la vista hacia el cruce elevado y vi las siluetas de dos tipos corpulentos caminando con parsimonia hacia la rampa de salida, transportando un barril que parecía muy pesado. El barril de cerveza. Eran los universitarios. Se los señalé a Newt, y él me miró con los ojos como platos.
–¡Por el atajo! –gritó, salió disparado hacia la autopista y atravesó a toda prisa el montículo.
Jamás lo había visto correr tan deprisa, y no sabía qué tenía en mente, pero sí que tenía un plan, así que lo seguí. Ascendimos a toda mecha por el cruce elevado de la interestatal; la nieve tenía el grosor suficiente para subir sin problema. Cuando salté por encima del guardarraíl, vi a Minho del otro lado del cruce, todavía corriendo. Sin embargo, el Mustang se había detenido. En lugar de seguir en el coche, Will y Tim Reston estaban persiguiendo a Minho a pie.
Newt y yo nos dirigíamos hacia los universitarios. Al final, uno de ellos levantó la vista.
–Oye, ¿ustedes son...? –preguntó.
Pero ni siquiera acabó la frase. Pasamos corriendo junto a él y Newt me gritó:
–¡Saca la alfombrilla! ¡Saca la alfombrilla!
Abrí la caja del Enredos y la tiré al suelo. Tenía la ruleta entre los dientes y la alfombrilla plástica en las manos, entonces por fin entendí el plan. Tal vez los gemelos fueran más rápidos, pero con la brillante idea de Newt supe que teníamos una oportunidad de llegar antes.
Cuando alcanzamos el inicio de la rampa del cruce elevado, desplegué la alfombrilla del Enredos con un solo movimiento. Newt se dejó caer encima de culo. Yo hice lo mismo y me puse la ruleta debajo.
–¡Tendrás que hundir la mano derecha en la nieve para que vayamos siempre girando hacia ese lado! –gritó él.
–¡Vale, vale! –respondí.
Empezamos a bajar deslizándonos cada vez más deprisa, entonces la rampa describió una curva, enterré la mano en la nieve y la tomamos sin dejar de acelerar. En ese momento vi a Minho por detrás de Will Reston, intentando en vano frenar el avance de su cuerpo gigantesco hacia la Waffle House.
–Todavía podemos conseguirlo –dije, aunque seguía teniendo mis dudas.
Entonces oí un rugido grave procedente de detrás, me volví y vi el barril de cerveza rodando rampa abajo a una velocidad considerable. Estaban intentando matarnos. ¡No tenían ninguna deportividad!
–¡Barril! –grité, y Newt volvió la cabeza de golpe.
El objeto rodante avanzaba botando hacia nosotros como una amenaza. No sabía cuánto pesa un barril de cerveza, pero, teniendo en cuenta lo mucho que les había costado cargar con él a esos tipos, imaginé que pesaba lo suficiente para matar a dos prometedores estudiantes de instituto una madrugada de Navidad mientras iban montados en su trineo hecho con la alfombrilla del Enredos. Newt siguió mirando hacia atrás, observando cómo se acercaba el barril de cerveza, pero yo estaba demasiado asustado.
–¡Ahora, ahora, gira, gira, gira! –me gritó justo en ese momento.
Hundí el brazo en la nieve y él se volvió hacia mí y me apartó de un empujón de la alfombrilla. Fue así como frenamos, y el barril pasó rodando por nuestro lado, nos adelantó justo por encima de los puntos rojos sobre los que hacía un instante se encontraba Newt. Sin embargo, en cuanto nos pasó fue a dar contra el guardarraíl, rebotó y cayó hacia abajo. No vi qué ocurrió a continuación, pero sí lo oí: un barril de cerveza muy espumosa chocó contra algo puntiagudo y explotó como una gigantesca bomba cervecera.
La explosión fue tan fuerte que Tim, Will y Minho quedaron paralizados al unísono, y permanecieron así durante al menos cinco segundos. Cuando reanudaron la carrera, Tim pisó un fragmento de suelo helado y cayó de bruces. Al ver desplomarse a su hermano, el gigante Will de pronto varió el rumbo: en lugar de perseguir a Minho, saltó el montículo de nieve acumulada en la carretera y empezó a correr hacia la Waffle House. Unos metros más allá, Minho realizó de inmediato el mismo movimiento, de forma que ambos se dirigían hacia la misma puerta aunque desde distintos ángulos. Newt y yo ya estábamos cerca, lo bastante cerca para oír a los gemelos gritar a Minho y chillarse entre ellos. Vislumbré algo por las ventanas brumosas de la Waffle House. Animadoras con sudaderas verdes. Peinadas con colas de caballo.
Sin embargo, mientras nos levantábamos y recogíamos la alfombrilla del Enredos, supe que no estábamos lo bastante cerca. Will llevaba la delantera. Sacudía los brazos al correr y, en su mano rechoncha, la caja del Enredos tenía un aspecto diminuto y por ello cómico. Minho estaba acercándose desde otro ángulo, corriendo a más no poder, a punto de echar las tripas por la boca, con la nieve que le llegaba hasta las espinillas. Newt y yo corríamos lo más rápido que podíamos, pero íbamos muy rezagados. No obstante, yo seguí albergando esperanzas sobre la victoria de Minho hasta que Will estuvo a un par de metros de la puerta y comprendí que iba a ser claramente el primero en entrar. El corazón me dio un vuelco. Minho había estado a punto de conseguirlo. Sus padres inmigrantes se habían sacrificado tanto... Newt se quedaría sin sus hash browns, y yo sin mis gofres cubiertos de queso fundido.
Entonces, cuando Will empezó a alargar la mano hacia la puerta, Minho saltó propulsado hacia delante. Surcó el aire volando, con el cuerpo estirado, como un receptor de fútbol americano cuando atrapa el balón tras un pase alto. Saltó tanto que fue como si lo hubiera hecho impulsado desde una cama elástica.
Su hombro se clavó en el pecho de Will Reston, y cayeron hechos una maraña de cuerpos cubiertos de nieve junto a la entrada. Minho se levantó primero, salió disparado hacia la puerta, la abrió de golpe y la cerró al entrar. Newt y yo estábamos a solo un paso, lo bastante cerca para oír el grito de júbilo a través del cristal. Minho levantó las manos por encima de la cabeza, con los puños cerrados, y el estallido de alegría siguió oyéndose durante varios minutos.
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Un milagro en Navidad|Newtmas+Minho
FanfictionUna inesperada tormenta de nieve en Nochebuena traerá el caos, pero también el amor y la magia, a Thomas, Newt y Minho.