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Fue adquirida pocos días después de ser llevada a la juguetería FNAFHS, hacía ya casi un año. Nunca le había caído bien a ningún otro juguete debido a sus aires de superioridad y majestuosidad, y por eso fue una sorpresa para todos que, aquella niña que iba tantas veces a la tienda y sólo se hacía con juguetes que de verdad merecieran la pena, se la llevara con alegría y entusiasmo.

Al llegar al que sería su nuevo hogar, trató de la misma manera a los juguetes de la niña, dándose siempre halagos a ella misma y haciéndole ver a los demás que ella era mejor.

Claramente, todos se terminaron cansando, y comenzaron a pasar de ella y a evitarla.

Las pocas veces que los juguetes le dirigían la palabra, era de manera seca y borde, con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Y esto sólo hacía que Toddy se enfadara más y más, y se volviera aún más insoportable.

—De vuestra envidia nace mi fama, o sea —decía continuamente, dándose la vuelta en mitad de una conversación en la que comenzaban a insultarla, para luego marcharse a la cama de Eddo, donde vivía las noches junto a su dueña.

Los juguetes no lograban entender, de ninguna manera, como la niña le tenía tanto cariño a aquella arpía. Pasaba días hablando con ella, peinando sus largas orejas redondeadas y, por si fuera poco, dormía con los brazos en torno a la osita.

Y, si alguna vez le daba por jugar con ella y los juguetes viejos a la vez, cuando Eddo se marchaba, Toddy se reía mirando con burla a Chica y decía:

—Pero mírala, con ese trapo azul lleno de cortes. No me extrañaría que un día cualquiera se deshiciera de ti, querida.

Eso suponía que la bailarina se pasara un día entero llorando entre los brazos de Foxy, que intentaba convencerla de que Eddo jamás la abandonaría.

—Sabes que eres la preferida de la chica, eh... No llores más... —la consolaba, acariciando su cabello.

El odio hacia la osita de peluche aumentaba por momentos, sobre todo por parte de los juguetes viejos. Cada vez más muñecos la evitaban o gritaban, y poco a poco, se fue quedando sola.

—Bah... —murmuraba, desde la almohada, mientras observaba a todos los juguetes charlar entre ellos en el suelo— Mejor sola que mal acompañada.

Pero, de alguna manera, sabía bien que se equivocaba.

Pasaron los días, e incluso las semanas. Toddy ya no bajaba de la cama debido a las miradas de asco que le echaban sus compañeros de habitación, y se limitaba a observarlos reír y charlar y a escuchar las conversaciones, que se mezclaban entre sí sin darle oportunidad de entender mucho.

Y así continuó durante meses, y meses, hasta que pasó casi un año.

Y entonces, después de no hablar con nadie excepto ella misma durante un tiempo que le había parecido eterno, apareció él.

Tierno, agradable, sin miedo a mantener una conversación con ella, Bon le había hablado y no parecía haberse arrepentido.

Eso hizo que el corazón de Toddy comenzara a latir como si nunca lo hubiera hecho, y que sin conocerle apenas, sintiera un leve cariño por aquel peliazul.

Había oído desde la cama que por su culpa y la de las amigas que habían llegado con él se desharían de los juguetes viejos, pero no le importaba. ¿Qué culpa tendría el chico? Ninguna, nadie la tenía.

Bueno, sí, la madre de la niña, únicamente.

Pero eso era otra historia.

Bon tenía que ser una muy buena persona, sin prejuicios hacia la gente, como para haberse atrevido a hablar con ella e incluso a preguntarle la causa de su estancia sobre las colchas, todos los días.

Eso la enternecía de alguna manera.

Nunca había tenido un amigo, pero creía que Bon era lo más cercano a eso en aquellos momentos, y ese pensamiento hacía que una burbuja de felicidad estallara en su corazón y una leve sonrisa se formara en sus labios. Estaba deseando que llegara el día siguiente.

Tanto, que esa noche no pudo dormir.

Algo de lo que se arrepintió bastante, pues por culpa de su insomnio, pudo ver perfectamente a Bon en la estantería, cubriéndose el rostro todo cubierto por lágrimas.

—Bon... —murmuró. Se movió levemente, intentando deshacerse del agarre de Eddo, pero ante esto la niña gruñó en sueños y la apretó más contra su pecho.

Toddy frunció el ceño y miró con compasión al peluche. ¿Qué le ocurría? ¿Por qué estaba triste? Necesitaba ir a consolarlo, quería ayudar a la única persona que le había hablado con cariño en toda su vida.

Entonces, apareció Bonnie y vio como escalaba la estantería para poder consolar al peliceleste, algo que en verdad la alivió.

Se calmó entre los brazos de Eddo y suspiró, esbozando una pequeña y casi invisible sonrisa. Por lo menos ya parecía no estar tan triste...

Cuando los dos chicos se separaron del abrazo que Bonnie había comenzado, ambos bajaron del estante y caminaron hacia el escritorio de Eddo, de manera que a Toddy le fue imposible verles, pues no podía darse la vuelta si la niña lo la soltaba.

Entonces, cerró los ojos, lista para dormir de una vez, y comenzó a formularse preguntas casi sin querer en su cabeza. ¿De qué se conocían esos dos? ¿Por qué parecían tenerse tanto cariño?

Fuera lo que fuese, se sentía bien al saber que por lo menos Bonnie estaría allí para ayudar a su primer y único amigo.

De repente, cayó en la cuenta de algo y sus párpados se separaron por completo.

¡Bonnie se iba!

Sintió que se le caía el alma a los pies, y de pronto se sintió mal por la futura pérdida de los juguetes viejos. Con lo único que había visto, había sido capaz de asimilar el cariño que parecían tenerse los dos chicos. Las miradas que se lanzaban, sus sonrisas, la cercanía que llevaban.

¡Bon quedaría destrozado si Bonnie se marchaba!

—No puedo permitir eso... —se dijo Toddy, notando cómo se le humedecían los ojos— No puedo...

Sentía que le debía algo a Bon por haberle tratado tan bien. No había sido capaz de sacárselo de la cabeza, imaginando un futuro juntos y la felicidad de ambos.

¿Cómo sería feliz Bon si lo único que parecía alegrarle era Bonnie?

Toddy tomó aire para tranquilizarse y volvió a cerrar los ojos, con los murmullos de la conversación de Bon y Bonnie en los oídos.

—No lo permitiré... —susurró, acurrucándose en los brazos de Eddo— No lo permitiré...

Y, con ese pensamiento en la mente y una lejana conversación envolviéndola como una cálida brisa veraniega, se durmió.


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