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Las cárceles se llenaban de presos políticos, se había reimplantado la pena de muerte, se habían suspendido las garantías individuales y el mundo estaba en un estado de excepción. Él perdió el trabajo y ante esta situación de crisis decidió traicionar a su amigo, vendiendolo a las fuerzas del orden a cambio de comida y seguridad para él y su familia. Desde ese mismo instante puso en duda su integridad, sus valores y le acosaron los remordimientos. Sabía que aquel viejo amigo con el que charlaba sobre hacking en la cafetería hace años estaba ahora en el punto de mira del Gobierno Democrático Internacional.

Su juicio fue televisado. El teatro estaba preparado y lleno de gente, era el momento de dar un golpe sobre la mesa: el juez iba a dictar sentencia. Culpable de pertenencia a grupos terroristas y actuación contra la seguridad internacional con agravante de resistencia a la autoridad. Se le utilizaría como objeto de estudio para probar tecnologías de habitabilidad en ambientes extremos y sería parte del proyecto de investigación insitu de la atmósfera joviana más ambicioso que se hubiera hecho nunca. Lo meterían en una cápsula y lo dejarían caer en Júpiter hasta profundidades nunca alcanzadas tomando lecturas tanto de sus constantes vitales como de las condiciones dentro y fuera de la cápsula y utilizarían la incipiente tecnología de colonización para ello. Nadie esperaba algo así y la sentencia no dejó a nadie indiferente. El detenido, arrepentido, frente al tribunal y las cámaras, asintió y se declaró culpable. Estaba cambiado, adormilado, ausente. De hecho se le llegó a caer la baba durante la sesión.

El hombre traicionado que abrió los ojos a los pueblos sería sacrificado y llevado ante Júpiter.

Caída LibreWhere stories live. Discover now