IX

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Se apagaron las luces. Se abrió una compuerta detrás y la cápsula comenzó a deslizarse hacia atrás hasta salir. Dejaron de estar en la nave y bajo ella se veía un grandísimo disco marrón brillante. Todo giró 180º. El motor de frenado se encendió haciendo vibrar la cápsula y estuvo activo hasta mucho después de perder de vista a la nave. La cápsula dejó de vibrar y sonó un ruido metálico a la espalda del pasajero. El sistema de frenado se separó de la cápsula. Se hizo el silencio. Sólo el leve rumor de los sistemas de ventilación. Estaba cayendo. Nada le iba a salvar y estaría incomunicado. Era hora de relajarse y disfrutar de las vistas.

Varias horas después empezaban a desaparecer las pocas estrellas que se resistían a desaparecer ante el gran brillo de Júpiter. Estaba cayendo como una bala y todo parecía tan estático y tranquilo. Empezaba a entrar en las más altas y ténues capas de la atmósfera. Las enormes corrientes parecían dibujos fractales que se ampliaban lentamente y los detalles de las grandes nubes que estaban debajo comenzaban a apreciarse. Se comenzaba a notar una leve y constante frenada.

Colosos. No podían llamarse de otra forma. Estructuras retorcidas de nubes grandes como países que desafiaban la imaginación. La cápsula estaba cayendo sobre un vasto valle de nubes. El cielo era ahora dorado. Se veían resplandores bajo estas estructuras inmensas. Continuaba la frenada, cada vez más fuerte. Iban a chocar contra un suelo de nubes.

Parecía que la cápsula iba despacio debido a las dimensiones pero el suelo parecía acercarse cada vez más rápido y entonces notó que ese suelo de nubes se movía a cientos de kilómetros por hora: vientos terribles.

Chocaron contra los vientos. Todo se puso oscuro y apenas se distinguía el Sol. La cápsula y su tripulante se zambulleron en el suelo de nubes al pie del coloso. La cápsula empezó a girar bruscamente pero se autoestabilizó apoyándose en los vientos y empezó a moverse arrastrada por estos. Se oía el soplar del viento fuera de la cápsula, grandes explosiones a lo lejos y el rumor de un fino polvo que golpeaba el cristal, posiblemente hielo o diamantes.

Siguió bajando, ya en total oscuridad, alumbrado levemente por los instrumentos. Los bamboleos y temblores de la cápsula son cada vez más fuertes. El sonido del rugir del viento también era cada vez más fuerte. La presión fuera de la cápsula había alcanzado las 100 atmósferas y seguía subiendo rápidamente.

De repente la cápsula giró, se estabilizó. Empezó a acelerar como un caza en un portaaviones, arrastrada por los vientos. Se escuchó un crujido metálico fuera de la cápsula y esta empezó a dar vuelcos con mucha fuerza. Poco después se escuchó otro crujido en el lugar opuesto de la cápsula, que comenzó a caer y girar rápidamente. La fuerza centrífuga hizo que su pasajero se marease y se sintiera hinchado y cansado, impidiéndole respirar. Los pequeños alerones de la cápsula se habían desprendido.

La cápsula se fue estabilizando, en completa oscuridad. Dentro sólo se oía un fuerte bramido que envolvía la cápsula. 40000 atmósferas. Entre ese brumor y oscuridad, fueron apareciendo lejanas luces que envolvían casi todo de forma homogénea, sin que se pudiera saber de dónde provenían. Era la luz de gigantescos rayos muy lejanos cuya intensa luz lograba atravesar densísimas nubes, una luz que se movía a cámara lenta debido al tiempo que tardaban esos rayos en completar la ramificación.

Empezó a iluminarse todo poco a poco. De repente un fogonazo blanco le cegó. Ese intenso brillo que rodeaba la cápsula duró al menos medio minuto, algo increíble para un rayo terrestre. Durante ese tiempo la mitad del panel de instrumentos comenzó a parpadear. La estructura de la cápsula resistió porque estaba preparada para ello y los elementos internos seguían funcionando, pero todo el aparataje externo se había fundido y había dejado de funcionar. Para los demás la conexión se había perdido. A partir de aquí lo que de verdad ocurrió será siempre un misterio para ellos. A partir de aquí él sería el único espectador... aunque el show no duró mucho más.

Empezaba a apreciar un leve y lejano brillo amarillo. Eran las corrientes de aire incandescente, provocadas por las altas temperaturas que generaba la enorme presión allá en las lejanas profundidades. Poco después empezó a sentir que el aire dentro de la cápsula se empezaba a mover, olía a huevos podridos y hacía cada vez más calor, como si hubieran encendido un secador: había una fuga. La cápsula implosionaría de un momento a otro. La temperatura dentro de la cápsula subió hasta parecer una sauna, no podía respirar, le dolía la cabeza y se le taponaron los oídos. Poco después se quedó dormido.

Caída LibreWhere stories live. Discover now