Prólogo.

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No se escuchaba nada. Ni el ruido del viento, ni el de los grillos que siempre estaban afuera de su ventana, ni siquiera se escuchaba el de la gotera aparentemente irreparable de su baño. La quietud lo dominaba todo y eso la estaba enloqueciendo. 

Un manto de oscuridad cubría cada rincón de la habitación. Esa noche él le había dado el coraje suficiente para por fin poder apagar su luz de noche, y aunque ya se estaba arrepintiendo de su decisión sabía que no podía retractarse, tampoco tenía las agallas suficientes como para salir de su cama y exponerse ante la oscuridad sólo para volver a encender la luz.

No podía encenderla, no debía encenderla. Solamente pensaba en lo orgullosa que estaría su mami de ella a la mañana siguiente.

“¡Gracie, mi pequeña valiente, pasaste la noche entera sin tu luz de noche!”

No, no podía, claro que no debía.

Se escondió bajo sus sábanas y lo atrajo a su pecho, abrazándolo lo más fuerte que podía.

– ¿Qué pasa, Gracie?

–No puedo dormir otra vez, tengo mucho miedo.

– ¿Quieres que te cuente una historia?

–Si, por favor.

–Había una ve-

–Lucas, ¿podrías contarme el del muñeco de porcelana otra vez? Por favor.

–Claro, Gracie.

Había una vez.

Había una vez.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora