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Newt iba caminando por delante de nosotros con sus botas de caña alta, la capucha puesta y mirando al suelo. Su manera de caminar tenía algo especial; estaba relacionado con la forma en que sus piernas estaban conectadas a las caderas... En cualquier caso, Newt iba caminando y desprendía ese algo singular, y me di asco a mí mismo por haber pensado en ello.
A ver, lo aclaro, seguro que todos tienen ese algo especial al caminar, pero a veces te das cuenta, y otras no. Cuando Rachel, la animadora, camina, lo ves. Cuando Newt camina, no lo ves. Por lo general.
Me pasé tanto rato pensando en Newt y en sus andares, y en la forma en que el grosor de su abrigo hacía que se le separasen un poco los brazos del cuerpo, y en todo lo demás, que tardé demasiado en responder a Minho.
–No seas caraculo –dije al final.
–Te has tomado muchísimo tiempo para darme esa respuesta tan ocurrente –repuso él.
–No –contesté al final–. No me gusta Newt, no en ese plan. Te lo diría si me gustara, pero sería como si me gustara mi primo o algo así.
–Es curioso que digas eso, porque yo tengo una prima que está buenísima.
–Eso es asqueroso.
–Newt –lo llamó Minho–, ¿qué me decías el otro día sobre el peligro de enrollarte con una prima hermana? Que no era del todo seguro, ¿no?
Él se volvió hacia nosotros y siguió caminando, de espaldas al viento, con la nieve revoloteando a su alrededor y avanzando hacia donde estábamos.
–No, no es del todo seguro. Aumenta ligeramente las probabilidades de que el feto sufra malformaciones. Pero estoy leyendo un libro para la clase de historia donde dice que hay un 99,999 por ciento de probabilidades de que uno de tus tatara-tatara-tatara-tatara abuelos se casara con una prima hermana.
–Entonces estás diciendo que no hay nada malo en enrollarse con una prima.
Newt hizo una pausa y siguió caminando hacia nosotros. Lanzó un sonoro suspiro.
–Eso no es lo que he dicho. Además, estoy un poco harto de hablar sobre rollos entre primos y sobre animadoras que están buenas.
–¿Y de qué quieres que hablemos, si no? ¿Del tiempo? Parece que va a nevar –dijo Minho.
–Sinceramente, preferiría hablar del tiempo.
–¿Sabes, Newt?, también existen los animadores. Siempre podrías enrollarte con uno –dije.
Newt se quedó callado y salió disparado hacia nosotros. Tenía la cara arrugada cuando me gritó:
–¡¿Sabes qué?!, no pretendo ser el defensor de las mujeres o como se diga, pero todo ese rollo sobre cómo te lo montarías con unas chicas solo porque llevan minifalda o sobre lo cachondo que te ponen sus pompones, o lo que sea sobre ellas, es muy machista, ¡¿vale?! Las animadoras con vestiditos cortos como en las fantasías masculinas... ¡Eso es machista! Soy consciente de vuestra necesidad constante de frotar el cuerpo contra la piel de alguna chica, pero ¿les importaría hablar un poco menos de ello cuando yo esté delante?
Bajé la vista y me quedé mirando la nieve que caía sobre el suelo nevado. Me sentía como si acabaran de pillarme copiando en un examen o algo por el estilo. Quería decir que ya ni siquiera tenía ganas de ir a la Waffle House, pero me quedé callado. Los tres seguimos caminando en fila india. El viento soplaba a nuestra espalda, y deseé que me empujase con su fuerza hacia el restaurante.
–Lo siento –oí que Newt le decía a Minho.
–No, no es culpa tuya –respondió él sin levantar la vista–. He sido un caraculo. Solo hace falta que... No sé... Es que a veces es difícil acordarse de que no te gustan las chicas.
–Sí, a lo mejor tendría que hablar más sobre chicos para que no lo olvides, ya sabes –dijo Newt, bien alto para que yo lo oyera. Minho se rió y luego negó suavemente con la cabeza.
–Lo que intento decir es que, tienes razón. Nuestros comentarios sobre las animadoras, y las chicas en general, no han sido buenos.
Newt esbozó una pequeña sonrisa y Minho le pasó un brazo por los hombros.

Siempre existe un riesgo: algo es bueno, bueno de verdad y cada vez más bueno, hasta que de pronto se vuelve raro. De pronto, él te pilla mirándolo y ya no quiere seguir haciendo bromas contigo, porque no quiere que creas que está flirteando, porque no quiere que creas que le gustas. Ocurra cuando ocurra, es un desastre de magnitud inigualable en el curso de las relaciones humanas; el momento en que uno de los dos empieza a perforar el muro divisorio entre la amistad y los besos. Derribar ese muro supone que puede producirse un feliz paréntesis en la relación. Algo en plan: «Oh, mira, hemos derribado el muro, voy a mirarte como si fueses una opción y tú igual, y vamos a jugar a un juego muy divertido llamado "¿Puedo ponerte la mano ahí?, ¿y qué pasa si te la pongo aquí o allá?"». A veces ese paréntesis parece tan maravilloso que puedes llegar a convencerte de que no es solo un intermedio, sino que durará para siempre.
No obstante, ese paréntesis nunca tiene un final feliz. Dios sabe que no fue así con Rachel. Y eso que Rachel y yo no éramos amigos íntimos. No era el caso de Newt. Él era mi mejor amigo de entre todos mis amigos. Hasta el punto de que si me preguntaran a qué persona me llevaría a una isla desierta, respondería que a Newt. ¿Y qué CD? Una mezcla titulada «La Tierra es azul como una naranja», que él me grabó la Navidad pasada. ¿Qué libro me llevaría? El libro más largo que me ha gustado, La ladrona de libros, que me recomendó Newt.
Sin embargo, insisto (y este es uno de mis reproches más importantes contra la conciencia humana): en cuanto piensas en algo, es muy difícil dejar de pensar en ello. Y yo había tenido precisamente ese maldito pensamiento.
Nos quejábamos por el frío. Newt no paraba de sorberse los mocos, porque no teníamos pañuelos de papel y él no quería sonarse con las manos y tirar los mocos al suelo. Como Minho había accedido a no hablar sobre animadoras, siguió hablando sobre hash browns.
Minho usaba la expresión hash browns solo como sustituto de «animadora», no cabía duda, porque decía cosas del tipo: «Lo que más me gusta de las hash browns de la Waffle House es que llevan unas minifaldas monísimas»; «Las hash browns siempre están de buen humor. Y eso es contagioso. Ver hash browns felices me hace feliz».
Daba la sensación de que, como era Minho el que hablaba, a Newt no le parecía ofensivo. Se limitaba a reír, a responder y hablar sobre las auténticas hash browns.
–Estarán tan calentitas... –dijo–. Tan crujientes, doradas y deliciosas... Voy a pedir cuatro raciones grandes. Y una tostada con pan de pasas. ¡Dios, me encanta la tostada de pasas! ¡Hummm...! Va a ser una orgía de carbohidratos.
Vi que dejábamos la interestatal a lo lejos, la nieve se había apilado en un enorme montículo a un lado del puente. La Waffle House todavía debía de estar a un kilómetro y medio de distancia, aunque ya se veía con toda claridad. Las letras negras en sus recuadros amarillos, la promesa de sus gofres cubiertos de queso, la sonrisa pícara de Keun, y esa clase de chicas que te ponían muy fácil no pensar en nada.
Seguimos caminando, empecé a ver cómo asomaba la luz a través de la gruesa cortina de nieve. Al principio, el cartel no fue lo que mejor se veía, sino la luz que irradiaba. De pronto, por fin se reveló el letrero, en lo alto del humilde restaurante. Aquel letrero era más grande y llamativo de lo que el pequeño y cochambroso local sería jamás. Sus letras negras en sus recuadros amarillos eran la promesa de un ambiente cálido y alimento: Waffle House. Caí de rodillas en plena calle y grité:
–¡Ni en un castillo, ni en una mansión, sino en la Waffle House se halla nuestra salvación!
Newt rió y me levantó sujetándome por las axilas. Llevaba la gorra cubierta de hielo y calada hasta la frente. Yo lo miraba y él me miraba, y no estábamos caminando. Estábamos ahí plantados, y su mirada era tan atrayente... Él siempre decía que sus ojos tenían el color de una gran montaña de plopus, pero estaba menospreciándose. Siempre estaba menospreciándose.
¡Por el amor de Dios! No pensar en ello era muy difícil. Podría haberme quedado mirándolo boquiabierto para siempre mientras me miraba con gesto interrogante, de no haber sido porque oí un motor a lo lejos. Me volví y vi el Ford Mustang de color rojo tomando la curva a una velocidad considerable. Agarré a Newt por el brazo y corrimos hacia el montículo. Miré hacia la carretera para localizar a Minho, que nos llevaba bastante delantera.
–¡Minho! –grité–. ¡Los gemelos!

Un milagro en Navidad|Newtmas+MinhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora