8

1.5K 231 58
                                    

El miércoles había llegado frío y con lluvias. La madre de Eddo, al ir a levantarla, la encontró bastante pálida y con ojos hinchados y nariz húmeda. Había pillado un buen refriado, y tal vez era mejor dejarla en casa por el mal tiempo.

Los juguetes observaron con cara larga como la mujer ponía una toalla caliente sobre la frente de la niña y le llevaba un vaso de leche caliente con cacao para que lo tomara cuando quisiera. Tras darle un beso en la mejilla, abandonó la habitación, sumiendo ésta en silencio.

El único sonido presente era la respiración entrecortada de la peliazul, y algún que otro estornudo por parte de ella. De vez en cuando lanzaba cortas miradas a sus juguetes, y otras se queda mirándolos fijamente varios minutos, como si estuviera teniendo una conversación mental con ellos, algo que en realidad, no sería extraño.

Al rato, cerró los párpados cansados y se tomó la libertad de echar una cabezadita, dejando a los muñecos de la estantería algo más tranquilos, aunque nadie se movió de su respectivo lugar.

Se alzaron los murmullos y susurros. Nadie estaba acostumbrado a que aquello pasara, como más tarde explicó Puppet a Bon. Cuando Eddo se ponía enferma (algo no muy usual) su madre o su padre permanecía con ella, pero desde que los dos estaban hundidos en trabajo, no podían permitirse aquello.

Todas las conversaciones se cortaron secamente, como con una daga, cuando la puerta se abrió lentamente, dejando ver el rostro barbudo del padre de Eddo.

— ¿Cielo? —dijo, con voz de susurro.

Eddo se removió en la cama y uno de sus ojos se abrió con suavidad. Al ver a su padre, esbozó una sonrisa leve y se incorporó, viendo entonces la taza de cacao que su madre había preparado y llevándosela a los labios.

El hombre se sentó en el borde de la cama.

— ¿Necesitas algo antes de que mamá y yo nos vayamos? —preguntó.

Ella se volvió casi por instinto al baúl de madera azul, con los ojos brillantes.

— ¿Me lo puedes traer? —preguntó mirando a los ojos al de la barba. Éste sonrió y asintió.

Una vez el pesado baúl estuvo frente a la cama de Eddo, su padre besó sus mejillas y abandonó la habitación, dándole sus mejores deseos a la chica.

Ella dejó la ya vacía taza sobre la mesita de noche y algo envuelta en las mantas de su cama, se agachó para abrir el cierre de la caja, de donde comenzó a sacar uno por uno a los juguetes, con cuidado, dejándolos sobre el colchón.

La estantería entera observaba atentamente sus movimientos. Lo que más llamaba la atención de Bon era, sin embargo, los ojos de Eddo. A parte de hinchados, también se habían humedecido, y brillaban con tristeza, nostalgia, melancolía. Además, desde arriba, casi le parecía ver cómo le temblaba el labio inferior.

Al tener al grupo entero frente a ella, tomó mucho aire. Bon creía que se pondría a jugar con ellos, pero en vez de eso, se tumbó bocabajo y los abrazó a todos a la vez, con delicadeza.

Le temblaban los hombros, haciendo ver a todos cómo había comenzado a llorar. Y esto se confirmó cuando, al separarse algo de los juguetes viejos, pudieron ver su rostro húmedo y ahora rojizo.

—No consigo convencerla... —gimió, acariciando el rostro de Freddy— Dice que, si el domingo no estáis en la bolsa de basura, os tirará a vosotros y a todos los demás...

Casi pareció escucharse el sonido de los corazones de todos los presentes al romperse.

—Y es que no lo entiendo... —sollozó, abrazando a los dos osos de peluche para luego volver a rodear con los brazos a todos los juguetes viejos— Sólo dice que lleváis mucho tiempo conmigo, que oléis mal y que soltáis algodón y piezas por todas partes... ¡Pero no es verdad!

Old ToysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora